domingo, 27 de noviembre de 2011

Amour, amour...

Ah, el amor. ¿Se va a arrancar Mr. Brown con una entrada sobre el amor? Para decir ¿qué? ¿Que mucha gente lo vive lleno de sobreentendidos, cargando con lastres heredados del concepto, heredado a su vez, de lo que es una relación de amor, de lo que es el amor, sin relación con las personas que comparten esa relación? Bueno, eso está mejor dicho por gente que se ha esforzado en teorizarlo y gente que se ha empeñado en recopilar esas ideas...
Entonces, ¿Mr. Brown está en pleno enamoramiento y quiere defender el valor revitalizador de ese sentimiento, la manera en que nos hace valorarlo todo más, en que hacer crecer nuestra pulsión de vida y hace que queramos hacer más y mejor, por nosotr@s y por l@s demás? O, al contrario, ¿no le pesará más el desamor, querrá sañalarnos lo ridícula que se ve la conducta del enamorado/a, volcad@ hacia otra persona, una vez que se ha desenamorado, esa manera en que el "desengañado" mira a su yo pasado como se mira a un enfermo, entre la compasión y la lástima? De hecho, ¿está este tío refiriéndose realmente al amor en todas sus formas, o sólo a ese que comparten l@s amantes, al amor-con-deseo, ese que -en nuestra cultura- se supone que no deben compartir l@s amig@s si no quieren empezar a hacer temblar su amistad, ese que no se da entre familiares cercanos sin incurrir en el incesto, ese que, desde luego, no se siente por una mascota?
Dado lo ambiguo del tema, reconozco que hay mucha trampa.
En primer lugar, sí, me refiero al amor con deseo, a ese amor que lleva a lamer tanto como a abrazar, ese donde la vista y el oído se llevan mucho más lejos, el tacto y el olfato se elevan a la enésima potencia y el gusto entra en acción hasta que se acabe el mundo, o los amantes, o el deseo.
En segundo lugar, pues, reconozco que esta es, incluso, una entrada que habla más sobre el deseo en sí que sobre el amor con deseo.
En tercer lugar, la mitad de lo que esta entrada dice, no lo dice mediante este texto, sino a través de las dos canciones de la izquierda, en la barra de vídeo, por eso el primer verso del estribillo de Rammstein, de su Amour, sirve de título a la entrada. La sobria canción de Serj Tankian, Elect the Dead, también es de lo más interesante que un servidor conoce sobre este tema, más por la letra y menos por la música que la de los alemanes.
Así pues, me quedo con estas canciones para decir, en refrito, eso: que, admitámoslo, nuestro concepto del deseo, y del amor con deseo, sube y baja cual cotización bursátil según las alegrías y penas que hayamos cosechado últimamente y, como animales emocionales que somos, no podemos poner una de esas impresiones por encima de la otra, como algo más valioso. No tiene por qué ser una enfermedad ni una fuerza digna de veneración, tal vez sea una droga (como sugieren Rammstein), perfectamente defendible cuando un@ está bajo los efectos de la última dosis y tan añorable cuando ya ha pasado demasiado tiempo... tal vez, aún más sencillo, sólo es un hambre del cuerpo, de modo que la piel de un@ necesitaría acariciar la piel de otr@s como el estómago necesita digerir, que las convexidades buscarían cavidades que las acojan y las concavidades buscarían órganos que las llenen como los pulmones buscan aire...
Como quiera que sea, estas dos canciones ya aportan lo suficiente sobre eso, ese carácter adictivo por encima de valoraciones que lleven a lo "bueno" o "malo" (hay una traducción de la letra de Amour en el propio vídeo) y sobre la necesaria complementariedad entre el desamor y el amor, cómo hay que haber ganado para poder perder y cómo el Yo queda en una zona gris cuando nos damos cuenta de que dependemos de otras personas para sentirnos bien (puedo proponer una traducción para la letra de Elect the dead si alguien la necesita).
Que aprovechen.

