domingo, 29 de mayo de 2011

De la sonrisa a la victoria

I

A la espera de la semana que viene, en que estará en condiciones de ofrecer más relatos (cosa que quiere hacer desde hace varias semanas), Mr. Brown aprovecha para ofreceros lo que ha descubierto sobre Burgess.
Anthony Burgess es ese escritor conocido, sobre todo, por ser el autor de La naranja mecánica y resulta que tenía 42 años cuando le diagnosticaron un cáncer cerebral que no le dejaría vivir, dijeron, más de uno o dos años. El amigo Anthony dejó su trabajo como profesor universitario y se puso a escribir como si no hubiera un mañana, que diría cierta persona, porque prácticamente no lo había y esperaba, a golpe de derechos de autor, dejarle algo más de dinero a su mujer.
Antes de ese fatídico día de 1959 (recordemos, 42 añitos), Burgess había escrito tres novelas. Al cabo de un año ya había escrito cinco más y tenía a medio hornear La naranja mecánica; al cabo de dos, la había acabado y había escrito dos más. El diagnóstico resultó ser un error, pero ya daba igual: la vida había vencido a la parálisis, al miedo. Anthony Burgess, lingüista, traductor y literato, escribió al menos veintidós novelas más, cuatro libros de relatos, dos de poesía, tres obras de teatro, dos libros para niños, tres biografías, dos libros de memorias, tres de textos periodísticos, ocho traducciones literarias (incluyendo Cyrano de Bergerac, Edipo Rey y Carmen) y veintiún ensayos y tratados sobre música (su otra gran pasión como creador), lingüística y literatura, principalmente. Sólo la auténtica muerte biológica, treinta y cuatro años después de aquel pronóstico médico, pudo pararle. Un verdadero cáncer, este de pulmón, se llevó a los dos Burgess, al que había hecho sus pinitos en la literatura y la composición musical, y al que se sumergió en su torbellino sin nada que perder.

II

Esto nos lleva a Fritz Angst (apellido traducible como «angustia») o Fritz Zorn (seudónimo, traducible como «ira») y su novela Bajo el signo de Marte, cuya historia conoció Mr. Brown hace un año y medio y que sigue removiéndole casi todo.
Fritz Angst nació en Zürich, en el seno de una familia de la burguesía suiza, en los mismos años en que la, para algunos, democracia más sólida del mundo, bastión de la neutralidad bélica, entregaba exiliados alemanes al aparato represivo nazi y custodiaba el oro expoliado sin hacer preguntas. A escala familiar, esa es la atmósfera que Angst evoca, la de un entorno en el que se pretende que todo sea perfecto, sencillo y estable y en el que no se busca otra receta para conseguirlo más que callar todo cuanto amenace ese statu quo, sean sentimientos, referencias a la sexualidad o cualquier otro tema que, por desestabilizador, convenga convertir en tabú.

Después de haber sacado adelante sus estudios de filología alemana y lenguas latinas y de haberse doctorado, el joven Fritz empieza a trabajar en un instituto como profesor de castellano y portugués. Poco después, apenas llegado a la treintena, se le diagnostica un linfoma de tipo maligno y es sólo entonces cuando se convierte en Zorn y, sentado ante la máquina de escribir, emprende su ataque a sus propios orígenes, sin concesiones.

En un tiempo en que escasamente se empiezan a entender los orígenes de los procesos tumorales, Angst tiene claro que el mismo entorno y educación que han atrofiado su vida emocional han atrofiado también su organismo hasta abocarlo a la autodestrucción; incapaz, pues, de compartir sus sentimientos de una manera más natural, apenas capaz de amar, Fritz acude a sesiones de psicoterapia y acaba por escribir esta novela lapidaria cuyo primer párrafo sentencia:

«Soy joven, rico y culto; y soy infeliz, neurótico y estoy solo. He tenido una educación burguesa y me he portado bien toda mi vida. Por supuesto, también tengo cáncer, cosa que se deduce automáticamente de lo que acabo de decir.»

Una vez que el joven escritor estalla, no hay nada en casi 300 páginas que no sea barrido por la explosión de una vida que sólo cuando parece estar a las puertas de su fin empieza a ser tal. El autor se declara «en estado de guerra total» y esa movilización feroz será su último acto de vitalidad, un aullido que no es nuevo y que tendrá su eco en la propia Suiza y más allá.

Más aún, el rechazo de Angst/Zorn a su familia no tiene una brizna de impostura literaria: en su testamento, no hay derechos de autor para la familia Angst, los beneficios que produzca Bajo el signo de Marte serán para Amnistía Internacional.

