jueves, 30 de agosto de 2012

Joyeux anniversaire!

Querido Jann-Marc:

Ante todo, feliz cumpleaños. Me permito escribirte en castellano por dos motivos: el primero es que dijiste que lo entendías; el segundo, que seguramente no llegues a leer nunca esta carta, por lo que vas a ser, como diría un lingüista, su destinatario, pero no su receptor (este papel lo jugarán quienes lean este blog). Esto es, básicamente, una buena noticia, ya que esta carta es una suerte de sustituto de la que había pensado en escribirte si hubieras seguido entre los muros de Muret.

Si no me equivoco, este sexagésimo cumpleaños es el segundo que celebras de verdad, fuera de prisión, en 4 años y el tercero en 26. Se dice pronto. Como -ya está dicho- es más probable que esta carta la lean otras personas que que lo hagas tú, entenderás que haga de ella algo distinto que un intento de comunicación de un lado a otro de los muros carcelarios y de las singularidades personales.
En primer lugar, es una reivindicación de la honestidad, algo que tú no has inventado, pero sí cultivado. De haber nacido treinta años antes y no durante la vida de Action Directe, quizá tampoco habría apoyado algunas de vuestras acciones, tal vez ni siquiera habría apoyado todas las de los GAI-GARI, pero respeto y comparto el fondo de vuestra acción y discurso y pienso que cualquier anticapitalista honesto lo haría, incluso quienes prefieran promover y practicar sólo las acciones no-violentas. Más aún, recuerdo haber visto el documental Ni vieux, ni traîtres ("Ni viejos, ni traidores", visible gratis y con subtítulos en castellano aquí) y cómo, a partir de los 87'57", tu carta, leída por uno de los directores, hace una crítica serena e implacable de la implicación política de vuestra generación, de su fracaso y de su escasez. Entre los lobos de la autocomplacencia y el precipicio de la traición, elegiste volar. Te negaste a elegir cuando la elección era toda ella una trampa. Bien por el hecho en sí y por el desmentido de tópicos como que hoy día no hay referentes de valores o -la clase de frase que puedes escuchar en España, te lo aseguro- que "faltan cojones", así, en general.
En segundo lugar, esta carta es un mensaje para otras personas que tampoco podrán leerla. Por ejemplo, para Mario, que sigue desaparecido (y muy bien que hace) porque no le perdonan haber sido de los GAI-GARI hace 37 años. Como se niegan a perdonarle en las policías españolas, se niegan -por falta de interés y paladas de ignorancia- en las de Francia, Finlandia o Canadá. Y Mario, entre tanto, seguirá tan flamenco y rebelde corriendo, acosado pero libre, en esta noche de Luna llena.
También para Salvador, Enric y Oriol que, como tod@s l@s muert@s, son invencibles pero que, a diferencia de much@s muert@s, no tienen que alimentar la tierra bajo la losa del oprobio que supone una vida de colaboración con la Muerte misma. Salvador era apenas nueve meses mayor que mi propio padre, el tiempo que tarda en germinar un ser humano, y me parece un buen ejemplo de lo que decía Brecht y que citaba Jacques (en uno de los pocos momentos en que no sonreía), también en Ni vieux, ni traîtres (80'36"), eso de "Nuestras derrotas, lo único que demuestran es que somos poc@s l@s que luchamos contra la infamia y de l@s espectadores esperamos que, al menos, se sientan avergonzad@s".
También para Jean-Claude y para Joëlle, entre otras cosas, porque la vida en sí misma es dura (y más, en prisión) y porque fue ella quien formuló, en esta entrevista, la frase que yo te adjudicaba a ti y que explica perfectamente vuestro noble rechazo del arrepentimiento. La idea -que Nathalie, Georges y tú mismo habéis defendido- de que vuestras acciones habían pretendido ser contribuciones a la lucha de clases y, como tales, abjurar de ellas habría equivalido a intentar reapropiároslas, negárnoslas a l@s demás y contribuir a nuestra desposesión de referentes colectivos.
De hecho, aunque no creo que tú les conocieras personalmente, esta carta también es un guiño a Naparra y Pertur, mejores miembros de vuestra generación que much@s de quienes les sobrevivieron, porque hoy se está hablando de desaparecid@s y parece que nadie quiera acordarse de que l@s últim@s desaparecid@s polític@s en España no son del 39, ni de ningún otro año anterior al 76.