martes, 22 de noviembre de 2011

Más real que Escila y Caribdis

Hablaba el otro día de Wallace y lo dije: que no se murió, ni lo mataron, se mató él.
Es un tema que no aparece en ninguno de los artículos y ensayos que le he leído, pero sí en su mastodóntica novela La broma infinita. Aparece el tema del suicidio, doce años antes de que él mismo tomara ese camino, y el tema de la depresión, esa cárcel que devoró su vida durante más de veinte años, hasta que decidió ponerle fin a todo.
Hablaba el joven Wallace -permitidme que le cite como lo recuerdo y no textualmente- de un tipo de depresión especial, de una apatía tan intensa, tan furiosamente voraz, que, de alguna manera, duele. Una apatía que duele, que duele tanto que sólo deseas ponerle fin cueste lo que cueste.
No conozco esa sensación y no tengo el más mínimo interés por conocerla en carne propia, pero la descripción no deja de ser muy interesante viniendo de alguien que sabía bien de qué hablaba. Mr. Brown sólo conoce una variante más breve, una hidra a la que sólo hubo que cortarle un puñado de cabezas antes de verla muerta.
Lo cual no quiere decir que la lucha terminara ahí: la depresión es una cárcel (con perdón de quienes están en cárceles de hormigón) y lo único que se aprende de la cárcel es a escapar. Es la manera de no volver a acabar allí. Y es importante insistir en lo que señalaba D. F. W. : que la depresión no es estar triste. La tristeza no dura meses o años, no sabe hacerlo; la depresión, sí. Si estar triste es tener ganas de llorar, estar deprimido es no tener ganas de nada, ni de llorar.
La realidad no es tan esquemática como esa comparación, pero cualquiera puede entender de qué estamos hablando, de cómo podemos descubrir -al perderlo, al renunciar a ello por sentirnos débiles sin serlo- que estar viv@s es algo más que comer, dormir y respirar.
La apatía es el más anodino de los monstruos, pero mata como cualquier otro... sirva esta entrada como un recordatorio o, más honestamente, como una pregunta abierta. Nada nuevo, algo así como si hay una receta para que ese agujero negro no llegue ni a abrirse, como cómo conseguir que quien ya convive con la depresión o vive por inercia deje de hacerlo, cómo mostrar que hay alternativas más interesantes que la soga, la sobredosis buscada o el abandono a una Sustancia (alcohol, heroína, ... tanto da). Yo mismo recordaba hace menos de siete meses otro tipo de autodestrucción, aquella en que el riesgo viene detrás de un objetivo -bañado en épica, incluso- en la persona de Zoé Aveilla. No lo hacía por la atracción de la épica (que la hay, claro), ni sólo por recordar a una compañera anarquista que no va a poder luchar nunca más. También lo hacía porque, en el fondo, sé que mi deseo de participar en el Gran Rechazo, mi deseo de un Ataque de los que clarifican posiciones y golpean sin mucho margen a la interpretación, estuvieron cerca de llevarme por el mismo camino hace más o menos una década. Porque, en un universo no muy diferente, yo habría acabado igual.
Así pues, no se trata de buscar mártires; seguimos intentando una vida digna de tal nombre, sacando fuerzas de donde sea. A vosotr@s, derrotad@s en el azar de la lucha o en la vida misma, no os olvidamos.

jueves, 17 de noviembre de 2011

El mismo D. F. W. que me ha acompañado durante tres años

La persona que me dio a conocer a David Foster Wallace, hace ahora tres años, me dijo que, cuando supo del suicidio de este pedazo de hombre de letras, tuvo la sensación -por primera vez, en lo referente a escritores que le gustaba leer- de haber perdido a alguien cercano.
La necrológica publicada un par de meses antes en la prensa nortamericana me había impresionado, pero ni siquiera me había quedado con el nombre. De repente, en un extraño día, en un extraño escenario (Montmartre, dando vueltas en torno al Sacré-Coeur, al último viñedo de París, a lo que ahora -porque la Historia no perdona- se llama Square Louise Michel... ), en un contexto extraño, ya que yo estaba en París por segunda y -de momento- última vez en mi vida y por desagradables circunstancias personales, y en compañía de una persona a la que sólo había conocido un día, siete u ocho años antes... de repente, ella me hablaba con verdadera intensidad de ese autor y, cuando leí, unos meses después Algo supuestamente divertido que nunca volveré a hacer, empecé a vislumbrar por qué. Y, cuando, al cabo de otros cuantos, me regalaron Hablemos de langostas, tuve que rendirme.
Ya he visto varios vídeos de entrevistas y similares de Wallace, ya he leído buena parte de La broma infinita y no deja de impresionarme la tremenda humanidad de D. F. W. : su erudición de monstruito, su humildad (llegando, en persona, a la inseguridad), su honestidad intelectual, su agudeza, su talento para una prosa que es, a la vez, barroca y coherente hasta lo casi sobrehumano... ahora, precisamente, se publica como novela póstuma una edición del material que dejó preparado para The Pale King, o El rey pálido, ya que se ha publicado en castellano hoy mismo, si no me equivoco.
Justo ahora, me pasan una reseña y, tras leerla, se me escapa una lagrimita. Puto Wallace, con lo que nos has dado y lo que nos has negado es imposible no echarte de menos, como a un ser querido perdido. Por culpa de gente como tú, nunca nos curaremos de la pasión por el pensamiento, el lenguaje y la literatura. Amén.

sábado, 12 de noviembre de 2011

Noventa y nueve flores para Manuel Pardiñas

El día de ayer estuvo lleno de efemérides, la última de ellas bien reciente: hizo apenas cuatro años del asesinato del compañero antifascista Carlos Palomino. Pero no es ahí donde queremos deternos, no en las actuales circunstancias internacionales y, en particular, en las españolas, no con las elecciones generales a ocho días y no hoy, que se cumplen 99 años de la muerte de Manuel Pardiñas.

