Yo tenía un amigo.
También tenía una
amiga. Estaban juntos. Bastante juntos, las parejas tienden a estar
bastante juntas, en general. Dos años después de conocerles,
dejaron de estarlo. Poco después, ella me dijo que él la había ido
alejando de otras personas, había conseguido que ambos dependieran
cada vez más del otro y sometido a todo un proceso de anulación.
Ninguno entró en
detalles, pero él reconocía que la relación no era sana y que la
ruptura era, en el fondo, lo mejor para ambos. Después, estaba en
otra relación, con otra persona, otra buena persona y yo creía que
todo iba bien, todo lo bien que pueden ir las cosas en el mundo real,
vaya. Él reconocía que había tenido actitudes de puro maltrato
psicológico por su inseguridad y que quería dejar eso atrás.
Y me entero, más de
cuatro años después de la primera ruptura, de que no es así. De
que él ha seguido teniendo actitudes de maltrato, de acoso. Y me
pregunto qué puedo hacer, qué debo hacer. Me pregunto si puedo
ayudarle a cambiar o, al contrario, debo dejarle de lado como han
hecho otros y esperar que el aislamiento le cambie o al menos le
dificulte llegar a otras posibles víctimas.
Quedo con él, hablamos
de banalidades. Después de mucho rato, saco el tema. Da su versión,
no niega nada, se muestra humilde, relativiza lo ocurrido: él no
cree haber sido el único con actitudes malsanas, no recuerda que
hubiera tanta diferencia entre lo hecho por uno y otra, etc. Me
sugiere alejarme de él si lo creo conveniente, por más que desee,
dice, que sea para volver a encontrarnos después. Le digo que sí,
que prefiero alejarme. No sé si consigo decirle todo lo que siento:
que ya no sé si le conozco, que ya no sé si puedo confiar en él,
que no sé si estar cerca de él es una manera de ayudarle a cambiar
o ayudarle a encubrir lo que, en el fondo, también es. Me alejo de
él y lo siento como una ruptura: ¿ha sido su gran final como actor
o realmente me ha dejado ir con verdadera humildad y buena intención?
Han pasado más de dos
años cuando escribo esto –cuatro años cuando lo releo– y tengo las mismas dudas y el mismo dolor por todo lo ocurrido.
El mismo dolor y la misma vergüenza porque no lo vi (¿o no supe
verlo?) y no pude ayudar a mi amiga. El mismo dolor y la misma
vergüenza porque otro sí supo ayudarla y tanto fue así que se
convirtió en su nuevo compañero-enemigo, en su nuevo manipulador
infiltrado hasta en el último rincón de su corazón. La misma
vergüenza porque sé que mi parte no es tan dolorosa como las de
ellas. Tengo la misma vergüenza porque toda esta consciencia, en lo
mental y en lo emocional, no cambia una puta mierda de lo ocurrido,
aunque quizá me sirva para hacerlo mejor en una situación parecida.
Eso es lo que tengo, lo
que de todo esto me queda.