El título de la novela (que en el original alemán es Mars, a secas) bien se puede relacionar con el dios romano de la guerra, basado en el griego Ares, pero también con el planeta más cercano al nuestro. Un mundo frío, desolado, rojo de óxido, como la furia tardía y recién descubierta de Zorn y que se dirige contra todo lo que hace del nuestro un mundo, a sus ojos, también frío y desolado. Del concepto de Dios dice: «Aunque tengamos como hipótesis que Dios no existe, habría que inventarlo sólo para romperle la cara», de lo aprendido en el ambiente familiar, que los temas se dividían en dos categorías «lo bueno y lo complicado» y, más aún, considera su historia como la constatación de un fracaso personal y colectivo. Igual que su enfermedad es, a sus ojos, un acto de inmolación de su organismo por la «impotencia total del alma», el malestar social que sacudía la Europa de su época –y, en buena medida, aún lo hace en nuestros días– se presenta como un síntoma de una enfermedad social y cultural que debe ser afrontada. El hecho de que los disturbios que ya sacudían países como España o Italia empezaran a reproducirse en la apacible y estable Suiza a principios de 1980 parecían a dar a la novela un carácter profético y más cuando, a lo largo de meses y años, las tiendas de lujo de Zürich y otras grandes ciudades helvéticas volvían a ver sus escaparates destrozados una y otra vez y los policías de aquel país volvían a recibir golpes y pedradas de las masas de manifestantes que intentaban disolver.

En este momento histórico en que la voracidad del libre mercado le ha llevado a la mayor crisis de los últimos ochenta años, en que el Poder sólo engaña a l@s fanátic@s del autoengaño, encontramos a los valores burgueses en que Fritz fue educado tal como Janus Vitalis encontró a Roma hace casi cinco siglos: venciéndose a sí mismos, sólo para demostrar que no hay nada que no pueda ser vencido.

domingo, 22 de mayo de 2011

La realidad me absorbe y la Historia nunca se ha ido

Tendrías que ver cómo está la Puerta del Sol, cómo está todo el centro, cómo está Madrid (la gente hablando con interés de política por todas partes: en el metro, en Internet, en las aceras... ). Cómo está toda España y, entre unas cosas y otras, cómo el virus se ha seguido propagando por todo el mundo.
Te habría gustado, de eso estoy bien seguro. No sé si habrías ido, la verdad -pienso que sí y me gusta pensarlo, pero no lo sé-, de lo que estoy seguro es de que te habría gustado. Tendrías 62 años, no está mal, hay gente de esa edad y más, te lo aseguro.
Tú te lo pierdes, yo te lo pienso seguir contando, como si esperara que entendieras por qué nunca debiste rendirte. Como aprovechándome de que esta vez no me vas a llevar la contraria; como diciéndote lo que llevo años diciéndome a mí mismo y diciéndole a todo el mundo: que rendirse no es una opción. Rendirse es renunciar a todas ellas.
En eso estamos, en no rendirnos. Ni morir, ni limitarnos a sobrevivir, estamos más cerca que nunca de vivir, con todos los problemas y contradicciones que pueda traernos. Nada se ha terminado, que decía la canción, seguimos en lucha como nunca, decididos a vivir.

miércoles, 11 de mayo de 2011

Como salido de la pluma de Palahniuk

En su grandeza, así empieza Diario. Una novela de Chuck Palahniuk:

21 DE JUNIO,

LUNA EN TRES CUARTOS

Hoy ha llamado un hombre desde Long Beach. Ha dejado un mensaje largo en el contestador, farfullando y gritando, hablando deprisa y despacio, diciendo palabrotas y amenazando con llamar a la policía para que te detengan.

Hoy es el día más largo del año. Pero últimamente todos lo son.

El parte meteorológico de hoy anuncia preocupación creciente seguida de terror desatado.

El hombre que ha llamado desde Long Beach ha dicho que le ha desaparecido el cuarto de baño.

domingo, 8 de mayo de 2011

Amor, deseo...

No sé quién eres, así que no sé si nos hemos encontrado, o aún no. En todo caso, la vida de una persona que se levanta y se acuesta sola casi cada día de cada semana de cada mes de cada estación, siempre es menos gozosa.

No soy Casanova ni Cuasimodo, no tengo neones que anuncien perfección ni vendo nada en absoluto. En cambio,

a ti, que te ríes desde el fondo de las tripas sin importar si pareces o no una “señorita”, que eres tan natural que hablar contigo y sentirse en casa es todo uno,

a ti, que fulminas a quien pretenda vender humo sin soltar un golpe ni levantar la voz, que manejas un vocabulario de más de diez mil palabras y clavas las uñas en el lomo de tus amantes cuando llegas al orgasmo,

a ti, que, insegura, disimulas tu deslumbrante belleza y racionas un-poco-demasiado tus inteligentes comentarios y tus vastos referentes,

a ti, que brillas sin perdonar a nadie la vida y pareces burlarte de todo y de todos, incluyéndote a ti misma,

quiero conocerte más y mirarte tan de cerca que respiremos con un solo aliento, reírnos juntos, en esa «distancia cero», mientras miramos y admiramos las perfecciones e imperfecciones de amb@s… no te prometo nada, las promesas se las lleva el viento y mi aliento es el único aire que te puedo garantizar. Así pues, no te prometo nada, si quieres comprobar algo de esto, búscame.