Oficialmente, es el 99 aniversario de la muerte de José Canalejas, presidente del gobierno culto, liberal e, incluso, progre, para su época. Extraoficialmente, entre nosotr@s, Canalejas fue el presidente de mucho lirili y poco lerele por excelencia, en lo que se refiere al periodo de restauración borbónica, que ya duraba casi cuarenta años y aún duraría un decenio más. Oficialmente, Canalejas fue el presidente más ambicioso de su época en las reformas que hizo aprobar para mejorar las condiciones de trabajo de hombres, mujeres y, sobre todo, menores. Extraoficialmente, lo que no hizo fue implementar mecanismos para que esas reformas se llevaran a la práctica. Lo que sí hizo, en cambio, fue utilizar al ejército y las fuerzas de seguridad para poner fin a conflictos en empresas (por ejemplo, la huelga general con que había empezado el otoño madrileño o la de trenes y tranvías de Zaragoza y Catalunya que le siguió), enfangar más a España en la invasión del actual Marruecos (Larache y Alcazarquivir), ilegalizar a la joven CNT y convivir con el caciquismo con el que, nos dicen sus nostálgicos, habría acabado si se le hubiera dado más tiempo.
Hipótesis indemostrables -y no muy originales, por cierto- aparte, lo cierto es que el de Canalejas es uno de los casos más meritorios de construcción de una reputación (entre la clase media y alta, sobre todo) que convive con hechos que la desmienten y que los trabajadores y/o pobres de la época conocieron bien. Algo que hoy día nos puede parecer habitual, pero que no deja de ser un fraude; la clase de fraude que impide entender, a quienes quieren ver en él un reformador asesinado por un misterioso agitador, embriagado de afán destructivo y financiado por oscuros intereses, que el español medio de entonces respiraba muerte -la esperanza de vida media de un obrero catalán en los primeros treinta años del siglo XX, contaba Dolors Marín en una charla, era de 33 años- y el magnicidio era un medio cada vez más normal de que los poderosos supieran que el miedo no entiende de clases sociales
(véase, si no, esta lista).

Mi corazón, me temo, está más con Manuel Pardiñas Serrano, anarquista aragonés y pintor de brocha gorda que, a sus 26 años, y en contacto, probablemente, con otros libertarios decidió acabar con el presidente y dar un mensaje claro tanto a sus sucesores como al rey Alfonso XIII (que era, probablemente, el objetivo que habría/n preferido para sus balas).
Si Pardiñas -que se suicidió con la misma pistola, tras fallar un intento contra el policía que se le acercaba y previendo un linchamiento- tenía en su vida privada algún aspecto que atentaba contra la virtud (una relación con una mujer casada, otras con otras mujeres con las que no tenía intención de casarse), por lo demás, para colmo, era un tipo discreto , que había sido buen estudiante y que -según contaba, sorprendido, el amigo que le alojó en Madrid- no fumaba, no bebía, no frecuentaba burdeles y parecía alimentarse a base de verdura y legumbres.
Este oscense tan chocante, seguido de cerca, sucesivamente, por las policías argentina, cubana, francesa y española (a veces, por varias, según el momento) consiguió quitárselos a todos de encima y hacer junto a la Puerta del Sol un jaque mate de los que, esta vez es literal, hacen historia. A la mierda tod@s aquell@s que son tan indulgentes con quienes mandan y tan exigentes con quienes somos mandad@s; como Miguel Hernández, para lo bueno o para lo malo, no olvidamos. Ni el miedo, ni el hambre, ni el plomo, ni la sangre, ni a quien empuñó la pluma, ni a quien hizo lo propio con la espada.
La tierra te sea leve, compañero. Salud.

domingo, 6 de noviembre de 2011

La Guerra Fría ha muerto, ¡viva la Guerra Fría!

