lunes, 31 de diciembre de 2012

Caos

Del diccionario de la RAE:
caos.
(Del lat. chaos, y este del gr. χάος, abertura).
1. m. Estado amorfo e indefinido que se supone anterior a la ordenación del cosmos.
2. m. Confusión, desorden.
El caos como matriz de la que todo viene, nebulosa donde todo es posible.
El caos por sí solo no basta, hace falta algún orden u órdenes para no vivir en una potencialidad permanente basada en sobrevolarlo todo para acabar muriendo igualmente... pero hace falta esa abertura para que la vida sea posible.
Los proyectos, las pasiones, las inmersiones en algo o alguien sólo son posibles porque lo improbable ocurre y lo inesperado está entre sus consecuencias. Más allá del laboratorio, no hay sistema sin entropía ni vida sin caos.

lunes, 3 de diciembre de 2012

La melancolía según A. Pizarnik

Hacía tiempo que no leíamos algo tan curioso -pese a lo breve y, aparentemente, no demasiado ambicioso- como La condesa sangrienta, el trabajo más largo en prosa de Alejandra Pizarnik (1936-1972). La edición que hemos leído, de hace dos años, está deliciosamente ilustrada en blanco, negro y rojo por Santiago Caruso, dando como resultado una atmósfera coherente entre sus dibujos, de un simbolismo muy poderoso, y el estudio de Pizarnik (que parte de una reseña/traducción del escrito por Valentine Penrose en 1957), que explora de manera personal la figura de Erzsébet Báthory y todo lo que ella encarnó: el sadismo, el horror, la sociopatía de l@s poderos@s; su vida aislada, permanentemente melancólica y displicente.

Sobre el tema de la melancolía, Alejandra Pizarnik, que se suicidaría siete años después de publicar esto por primera vez, escribe:


Un color invariable rige al melancólico: su interior es un espacio de color de luto; nada pasa allí, nadie pasa. Es una escena sin decorados donde el yo inerte es asistido por el yo que sufre por esa inercia. Éste quisiera liberar al prisionero, pero cualquier tentativa fracasa como habría fracasado Teseo si, además de ser él mismo, hubiera sido el Minotauro; matarlo, entonces, habría exigido matarse. (…) Creo que la melancolía es, en suma, un problema musical: una disonancia, un ritmo trastornado. Mientras afuera todo sucede con un ritmo vertiginoso de cascada, adentro hay una lentitud exhausta de gota de agua cayendo de tanto en tanto. De allí que ese afuera contemplado desde el adentro melancólico resulte absurdo e irreal y constituya «la farsa que todos tenemos que representar».