jueves, 11 de junio de 2015

Nuestros desaparecidos

La conflictividad armada en la España de finales del franquismo y de la llamada «transición» está muy lejos de la violencia extrema del franquismo de posguerra e incluso de la que se vivió, más o menos en los mismos años de nuestra transición, en un país como Argentina. Y, pese al nivel de violencia, y a que no fuera bilateral, el número de personas desaparecidas está muy por debajo de los miles de Argentina o de las más de cien mil de la España del primer franquismo.
No obstante, hasta nueve personas desaparicieron en puntos del País Vasco francés cercanos a la frontera española, entre 1973 y 1983, por causas que, según el caso, están o podrían estar relacionadas con la política española.
¿Hablamos de desaparecidas políticas? En los dos últimos casos (José Antonio Lasa Arostegi y José Ignacio Zabala Artano, en octubre del 83) es seguro que sí, como es seguro que la autoría del crimen fue estatal.
En los otros siete, ni una ni otra cosa son seguras, pero la motivación política parece probable y el olvido de las víctimas nunca es una opción.

Las tres primeras son las de José Humberto Fouz Escobero, Jorge Juan García Carneiro y Fernando Quiroga Veiga, tres jóvenes trabajadores gallegos emigrados a Euskal Herriak. Se les pierde la pista el 24-III-73 y, desde entonces, es como si se los hubiera tragado la tierra. El ex-etarra arrepentido Juan Manuel Soares Gamboa y el agente secreto español conocido como Lobo o Mikel Lejarza aseguran haber oído a etarras hablar de la muerte de aquellos jóvenes, de quienes se habría sospechado que pudieran ser policías españoles después de coincidir en un bar de música. Hay versiones distintas: según una, un primero habría muerto por las heridas recibidas en una pelea en el bar y su cuerpo habría sido despeñado por un acantilado; luego, sus dos acompañantes habrían sido llevados a un lugar donde se les habría interrogado (torturas incluidas) antes de matarles. Según la otra versión, esto último habría ocurrido con los tres.
De quienes podrían desmentir o confirmar esto, Tomás Pérez Revilla fue asesinado por los GAL once años después y ninguno de los demás ha querido hablar. 


A mitad del marco temporal que nos ocupa, los policías Jesús María González Ituero y José Luis (o Jesús, según la versión) Martínez Martínez estuvieron desaparecidos desde el 4-IV-76 hasta el 18-IV-77, en que fueron hallados sus cadáveres en la paradójicamente llamada playa de la Chambre d'Amour, en Angelu. Tenían uno y dos orificios de bala y mutilaciones en los dedos (desconocemos si podría tratarse de señales de tortura, como se afirma desde algunos medios de comunicación).




 Por último, intercalados en este marco, dos casos de nuevo sin cadáveres y con doble posibilidad de motivación política. Nos referimos a las de Eduardo Moreno Bergaretxe, alias Pertur, y José Miguel Etxeberria Álvarez, alias Naparra o Bakunin.