En definitiva, el sentido de esta carta tiene que ver con reivindicarte como sujeto, no sólo un nombre en los libros de contrahistoria o en esos periódicos de hemeroteca que tanto miedo dan a algun@s; tiene el sentido de decir que, jóvenes, madur@s o ancian@s, aquí seguimos, armad@s de memoria y de voluntad e intentando montar un polvorín de coraje y dignidad, a ver qué tal se nos da.
Una confidencia, para acabar. Mirándome al espejo, le he pedido un favor a mi reflejo, uno solo. Le he pedido que, si yo también acabara abjurando de la Revolución y la Idea, postrándome ante la Bestia capitalista, me escupa en la cara sin contemplaciones y con mucha bilis. Ha sonreído, que es su manera de aceptar el trato.
Seguiré leyéndote, seguiremos del mismo lado de la barricada. Sé feliz,


B

jueves, 23 de agosto de 2012

La desesperación y sus cimas y crímenes

Una de las frases más famosas que André Breton escribió en el segundo manifiesto surrealista decía que «el acto surrealista más sencillo consiste en bajar a la calle, revólver en mano, y tirar al azar contra la muchedumbre». Se trata, nos decimos, de una mera idea, expresión del mismo asco y hastío de que Breton habla en ese mismo texto a continuación... una idea, no obstante, de la que ya había hablado con más credibilidad Émile Henry en una carta pocos años antes de que Breton naciera, sosteniendo que «nadie es inocente». El mismo Émile Henry que había vengado a las víctimas de la matanza estatal de Fourmies y a Ravachol poniendo una bomba que sería llevada a la parisina comisaría de la rue des Bons-Enfants (donde mataría a cinco agentes) y que seguiría con su modesta campaña una semana después de la muerte de Auguste Vaillant en la guillotina arrojando otra bomba casera contra la lámpara de araña del café burgués Terminus, donde el propio Henry parecía tranquilamente sentado como un cliente cualquiera. El mismo Henry que, según algunas fuentes, habría dado «Breton» como apellido falso a la policía en el momento de ser detenido, un tiempo antes de escribir esa terrible frase, y el mismo Henry, hijo de la derrota sangrienta de la Comuna de París, que se habría convertido, con tan poco selectivas bombas, en el «ángel vengador» de aquel tiempo desesperado y miserable y de los crímenes de su burguesía entera, de su sociedad al completo, incluso.
El mismo que prefigura tanto a Mateo Morral como a Timothy McVeigh y que, a menos que se deje uno llevar por el sensacionalismo (y aún así... ) queda ensombrecido por el puñal quirúrgico de Sante Caserio y por la bomba inocua, simbólicamente hiriente, que arrojó el mentado Vaillant en la sede el poder legislativo.

