lunes, 31 de diciembre de 2012

Caos

Del diccionario de la RAE:
caos.
(Del lat. chaos, y este del gr. χάος, abertura).
1. m. Estado amorfo e indefinido que se supone anterior a la ordenación del cosmos.
2. m. Confusión, desorden.
El caos como matriz de la que todo viene, nebulosa donde todo es posible.
El caos por sí solo no basta, hace falta algún orden u órdenes para no vivir en una potencialidad permanente basada en sobrevolarlo todo para acabar muriendo igualmente... pero hace falta esa abertura para que la vida sea posible.
Los proyectos, las pasiones, las inmersiones en algo o alguien sólo son posibles porque lo improbable ocurre y lo inesperado está entre sus consecuencias. Más allá del laboratorio, no hay sistema sin entropía ni vida sin caos.

lunes, 3 de diciembre de 2012

La melancolía según A. Pizarnik

Hacía tiempo que no leíamos algo tan curioso -pese a lo breve y, aparentemente, no demasiado ambicioso- como La condesa sangrienta, el trabajo más largo en prosa de Alejandra Pizarnik (1936-1972). La edición que hemos leído, de hace dos años, está deliciosamente ilustrada en blanco, negro y rojo por Santiago Caruso, dando como resultado una atmósfera coherente entre sus dibujos, de un simbolismo muy poderoso, y el estudio de Pizarnik (que parte de una reseña/traducción del escrito por Valentine Penrose en 1957), que explora de manera personal la figura de Erzsébet Báthory y todo lo que ella encarnó: el sadismo, el horror, la sociopatía de l@s poderos@s; su vida aislada, permanentemente melancólica y displicente.

Sobre el tema de la melancolía, Alejandra Pizarnik, que se suicidaría siete años después de publicar esto por primera vez, escribe:


Un color invariable rige al melancólico: su interior es un espacio de color de luto; nada pasa allí, nadie pasa. Es una escena sin decorados donde el yo inerte es asistido por el yo que sufre por esa inercia. Éste quisiera liberar al prisionero, pero cualquier tentativa fracasa como habría fracasado Teseo si, además de ser él mismo, hubiera sido el Minotauro; matarlo, entonces, habría exigido matarse. (…) Creo que la melancolía es, en suma, un problema musical: una disonancia, un ritmo trastornado. Mientras afuera todo sucede con un ritmo vertiginoso de cascada, adentro hay una lentitud exhausta de gota de agua cayendo de tanto en tanto. De allí que ese afuera contemplado desde el adentro melancólico resulte absurdo e irreal y constituya «la farsa que todos tenemos que representar».

martes, 13 de noviembre de 2012

La Causa Última de Todas las Cosas

Se equivocaron u os engañaron. Todas las religiones, todas las ideologías, todas las corrientes filosóficas e incluso aquellas opiniones que se decían por encima o al margen de todas las antedichas. Yo he tenido una revelación y os puedo decir La Verdad.

La Única y Última Verdad es la Burocracia, esa es la verdad. La Verdad, con mayúsculas, versalitas o minúsculas, es que al final de vuestra vida compareceréis ante San Pedro, Pepito Grillo, Jean-Paul Sartre o quien quiera que sea vuestro Auditor Existencial y os mandará a casa una vez tras otra a por una fotocopia compulsada de vuestras obras, un certificado del empadronamiento de vuestro supuesto sentido común u os liará para intentar contratar un servicio de «conciencia limpia premium» que no llegará nunca. La cochina existencia ulterior que nos espera, a vosotr@s y a mí, es como el castigo de Sísifo, pero peor: corretearemos como bichejos creyendo que vamos a llegar a alguna parte y sin saber que la finalidad de tal dossier es no estar jamás completo.

jueves, 1 de noviembre de 2012

Una observación sobre prohibición, transgresión y libertad

Toda prohibición puede ser transgredida y, en muchos casos, un@ puede desear llevar a cabo esa transgresión sin esperar conseguir nada con ello; cuando así ocurre, hay una pregunta inevitable: ¿lo deseo por algo de lo que ni soy consciente, o es sólo por desafiar la prohibición? No entramos en posibles hipótesis sobre por qué podemos querer transgredir lo prohibido porque sí (¿autoafirmación? quién sabe...), sólo constatamos que este deseo, más superficial o más hondo, existe a menudo y, sin embargo, no nos permite saber si queremos por nosotr@s mism@s (si es que esta posibilidad existe) aquello que se nos ha prohibido o sólo nos apetece porque nos lo han prohibido, como reacción a la iniciativa de quien/es nos lo ha/n prohibido.