Vivimos fechas llenas de efemérides pero, pese a lo que pueda dar a entender el título, esta entrada no trata sobre historia y quedan aparcados, de momento, los homenajes a -o reseñas biográficas de- Barry Horne, Carlos Marighella y, desde luego, Guy Fawkes.
El asunto, ahora mismo es qué está pasando con (aún más que en) Libia y Siria y qué capacidad tiene la izquierda occidental -la de verdad, antiimperialista- de entenderlo y de abrirse la cabeza intentándolo. Y de ahí, el título. Porque lo cierto es que, a casi veintiún años de la desintegración de la URSS, algun@s parecen seguir considerando como motor de la historia las maquinaciones geopolíticas y los golpes de mano a base de fuerzas especiales.
No es que uno ignore, por edad o falta de interés, el largo brazo de la CIA, la NSA o cualquier otro de los servicios de inteligencia gringos. Obviamente, a l@s muchach@s de Langley, Washington y demás les interesa más cualquier país de mayoría árabe que, digamos, Tuvalu, no se les puede culpar por ello, teniendo en cuenta qué es aquello por lo que les pagan y qué no. Pero, nos guste o no, la historia es más compleja y no se entienden los procesos políticos sólo con cenáculos y conjuras palaciegas.

Así las cosas, primera regla que propone Mr. Brown para un, digamos, Manuel del buen analista político aficionado (que sirve, además, para otros análisis): distinga entre aquello que se sabe y aquello que no y tenga la honestidad de reconocer qué entra en una categoría y qué entra en la otra.

Segunda: la información es tan fiable como la fuente de la que procede. Aunque un bando le caiga mejor que el otro, eso que no quiere decir que el primero nunca mienta o manipule, ni que el segundo lo haga por sistema. La distinción entre "mentir" y "manipular" no es nada superflua: a partir de un hecho real, se puede manipular mucho mejor -y de más maneras- sin necesidad de inventar un hecho ex nihilo y exponerse a que uno le pillen en una argucia de ese tipo, más palpable.

Tercera: no siempre hay una mano oscura detrás de aquello que a usted le parece especialmente misterioso o más poderoso de lo que habría previsto. Aún estamos esperando que la derecha-especialmente-apolillada demuestre la vinculación de las Brigadas Rojas con el Mossad, de ETA-(m) con la revolución sandinista, de Action Directe con el régimen de los ayatollahs o del atentado de Lockerbie con el de Gaddafi. Esperamos sentados, por aquello de las varices; gracias.
Otro día, podemos hablar de otras difamaciones, más venidas de la izquierda: los abertzales de ESB acusando a los Comandos Autónomos Anticapitalistas de estar en manos de la inteligencia española desde 1979, los de HB haciendo lo propio tras la "operación Mendeku", Guy Debord diciendo lo mismo de Action Directe y las autoridades francesas...

Volvamos, pues, al caso que nos ocupa y al problema de aplicar al presente la lógica de la Guerra Fría. Por aquella idea tan deleznable de que "el enemigo de mi enemigo es mi amigo", que durante aquel larguísimo invierno de más de cuarenta años servía para las posturas de supervivencia más peregrinas -lo que no significa, necesariamente, que fueran las más defendibles políticamente-; esa idea que lleva a algun@s, ahora, a hacer contorsiones para lavarle la cara a los regímenes de Bashar el-Assad y Gaddafi, tanto como mañana serán capaces (si a ello les obliga el fervor contra el eje yanqui-sionista) de denunciar que fue en un laboratorio del Pentágono donde se inventó el pastel de manzana. ¿Cómo se explica, en esa lógica de tres al cuarto, la relación entre los EEUU, los regímenes de Iraq y Siria y los islamistas locales si, durante años, esas cuatro partes estaban enfrentadas casi todos contra todos? Y, puestos a marear la perdiz, ¿qué opina esta gente de l@s terceristas? Reconozco que me gustaría verles pasar un mal rato hablando de Perón, Norberto Ceresole, Jean Thiriart o Roger Coudroy... unos minutos después de haber defendido el socialismo.
Lanzo una idea muy sencilla, pero que debería ayudar a esclarecer todo esto, de modo que incluso en el Partido de los Cabezas Cuadradas puedan entenderlo: no sabemos quién está matando en Siria, si sólo lo hace el régimen o lo hacen, también, sectores de la oposición civil (se habla de francotiradores, por lo misterioso de muchos disparos y de los ángulos con que llegan) y, de haber sectores de la oposición civil empleando las armas, en qué medida lo harían motu proprio y en cuál apoyados por potencias extranjeras (empezando por Israel y EEUU, cierto). La lista de preguntas, además, es más larga: ¿los militares sublevados están realmente del lado de los civiles, o sólo quieren hacerse con el poder? ¿Cuántos opositores son laicos, cuántos islamistas, cuántos podrían trabajar para al-Qaeda... ? No lo sabemos. Sabemos que se está luchando contra la clase dirigente de un determinado país, cosa que no dejan de ser buenas noticias. Sabemos que, para los miembros de la OTAN, puede ser una tentadora ocasión de seguir reorganizando el Tercer Mundo. Sabemos, también, que pueden llegar (más) refugiados de Siria, igual que de Libia y otros países. Nuestro trabajo, pues, no es decirles a sirios, libios o quien sea si son antiimperialistas, proimperialistas o hipocampos cabelludos. Lo que nos toca es oponernos diametralmente a que con nuestros impuestos, en nuestro nombre y en nombre de los derechos humanos -causa mucho menos sucia que ningún gobierno de cuantos la reconocieron en 1948- se emprenda ninguna cruzada contra Siria o se haga algo en Libia que no sea una retirada unilateral e incondicional (y, si la pactan con los locales, tanto mejor). Y nos toca a los primermundistas, también, acoger a los refugiados como seres humanos que merecen una dignidad en sus condiciones de vida -los nativos también, no somos mártires- y una dignidad en el trato que tengamos, eso que llaman "respeto". De esta convivencia obligada por las circunstancias siempre han brotado más flores que espinas, no lo olvidemos.