Es curioso, en todo este asunto, que la frase de Breton pueda ser considerada tanto una licencia poética como una invitación a la violencia más extrema y misantrópica y que, en este sentido, como en otros, Albert Camus la emprendiera con él y, en general, con el Grupo Surrealista -no así con el surrealismo- por ese uso de la fantasía como evasión (y en este caso, como pataleta). Michel Onfray parafrasea la indignación de Camus al respecto preguntándose «¿Y si alguien lo hace?» y afirmando (a partir de los 37'47'' de este vídeo) «El concepto es peligroso; son materiales inflamables, las palabras, y hay que usarlas con justicia y justedad».
Probablemente, todo esto dice mucho más de la frustración y sus vías de escape en la fantasía que de nuestros aciertos y fórmulas reales para enfrentarnos a nuestros problemas concretos en la realidad concreta, vengan de l@s surrealistas, de Camus o de quien sea... de todos modos, no está de más recordar esta polémica, pues está tan arraigada la impotencia en los círculos anticapitalistas que hablar de matar, mutilar, herir o amenazar con hacer cualquiera de estas cosas se considera normal y, si bien esto se puede relacionar al 50% con la historia de las épocas anteriores (y de algunas sociedades de nuestro tiempo), me temo que el otro 50% deba imputarse a nuestro afán esquizoide de fantasear con lo que, de hecho, no creemos que podamos llegar a hacer/ser. El lema de esas fantasías sería algo así como «Dado que quizá nunca tengamos fuerza social para hacer ese daño físico, ¿por qué amargarnos las fantasías con dilemas éticos sobre hablar de niveles de violencia que están a años-luz de lo que hacemos y de lo que pretendemos hacer a corto plazo?».
En la práctica, todo esto no nos parece tanto una vulgarización de cierto debate (el debate sobre qué acciones, tácticas y estrategias pueden incluir el uso de la fuerza contra otras personas) como una banalización de la violencia que nos produce este sistema, nuestra impotencia y su banalización en otros ámbitos (TV, cine, literatura, videojuegos, cómics, etc.). En este sentido, si a algo nos recuerdan las reservas de Camus sobre Breton y su explicación por Onfray es a El rey pescador.
El argumento de esta película de Terry Gilliam se basa en el encuentro entre Jack, un locutor de radio interpretado por Jeff Bridges, y Parry, un sin techo con problemas mentales interpretado por Robin Williams. Lo curioso de la relación entre ambos estriba en que Parry ha pasado de ser un tipo acomodado cualquiera a ser un sin techo desquiciado después de que un oyente de Jack, frívolamente aconsejado por él en este sentido, matara a tiros a un grupo de desconocid@s entre l@s que estaba la mujer de aquel.

lunes, 6 de agosto de 2012

No es tan fiero el león como lo pintan

Se llama negacionista a cualquiera que niegue algo que es tenido por cierto, pero este término, usado casi exclusivamente para hablar de historiadores, suele servir, en especial, para designar a quienes niegan el holocausto nazi en los términos en que se suele sostener que tuvo lugar.
Si formulamos esto último de manera tan sutil es porque, en la medida en que nos hemos interesado por la historiografía negacionista (que tampoco ha sido grande; la medida, decimos), nos hemos encontrado con que no se suele negar tanto el exterminio en sí como la cifra de víctimas y su carácter sistemático en lo relativo a l@s hebre@s (y el que fuera decidido como «solución final» en aquella reunión de enero de 1942 por los máximos líderes nazis), además de intentar relativizarlo haciendo hincapié en la dureza de la guerra y la limitada capacidad del Reich para sostener a la suma de su población y la de todos los países ocupados en tales circunstancias.

En esta ocasión, más que lo válido o inválido de los indicios que l@s negacionistas reivindican, lo que nos interesa es la reacción psicótica de muchos de quienes dicen oponérseles. Con la excusa de oponerse al nazismo (al régimen muerto hace ya 67 años, más que a la ideología, peligrosamente viva, pese a su olor apolillado), llegan a utilizar el derecho penal contra quienes manipulan la historia en un sentido negacionista, pretendiendo que constituya un delito de incitación al odio o apología del genocidio, por más que las palabras no maten. Puede parecer que desde aquí intentamos lavarle la cara al nazismo, pero no van por ahí nuestras intenciones; más bien, como hizo Noam Chomsky con respecto a la persecución judicial de Robert Faurisson, preferiríamos señalar que manipular la historia, como cualquier otra información, es un derecho -un desagradable, pero inalienable derecho-. Abordar cualquier tema implica imprimirle un sesgo, una línea de corte que deja cosas dentro y otras fuera y permite decidir a qué se da más importancia, qué se relaciona con qué, cómo se organiza el contenido, etc. El resultado, pues, es siempre sesgado y, a menudo, repugnante: nos sirve Faurisson o Irving como nos sirven Pío Moa o De la Cierva, pero no por ello vamos a azuzarles a los perros de la magistratura. Si el derecho penal sirve para algo (y nuestra tesis para ese tema sería que probablemente no, para qué mentir), no es para decirles a los historiadores quiénes son l@s buen@s y quiénes l@s mal@s, en favor de quién se puede manipular y en favor de quién no. Con l@s historiadores como con l@s periodistas, nos encontramos con un gran problema ético, no judicial.