Pertur está considerado la principal cabeza pensante de ETA-(p-m), que dejaría las armas unos años después, y se le pierde la pista el 23-VII-76. A favor de la hipótesis paraestatal está el que su desaparición fuera reivindicada por el BVE (Batallón Vasco Español) y, sobre todo, la investigación del juez italiano Giovanni Salvi. Este investigó las conexiones de un sector del neofascismo italiano (Ordine Nuovo) con las autoridades italianas, españolas y chilenas y sospechaba que era Pertur la persona que, según los ultraderechistas Sergio Calore y Angelo Izzo, había sido drogada y secuestrada en Francia para ser entregada a la policía española, quien a su vez la interrogaría (de nuevo, torturas incluidas) en una masía de Barcelona, la asesinaría y haría desaparecer el cadáver. Calore apareció muerto, apalizado y degollado, en octubre de 2010; Izzo sólo sabía lo que le había contado Pierluigi Concutelli y este no ha dado datos más concretos que permitan localizar el cuerpo o avanzar en algún otro sentido.
Más aún, Marta Bergaretxe, la madre de Pertur, fue secuestrada precisamente a principios de abril del 76 por policías españoles cuando iba a cruzar la frontera para ver a su hijo. Decimos «secuestrada» porque ni se le acusó de nada, ni se la custodió en comisaría: se la encerró en el domicilio particular de Eduardo López Maturana, comisario de policía Irún, durante tres días. Hacía unos días que habían desaparecido los policías González Ituero y Martínez Martínez  y, a la vez, se agotaba el ultimátum dado por ETA-(p-m) a la familia del empresario Ángel Berazadi, al que habían secuestrado, para pagar el rescate pedido. Hubo quien dijo que con este movimiento inexplicado la policía intentaba llegar a Pertur para conseguir a Berazadi vivo y hubo quien dijo (concretamente, el abogado Maurice Abeberry y el diario Unidad; también reconoció que se había valorado esta posibilidad el subcomisario José Amedo) que se trataba de conseguir rescatar vivos a los policías desaparecidos. En cualquier caso, no consta que el servicio secreto hiciera ninguna investigación sobre el paradero de Pertur y parece que se limitaron a dar por buena la segunda hipótesis.
A favor de esta otra, a saber, la de que fueron compañeros suyos de ETA-(p-m) quienes le desaparecieron –más concretamente, Francisco Pakito Múgica y Miguel Ángel Apala Apalategi, miembros de los komando bereziak o comandos especiales de esa organización–, está el que estos ya le hubieran arrestado tres meses antes, en un contexto de tensiones por matar o no matar a Berazadi, e impedido así asistir a una reunión de la dirigencia de su organización. Su entonces pareja también asegura que Pertur vivió esos últimos meses entre sospechas por parte de sus propios compañeros y el consecuente malestar. Igualmente, uno de sus entonces compañeros, Juan José Gurrutxaga, asegura haber visto cómo, sorprendentemente, los líderes de los bereziak no mostraban interés por conocer el paradero de Moreno.

En el caso de Naparra, hablamos de un ex-miembro de los komando bereziak y miembro de los Comandos Autónomos Anticapitalistas,  y no de uno cualquiera. Si bien los CAA evitaron centralizaciones ejecutivas o ideológicas, sí designaron, por motivos prácticos, una persona que se ocupara de cuestiones logísticas como conseguir las armas. Esa persona, hasta su desaparición, hace hoy 35 años, fue Naparra. No obstante, fue precisa y probablemente esa responsabilidad lo que le puso en el disparadero; otra cosa es quién lo barrió de la faz de la tierra. La hipótesis etarra dice que miembros de ETA-(m), en competencia abierta con los CAA –competencia en la que los autónomos, de todos modos, iban perdiendo– querían golpear directamente  a los autónomos; en este sentido apunta el comunicado que los propios CAA emitieron al mes de la desaparición de Etxeberria y donde insinuaban que lo mismo podía haber pasado cuatro años antes con Pertur. Según algunas fuentes, además, Naparra se valía de contactos (¿algún traficante de armas? nunca se ha precisado) que también colaboraban con ETA-(m) y el día de su desaparición habría tenido una reunión con representantes de esta última organización a la que habría ido con la misma actitud de discusiones anteriores: no iba a renunciar a esos contactos y no iba a dejar parte de sus actividades para así reducir sus riesgos y comprometer menos a esos contactos.
La hipótesis paraestatal señala que aquel no sólo fue el momento de máxima actividad etarra, de los CAA, etc., también del entramado parapolicial que solía usar el nombre de BVE (aunque otras veces fuera AAA, OAMAS, etc.). Se suele pensar que toda la actividad de estos grupos iba contra ETA-(m) y organizaciones cercanas (HB y demás), pero hubo ataques contra locales y personas vinculados al PCE-(r), Joven Guardia Roja, CNT o ETA-(p-m) VIII asamblea, por citar sólo algunos. En el caso de los CAA, parece mucha casualidad que los GAL mataran el 1-III-84 a Jean-Pierre Leiba, trabajador de la SNCF (ferrocarriles franceses) sin adscripción política conocida, pero compañero de trabajo de Pedro Isart, Pelitxo (con quien podrían haberle confundido), activista de los CAA que supuestamente había participado en la muerte de Enrique Casas una semana antes y que sería asesinado junto a tres de sus compañeros tres semanas después en la bahía de Pasaia (cuádruple muerte por la que aún no ha habido juicio).