Para acabar, tengo que retomar ese "socialismo" que había quedado coleando hace un largo párrafo y abordar la última idea de este nudo gordiano, a saber: la formación marxista de muchos de esos analistas de la izquierda. En dos palabras, pobre Marx. En nueve: qué utilización tan pobre de las aportaciones de Marx. No lo digo porque piense que el viejo nunca se equivocaba, ni porque piense que los autores de los que hablo lo piensan, sino porque me da la impresión de que se han quedado en el análisis de las manidas condiciones objetivas y se han olvidado de las subjetivas. Está bien apoyarse en datos geopolíticos, económicos, sociológicos, etc. para analizar la situación de un país, pero los datos no permiten saber qué van a hacer las personas, sólo ayudan a entenderlo -y, sobre todo, cosas de la diosa Historia, ayudan a darle a los hechos un sentido a posteriori que es imposible decir si tenían o no en el momento de ocurrir-. Lo siento, pero nadie va a pedirnos permiso antes de rebelarse, ni va a preguntar si está previsto en la última noticia que hemos leído el que saliera en manifestación.
Algun@s no entendemos un socialismo sin humanismo. No tiene sentido. Hace falta una mentalidad muy jacobina y muy cuartelera para intentar entender la realidad sólo a base de informes de inteligencia y tablas de datos macroeconómicos; la clase de mentalidad que sólo puede llevar a un socialismo/comunismo con mucho de "ismo" y poco o nada de "social" o de "común", como no sea la disciplina. Ya nos sabemos la canción, ese socialismo donde los bosques son de bayonetas y donde "el que no está con nosotros, está con el enemigo". Si el humanismo significa algo, no es sólo la gran revolución -intelectual, primero; callejera y popular, después- de los últimos quinientos años, no es sólo pensar que las personas estamos por encima de las instituciones de cualquier tipo y de los roles en que quieran encerrarnos, significa, también, que la historia es, sobre todo, la historia de aquello que hacemos y que dejamos que nos hagan. No creo que haga falta citar expresamente a herr Marx, ¿no?

miércoles, 2 de noviembre de 2011

Marchando otra de Bolaño

Es inevitable: vuelvo a citar a don Roberto y su Carnet de baile. Por lo que me descubrió, por su cabeza y por su corazón:
54. Los hijos del león español decía Rubén Darío, un optimista nato. Los hijos de Walt Whitman, de José Martí, de Violeta Parra; desollados, olvidados, en fosas comunes, en el fondo del mar, sus huesos mezclados en un destino troyano que espanta a los supervivientes. 55. Pienso en ellos en estos días en que los veteranos de las Brigadas Internacionales visitan España, viejitos que bajan de los autocares con el puño en alto. Fueron 40.000 y hoy vuelven a España 350 o algo así. 56. Pienso en Beltrán Morales, pienso en Rodrigo Lira, pienso en Mario Santiago, pienso en Reinaldo Arenas. Pienso en los poetas muertos en el potro de tortura, en los muertos de sida, de sobredosis, en todos los que creyeron en el paraíso latinoamericano y murieron en el infierno latinoamericano. Pienso en esas obras que acaso permitan a la izquierda salir del foso de la vergüenza y la inoperancia. 57. Pienso en nuestras vanas cabezas puntiagudas y en la muerte abominable de Isaac Babel.