La observación (también) inevitable, siendo esto así, es: en estos tiempos de «democracia securitaria» (o fascismo apático construido en nombre de la «democracia» y no contra ella, parafraseando a alguien), en estos tiempos de hiperregulación en que casi todo funciona en base a la legislación de unas cortes, a las ordenanzas municipales o al reglamento de alguna entidad que nos cobra como clientes y/o que mama de las arcas públicas que nos sablean, el margen que nos queda para desear algo por nosotr@s mism@s es cada vez menor; a medida que el sistema coloniza nuestras vidas, psiques, etcétera, crece la sensación de que sólo deseamos aquello que quieren que deseemos... o su exacto contrario, que no depende menos de ello.

martes, 23 de octubre de 2012

Un día normal

Llego a la estación casi un cuarto de hora más tarde de lo que querría y, por un “por si acaso” muy hipotético, miro la pantalla con los próximos trenes. Bingo: el azar ha querido que mi tren lleve 20 minutos de retraso; habiendo casi un tren cada hora para volver a casa, es un golpe de suerte. Veo gente andando de aquí para allá, un soldado patrullando un andén con su metralleta, todo relativamente normal.

El tren está bastante vacío, puedo sentarme e incluso elegir un asiento con enchufe para mi ordenador. Cuando acabo de sentarme, sube otro pasajero: dice que el tren aún tardará mucho en salir (unos minutos después veremos que se equivoca). Dice que el tren va con retraso porque un tipo se ha suicidado arrojándose a la vía, ese es mi golpe de suerte.

La rumorología dice que ocurre más a menudo de lo que pensamos, que los “incidentes técnicos” del metro, a menudo, son cadáveres o personas que intentaban convertirse en cadáveres. Es la primera vez en mi vida que no es una hipótesis, sino una información supuestamente fiable… no me paro a preguntar al tipo quién se lo ha dicho, dejémoslo en “supuestamente”. Siento que no puedo, simplemente, sentarme a esperar que despejen la vía para poder volver a mi casa y seguir con mi vida. Inmediatamente, pienso algo como “Oh, sí, ve al otro lado del tren, a ver si el cuerpo aún está ahí, a ver si hay o no manchas de sangre. Eso os será muy útil a ambos, al muerto y a ti”. Así que me quedo en el asiento dejando que este torrente de mierda me recorra, viendo hasta qué punto puede quedar uno atrapado por algo tan aparentemente sencillo como eso: cómo es que la vida sigue pese a que algunos se tiren –o se caigan– de este tren. Ya hablé de eso hace un tiempo, no he descubierto nada desde entonces. Yo sólo iba a coger un tren para volver a mi casa, en el culo del mundo, pensando en Alejandra Pizarnik y las cosas tan potentes que escribió sobre la melancolía, años antes de saltar por la ventana de su casa, en lo que escribió Wallace sobre la depresión y el suicidio más de doce años antes de colgarse él mismo. Hace cuarenta años de lo uno y cuatro de lo otro, ¿y qué? ¿Qué más? Estoy satisfaciendo mi necesidad de poner esto por escrito, pero ¿eso es todo lo que sé hacer con esto: una especie de entrada para la enciclopedia del dolor del mundo? ¿Puedo dejar de escribir porque ese otro pasajero tal vez se haya equivocado, quizá ha creído que le hablaban de un muerto y lo ha entendido mal o porque tal vez sea un fabulador y se lo haya inventado todo? ¿Puedo seguir escribiendo sobre lo absurdo de la vida sólo porque la tragicomedia del mundo, con su horror, su humor, sus banalidades y todo lo demás, parece haberme salpicado un poco más que de costumbre?

jueves, 20 de septiembre de 2012

A otro perro con ese hueso

La noticia es que ha muerto Santiago Carrillo. La subnoticia, escondida bajo esta, es que ha muerto un personaje fundamental para la generación a la que pertenecen la mayoría de redactores de los principales medios de comunicación y muchas personas del mundo del periodismo, así como una buena tajada de sus lectores, espectadores y oyentes.
La regla de este cuaderno, en este tipo de situaciones, es que tan absurdo y rastrero es ensañarse con un muerto como lavarle la cara a un miserable sólo porque otr@s lo estén haciendo. Veamos si logramos conciliar estos dos objetivos.