Pero ¿sirve todo este ruido en torno a l@s negacionistas para algo que no sea darles publicidad? Sí: sirve para lavarles las manos a tod@s l@s demás.
Ese es el gran regalo de l@s nazis al resto de criminales del mundo y, en especial, a l@s de su época. L@s nazis tienen que ser l@s más mal@s, tienen que ser el Mal encarnado y desatado sobre la Tierra, porque sólo así tendrán l@s demás algún punto de redención. El holocausto nazi, diría el sentido común, no sería defendible aunque hubiera sido menos planeado, aunque sus víctimas hubieran sido 3 millones en vez de 6, o un millón, o doscientas mil. Pero lo cierto es que muchas corrientes políticas tienen muchos muertos debajo de la cama y rezan cada vez que se acuerdan por que las víctimas del régimen nazi fueran 6, 12 o 13 millones, porque hicieran jabón con su grasa o pisapapeles con sus huesos, rezan por que «nazi» siga siendo el estigma del mal (algunos hablan de «falacia reductio ad Hitlerum») que no permita ver lo atrozmente banal de cuanto hicieron los nazis: los campos de concentración de civiles, los trabajos forzados, las condiciones insalubres, los bombardeos despiadados, el exterminio a gran escala... todo.
Sin salir de la Segunda Guerra Mundial ¿cuántas decenas de miles de personas -en su mayoría, civiles- murieron cuando el presidente «demócrata» F. D. Roosevelt hizo bombardear concienzudamente Hamburgo o Dresde, cuántas cuando el también «demócrata» Truman hizo lanzar la primera bomba atómica sobre Hiroshima (hace hoy 67 años) y, tres días después, otra sobre Nagasaki? A los defensores del imperio yanqui-sionista les urge hablar de los crímenes nazis para disimular que EEUU es el único estado que ha utilizado armamento atómico contra un pueblo y que ha sido condenado por terrorismo en un Tribunal Internacional de Justicia (1986) o que el sionismo fue, con honrosas excepciones, un buen compañero de viaje y en parte un predecesor del nacionalsocialismo se mire por donde se mire y que ha intentado, con menos brutalidad y más eficacia, poner en práctica un proyecto identitario integrista, supremacista y colonialista, militarizado hasta las cejas y defensor de los castigos colectivos, los atentados indiscriminados y la tortura.
Urge hablar de la maldad nazi a quienes le lavan la cara al colonialismo español, primer gran utilizador de los campos de concentración (Cuba, Puerto Rico y Filipinas, 1895-1898) para pasar a la población civil hostil pour una cruel e indiscriminada criba, el mismo que usó armas químicas contra la población de Marruecos para conquistar el norte del país y ametralló marroquíes hasta la víspera de su independencia, pero que abandonó a los saharauis a su suerte hace apenas treinta y siete años.
Les urge también a l@s nostálgic@s del colonialismo francés, pues la mayor parte de los militares franceses de la SGM no eran franceses, sino colonizados por Francia, lo que a  muchos no les impidió batirse el cobre contra el invasor alemán (fuera por convicción, por la solda o por lo que fuera) y la recompensa fue, en el mejor de los casos, ninguna y, en el peor, las matanzas de independentistas argelinos a manos de colonos armados por los militares o los sanguinarios bombardeos contra los malgaches. Les urge por todo esto y porque ello puede diluir el hecho de que la Resistencia fuera un fenómeno minoritario -cosa que da un mérito aún mayor a quienes participaron en ella, desde luego-, que