El sucesor de Naparra como proveedor de los CAA, por cierto, también habría figurado como objetivo de los GAL en sus primeros tiempos, sin haberse llegado a consumar este plan. Nos referimos a José Luis Salegi, Txipi, que seguiría huido el resto de su vida y que fuentes policiales resituaron varias veces en el disparadero a lo largo de la década de 1990 como el supuesto portavoz de los autónomos clandestinos y presos en sus supuestos contactos con ETA-(m) para unírseles, ya fuera en sus campañas de atentados o en un hipotético proceso de paz que aún no se consumaba. En las semanas que siguieron a la muerte del concejal vizcaíno Miguel Ángel Blanco a manos de ETA-(m), el 13-VII-97, un antiguo colaborador y dos miembros de comandos vizcaínos de ETA-(m) murieron (otro moriría en extrañas circunstancias dos años después) y J. L. Salegi desapareció en su exilio mexicano de Irapuato, para reaparecer muerto de un infarto dos días después.

lunes, 1 de junio de 2015

Hace unos días me desayuné con la noticia de la muerte de Federico Arcos.
No tiene sentido abundar en su biografía, otras páginas web cuentan más y quizá mejor sobre lo que fue su vida y su trayectoria militante. Una de esas vidas que inspiran envidia, no porque sean envidiables los avatares a los que se vio enfrentado, sino porque las actitudes que dejan ver y los valores que las inspiran son estimulantes y, aunque normalmente evite estos adjetivos, son admirables.
Hay dos cosas para mí más personales en esta historia. Una, quizá la menos relevante, es la implicación de Arcos en la intensa vida política y asociativa del barrio barcelonés del Clot en aquella década de 1930. Yo viví allí entre 2004 y 2006 y casi todo parecido con la década de 1930, allí incluso más que en muchos sitios, era pura coincidencia; yo mismo fui un buen ejemplo de ello, pues fue una de las épocas menos activistas de mi vida. El colmo de la deshonra, de todos modos, llegaría en 2012 al establecerse allí cierto local de extrema derecha de cuyo nombre no quiero acordarme.
La segunda es que, si recordaba el nombre de Arcos, es por la charla que dio Dolors Marín en el Encuentro del libro anarquista de 2013. Hablaba Dolors de la tenacidad de quienes luchaban desde el anarquismo en aquellos tiempos y el nombre de Federico Arcos surgió sobre todo por su gran implicación en el periódico Ruta, órgano de la federación catalana de las Juventudes Libertarias. Llegada la clandestinidad franquista, contaba Dolors Marín, de cada número de Ruta había dos ejemplares ya asignados: uno para el Jefe Superior de Policía, no fuera a hacerse ilusiones de haberles derrotado, y otra para una hemeroteca, que quedara para la posteridad. Dolors fue a ver a Arcos en Canadá, donde ha vivido los últimos sesenta y tres años de su vida, y le preguntó el por qué de esa constancia en esos dos ejemplares de Ruta tan asignados. Quizá con otras palabras, Arcos le respondió ¿Verdad que los encontraste? Para eso los dejamos. Para que los encontrases. Para que los encontraseis. Para el futuro, para que quedara constancia, para que la semilla -poco o mucho- germinara.
La vista que Arcos y demás quijotes de nuestra clase social, entre lo osado y lo ingenuo, tenían tan puesta en el futuro nos pone los ojos como platos, pero es admirable. Cómo no entender el título de aquel libro sobre las colectividades aragonesas de 1936-39, Trabajan para la eternidad. Cómo no querer ser parte de esa corriente que viene del pasado y se proyecta hacia el futuro, hacia el mismísimo horizonte.
En la imagen, Federico Arcos junto a la también mítica Luce Fabbri (1993).