Recordamos a Santiago Carrillo, el de la Federación Nacional de Juventudes Socialistas en los últimos tiempos de la II República, el de la JSU después y el del PCE los siguientes casi cincuenta años. Se nos hacen imprescindibles cuatro consideraciones que deberían aclarar quiénes son l@s que ahora cantan sus alabanzas y con qué objetivos políticos.

1) Su papel en las matanzas de presos de Paracuellos y Torrejón no está aclarado. Eso no le convierte en culpable, tampoco en inocente. Tal vez fuera un criminal de guerra y tal vez no, pero aprovechamos la ocasión para decir que basta de limpiar aquellos asesinatos en masa con «Era una guerra» y basta de tonterías, fue una carnicería de gente desarmada como la de Yagüe en Badajoz y no merece mejor consideración (¿o alguien piensa que Muñoz Seca llevaba una Luger escondida en el bigote?). El papel de Carrillo en ello queda en la incógnita.

2) Su responsabilidad en toda la línea del PCE en aquellos años. El PCE, en la línea de la cultura política leninista, se valió de la protección de los dirigentes soviéticos y su influencia sobre la dirigencia republicana para ganar, en la España en guerra, el poder que no había podido conseguir mediante su propio activismo (que las bases del partido pagarían duramente durante la «caza al comunista» desatada por la Junta de Defensa de Madrid de Casado y cía. en marzo del 39). Carrillo, como el resto de franquiciados de la KomIntern, defendió según le mandaron el frentepopulismo (hasta agosto del 39), el anti-frentepopulismo que tan bien le venía al III Reich (desde agosto del 39 a junio del 41), de nuevo el frentepopulismo (desde junio del 41 hasta el fin de la SGM), la guerra fría más cruda (hasta el congreso del PCUS de 1961) o la coexistencia pacífica (a partir de entonces), si bien esta última línea ya engarzaba muy bien con la «política de reconciliación nacional» que él promoviera en el PCE desde unos años antes.

3) Algo que merece una mención explícita: la política del PCE en los veinte últimos años del franquismo fue esa, promovida por S. Carrillo entre otr@s, «reconciliación nacional». Se pretendió que víctimas y victimarios podían reconciliarse sin que los verdugos renunciaran a serlo y se pretendió que de ahí podía salir algo ética y políticamente aceptable. El resultado no incluyó la supervivencia de Julián Grimau, pero sí una oposición que abrazaba su condición de víctima en lugar de asumirse como agente transformador y, desde finales de la década de 1960, unas Comisiones Obreras cuyas riendas llevaban Carrillo y l@s suy@s, comprometidas en la misma transición pactista e interclasista e igual de cómplices, si no más, del amansamiento del proletariado del establo español.

4) Su papel después de esa infame transición/transacción fue el que le correspondía a un buen pañuelo con el que un@ ya se ha sonado o limpiado las debidas secreciones: ser arrojado. El PCE, un partido más de militantes que de votantes, perdió a la mayoría de aquellos al ser incapaz de predicar suficientemente a nadie, convers@s o ajen@s. La mayoría de eurocomunistas españoles fue desengañada por una línea donde no estaba nada claro qué lugar quedaba para el comunismo (¿qué esperaban, que Carrillo fuera un nuevo Salvador Allende? Y si sí ¿para qué, para revivir lo mismo que l@s chilen@s?) y el resto siguió la lógica insulsa de fachas/progres o derecha/izquierda, donde el PSOE no dejaba mucho margen para nada más y se ahorraban algo tan absurdo como cuestionar el capitalismo. Con mucha pedagogía quizá se podría haber predicado una revolución realmente humanista y anticapitalista, pero eso ya lo intentaban hacer l@s trabajadores y estudiantes del movimiento autónomo y la CNT, que era la misma gente a la que el PCE llevaba años intentando calumniar y/o hacer sombra (en el caso de l@s anarcosindicalistas, toda la historia del PCE).