entre un 20 y un 25% de sus miembros fueran refugiados o inmigrantes (italian@s, españoles, polac@s, ...), que algunos miembros de la Resistencia cometieran sus propios crímenes, que algunos de quienes participaron en ella lo hicieran o no intermitentemente según se lo ordenaran sus amos (PCF y, por extensión, organizaciones-satélites como la CGT) o que muchos de quienes no lo hicieran, sin ser filonazis, no tuvieron problema en colaborar con el régimen de Vichy con toda naturalidad (en Argelia, concretamente, la policía se congratulaba de haber llegado, en aquella etapa vichysta, a niveles de colaboración ciudadana nunca vistos).
Son algunos ejemplos de lo poco originales que fueron los nazis en el exterminio, el supremacismo o los campos de concentración (¿ya hemos olvidado cómo acabó Sri Lanka con los Tigres por la Liberación de la Patria Tamil la pasada década?), pero lo mismo puede decirse del racismo: ¿alguien cree que desapareció de las instituciones con la derrota nazi?
El apartheid (que fue una adaptación de políticas anteriores similares) se impuso en Sudáfrica a partir de 1948, el mismo año en que se adoptó el programa «Australia blanca» en el país oceánico. Dicho programa, vigente durante más de veinte años, tenía entre sus objetivos reducir al máximo la inmigración desde países «no blancos» como Indonesia dificultándola legalmente y favoreciendo la de otros «blancos» como el Reino Unido, mantener a la población aborigen al margen de la criolla y arrancar de sus padres a l@s hij@s mestiz@s para recluirles en centros del estado donde se les daba un nombre cristiano y se les obligaba a adoptar la cultura criolla australiana: el idioma inglés, la manera de hablarlo, de vestirse, de peinarse, de comer, las normas de cortesía, etc.
Además de en Sudáfrica, en la entonces Rhodesia del Sur -la actual Zimbabwe- el régimen no era menos racista y, en el apogeo de la lucha guerrillera indígena (finales de la década de 1970 y principios de la de 1980), llegó a utilizar armas químicas y biológicas, gracias a científicos y médicos como Steven Hatfill (que posteriormente trabajaría para la CIA).
En Suecia, el Instituto Estatal de Biología Racial esterilizó a algo más de 60.000 personas entre 1922 y 1975 (cuando el gobierno de Olof Palme lo hizo clausurar); se trataba de «enfermos mentales», gitanos y, sobre todo, lapones.

Suficientes ejemplos para la enciclopedia del horror, sin ser exhaustivos. Para acabar, remitimos a la foto que encabeza esta entrada. Tomada por John Florea y publicada por Life, muestra un par de bombas del ejército estadounidense destinadas al bombardeo de Tarawa (actual Kiribati), tomada por el ejército japonés, cuya actuación entre 1937 y 1945 fue tan organizadamente brutal, cruel y supremacista como la de la Wehrmacht. En ambas, los soldados han escrito bromas: en la más alejada del objetivo de la cámara, sobre el general que presidía el gobierno japonés (ejecutado por los gringos pocos años después); en la más cercana, la clase de frase que uno dice antes de contar un chiste, con un significado muy distinto: «¿Has oído esto? ¡Te vas a morir!». Sólo que, en inglés, la traducción literal es «¡Te va a matar!» y que, en ese caso, es literalmente cierto. Eso es lo que vale la vida para algun@s, para much@s, para muchísim@s. No necesitan hablar alemán, ni lucir cruces gamadas.
No es tan fiero el león como lo pintan, no si lo pintan otros leones.