¿Qué queda, pues, de Santiago Carrillo desde aquel ardor bolchevique postadolescente hasta el expulsado del PCE y tertuliano que podíamos escuchar en la SER diciendo nada? Queda el afán de dirigir y la falta de pudor, el aura del líder histórico que se gusta y la capacidad de mantenerse a flote más allá de lo que pase. El poder es lo que cuenta, lo demás es secundario.
En este ejercicio de memoria selectiva hagiográfica, suponemos, el próximo exponente será Adolfo Suárez cuando llegue su hora... nos negamos y nos negaremos igualmente llegado el momento. Hasta entonces, despedimos a Santiago con una gran canción de Habeas Corpus, Hiprogresía.

martes, 11 de septiembre de 2012

Tomar una dirección

Después de cuatro meses, nos toca volver a hacer las maletas y emigrar a tierras más propicias. Propicias para determinadas oportunidades... porque, para la aventura, tanto podrían serlo estas como aquellas, eso nunca se sabe y son pocas las pistas que podrían permitirnos predecir qué lares son más fecundos en ese sentido, visto que apuntan en varias direcciones.
El balance de estos cuatro meses tiene partes buenas, por cuanto hemos vivido cosas interesantes, vuelto a compartir tiempo con quien queríamos y superado algunas asignaturas pendientes (verbigracia: leer, de principio a fin, La broma infinita, asunto que ocupará una entrada más temprano que tarde). Poco amigos de la complacencia, también tenemos que reconocer que nuestros proyectos literarios han avanzado a una velocidad terriblemente lenta y que, en general, el nivel de actividad desplegado no ha sido tremendo y, sin embargo, ha ido de la mano de una gran, neurotizante ansiedad.
«Nuestro peor enemigo seguimos siendo nosotros mismos» cantaban Hechos contra el Decoro con Habeas Corpus hace ya más de diez años y parece que era cierto.
Este balance, positivo en cuanto al viaje (de retorno) exterior, a volver a nutrirme de aquellos y aquello que necesito, resulta ser malo tirando a desastroso en lo referente al viaje interior. El tiempo corre (en contra), la vida pasa y no queremos volver a encontrarnos así, un poco mayores, con los dientes más apretados, pero igual de dubitativos y confusos.
A punto de volver a dejar España («la vieja perra, ingrata», que dirían los tercios de Pérez-Reverte), nos negamos a ceder a la tentación del determinismo, en lo personal como en lo colectivo. Lo explicaba de manera más honda Apología y petición, la sextina inmortal de Jaime Gil de Biedma que transcribimos a continuación: estamos jodidos, pero no condenados.

Apología y petición


¿Y qué decir de nuestra madre España,
este país de todos los demonios
en donde el mal gobierno, la pobreza
no son, sin más, pobreza y mal gobierno
sino un estado místico del hombre,
la absolución final de nuestra historia?

De todas las historias de la Historia
sin duda la más triste es la de España,
porque termina mal. Como si el hombre
harto ya de luchar con sus demonios,
decidiese encargarles el gobierno
y la administración de su pobreza.

Nuestra famosa inmemorial pobreza,
cuyo origen se pierde en las historias
que dicen que no es culpa del gobierno
sino terrible maldición de España,
triste precio pagado a los demonios
con hambre y con trabajo de sus hombres.

A menudo he pensado en esos hombres,
a menudo ha pensado en la pobreza
de este país de todos los demonios.
Y a menudo he pensado en otra historia
distinta y menos simple, en otra España
en donde sí que importa un mal gobierno.

Quiero creer que nuestro mal gobierno
es un vulgar negocio de los hombres
y no una metafísica, que España
debe y puede salir de la pobreza,
que es tiempo, aún para cambiar su historia
antes que se la llevan los demonios.

Porque quiero creer que no hay demonios.
Son hombres los que pagan al gobierno,
los empresarios de la falsa historia,
son hombres quienes han vendido al hombre,
los que han convertido a la pobreza
y secuestrado la salud de España.

Pido que España expulse a esos demonios.
Que la pobreza suba hasta el gobierno.
Que sea del hombre el dueño de su historia.

jueves, 30 de agosto de 2012

Joyeux anniversaire!

Querido Jann-Marc:

Ante todo, feliz cumpleaños. Me permito escribirte en castellano por dos motivos: el primero es que dijiste que lo entendías; el segundo, que seguramente no llegues a leer nunca esta carta, por lo que vas a ser, como diría un lingüista, su destinatario, pero no su receptor (este papel lo jugarán quienes lean este blog). Esto es, básicamente, una buena noticia, ya que esta carta es una suerte de sustituto de la que había pensado en escribirte si hubieras seguido entre los muros de Muret.

Si no me equivoco, este sexagésimo cumpleaños es el segundo que celebras de verdad, fuera de prisión, en 4 años y el tercero en 26. Se dice pronto. Como -ya está dicho- es más probable que esta carta la lean otras personas que que lo hagas tú, entenderás que haga de ella algo distinto que un intento de comunicación de un lado a otro de los muros carcelarios y de las singularidades personales.
En primer lugar, es una reivindicación de la honestidad, algo que tú no has inventado, pero sí cultivado. De haber nacido treinta años antes y no durante la vida de Action Directe, quizá tampoco habría apoyado algunas de vuestras acciones, tal vez ni siquiera habría apoyado todas las de los GAI-GARI, pero respeto y comparto el fondo de vuestra acción y discurso y pienso que cualquier anticapitalista honesto lo haría, incluso quienes prefieran promover y practicar sólo las acciones no-violentas. Más aún, recuerdo haber visto el documental Ni vieux, ni traîtres ("Ni viejos, ni traidores", visible gratis y con subtítulos en castellano aquí) y cómo, a partir de los 87'57", tu carta, leída por uno de los directores, hace una crítica serena e implacable de la implicación política de vuestra generación, de su fracaso y de su escasez. Entre los lobos de la autocomplacencia y el precipicio de la traición, elegiste volar. Te negaste a elegir cuando la elección era toda ella una trampa. Bien por el hecho en sí y por el desmentido de tópicos como que hoy día no hay referentes de valores o -la clase de frase que puedes escuchar en España, te lo aseguro- que "faltan cojones", así, en general.
En segundo lugar, esta carta es un mensaje para otras personas que tampoco podrán leerla. Por ejemplo, para Mario, que sigue desaparecido (y muy bien que hace) porque no le perdonan haber sido de los GAI-GARI hace 37 años. Como se niegan a perdonarle en las policías españolas, se niegan -por falta de interés y paladas de ignorancia- en las de Francia, Finlandia o Canadá. Y Mario, entre tanto, seguirá tan flamenco y rebelde corriendo, acosado pero libre, en esta noche de Luna llena.
También para Salvador, Enric y Oriol que, como tod@s l@s muert@s, son invencibles pero que, a diferencia de much@s muert@s, no tienen que alimentar la tierra bajo la losa del oprobio que supone una vida de colaboración con la Muerte misma. Salvador era apenas nueve meses mayor que mi propio padre, el tiempo que tarda en germinar un ser humano, y me parece un buen ejemplo de lo que decía Brecht y que citaba Jacques (en uno de los pocos momentos en que no sonreía), también en Ni vieux, ni traîtres (80'36"), eso de "Nuestras derrotas, lo único que demuestran es que somos poc@s l@s que luchamos contra la infamia y de l@s espectadores esperamos que, al menos, se sientan avergonzad@s".
También para Jean-Claude y para Joëlle, entre otras cosas, porque la vida en sí misma es dura (y más, en prisión) y porque fue ella quien formuló, en esta entrevista, la frase que yo te adjudicaba a ti y que explica perfectamente vuestro noble rechazo del arrepentimiento. La idea -que Nathalie, Georges y tú mismo habéis defendido- de que vuestras acciones habían pretendido ser contribuciones a la lucha de clases y, como tales, abjurar de ellas habría equivalido a intentar reapropiároslas, negárnoslas a l@s demás y contribuir a nuestra desposesión de referentes colectivos.
De hecho, aunque no creo que tú les conocieras personalmente, esta carta también es un guiño a Naparra y Pertur, mejores miembros de vuestra generación que much@s de quienes les sobrevivieron, porque hoy se está hablando de desaparecid@s y parece que nadie quiera acordarse de que l@s últim@s desaparecid@s polític@s en España no son del 39, ni de ningún otro año anterior al 76.

En definitiva, el sentido de esta carta tiene que ver con reivindicarte como sujeto, no sólo un nombre en los libros de contrahistoria o en esos periódicos de hemeroteca que tanto miedo dan a algun@s; tiene el sentido de decir que, jóvenes, madur@s o ancian@s, aquí seguimos, armad@s de memoria y de voluntad e intentando montar un polvorín de coraje y dignidad, a ver qué tal se nos da.
Una confidencia, para acabar. Mirándome al espejo, le he pedido un favor a mi reflejo, uno solo. Le he pedido que, si yo también acabara abjurando de la Revolución y la Idea, postrándome ante la Bestia capitalista, me escupa en la cara sin contemplaciones y con mucha bilis. Ha sonreído, que es su manera de aceptar el trato.
Seguiré leyéndote, seguiremos del mismo lado de la barricada. Sé feliz,


B

jueves, 23 de agosto de 2012

La desesperación y sus cimas y crímenes

Una de las frases más famosas que André Breton escribió en el segundo manifiesto surrealista decía que «el acto surrealista más sencillo consiste en bajar a la calle, revólver en mano, y tirar al azar contra la muchedumbre». Se trata, nos decimos, de una mera idea, expresión del mismo asco y hastío de que Breton habla en ese mismo texto a continuación... una idea, no obstante, de la que ya había hablado con más credibilidad Émile Henry en una carta pocos años antes de que Breton naciera, sosteniendo que «nadie es inocente». El mismo Émile Henry que había vengado a las víctimas de la matanza estatal de Fourmies y a Ravachol poniendo una bomba que sería llevada a la parisina comisaría de la rue des Bons-Enfants (donde mataría a cinco agentes) y que seguiría con su modesta campaña una semana después de la muerte de Auguste Vaillant en la guillotina arrojando otra bomba casera contra la lámpara de araña del café burgués Terminus, donde el propio Henry parecía tranquilamente sentado como un cliente cualquiera. El mismo Henry que, según algunas fuentes, habría dado «Breton» como apellido falso a la policía en el momento de ser detenido, un tiempo antes de escribir esa terrible frase, y el mismo Henry, hijo de la derrota sangrienta de la Comuna de París, que se habría convertido, con tan poco selectivas bombas, en el «ángel vengador» de aquel tiempo desesperado y miserable y de los crímenes de su burguesía entera, de su sociedad al completo, incluso.
El mismo que prefigura tanto a Mateo Morral como a Timothy McVeigh y que, a menos que se deje uno llevar por el sensacionalismo (y aún así... ) queda ensombrecido por el puñal quirúrgico de Sante Caserio y por la bomba inocua, simbólicamente hiriente, que arrojó el mentado Vaillant en la sede el poder legislativo.

Es curioso, en todo este asunto, que la frase de Breton pueda ser considerada tanto una licencia poética como una invitación a la violencia más extrema y misantrópica y que, en este sentido, como en otros, Albert Camus la emprendiera con él y, en general, con el Grupo Surrealista -no así con el surrealismo- por ese uso de la fantasía como evasión (y en este caso, como pataleta). Michel Onfray parafrasea la indignación de Camus al respecto preguntándose «¿Y si alguien lo hace?» y afirmando (a partir de los 37'47'' de este vídeo) «El concepto es peligroso; son materiales inflamables, las palabras, y hay que usarlas con justicia y justedad».
Probablemente, todo esto dice mucho más de la frustración y sus vías de escape en la fantasía que de nuestros aciertos y fórmulas reales para enfrentarnos a nuestros problemas concretos en la realidad concreta, vengan de l@s surrealistas, de Camus o de quien sea... de todos modos, no está de más recordar esta polémica, pues está tan arraigada la impotencia en los círculos anticapitalistas que hablar de matar, mutilar, herir o amenazar con hacer cualquiera de estas cosas se considera normal y, si bien esto se puede relacionar al 50% con la historia de las épocas anteriores (y de algunas sociedades de nuestro tiempo), me temo que el otro 50% deba imputarse a nuestro afán esquizoide de fantasear con lo que, de hecho, no creemos que podamos llegar a hacer/ser. El lema de esas fantasías sería algo así como «Dado que quizá nunca tengamos fuerza social para hacer ese daño físico, ¿por qué amargarnos las fantasías con dilemas éticos sobre hablar de niveles de violencia que están a años-luz de lo que hacemos y de lo que pretendemos hacer a corto plazo?».
En la práctica, todo esto no nos parece tanto una vulgarización de cierto debate (el debate sobre qué acciones, tácticas y estrategias pueden incluir el uso de la fuerza contra otras personas) como una banalización de la violencia que nos produce este sistema, nuestra impotencia y su banalización en otros ámbitos (TV, cine, literatura, videojuegos, cómics, etc.). En este sentido, si a algo nos recuerdan las reservas de Camus sobre Breton y su explicación por Onfray es a El rey pescador.
El argumento de esta película de Terry Gilliam se basa en el encuentro entre Jack, un locutor de radio interpretado por Jeff Bridges, y Parry, un sin techo con problemas mentales interpretado por Robin Williams. Lo curioso de la relación entre ambos estriba en que Parry ha pasado de ser un tipo acomodado cualquiera a ser un sin techo desquiciado después de que un oyente de Jack, frívolamente aconsejado por él en este sentido, matara a tiros a un grupo de desconocid@s entre l@s que estaba la mujer de aquel.