viernes, 28 de octubre de 2011

Qué son y qué no son los partidos políticos

Que nos hayan enseñado cómo funciona algo no quiere decir que eso sea lo único que debamos saber sobre ello. Verbigracia: que los partidos políticos sean el cauce establecido para participar en política no quiere decir que sean el único cauce posible, ni que sean un cauce deseable, ni siquiera significa que se pueda llamar "participación" a la mediación que ofrecen.

Mr. Brown no va a entrar a opinar sobre lo que merece el partido político como institución, en su lugar, preferiría hacer algunas observaciones políticas e históricas -de lo más antiguo a lo más reciente- que ya darán una idea de dónde querría ir a parar y que, espero, serán inapelables:

1) su origen es cortesano, surgen en el llamado "Antiguo Régimen" como agrupación de personajes poderosos (aristócratas, jerarcas de la Iglesia; más raramente, pues escaseaban, grandes empresarios) que toman partido, de ahí la palabrita, por una determinada línea política y, a menudo, también por un determinado pretendiente a la sucesión en la Corona y que, cada vez más, utilizan para sus propósitos a las masas, por ejemplo, los carlistas y los cristinos/isabelinos en la España de 1833-1840;

2) esta participación de masas, impensable antes de levantamientos como el de Francia en 1789-1795 o el de Haití a partir de 1793, se vuelve una realidad sin la cual, irreversiblemente, no se puede hacer política y sólo así -volviendo al ejemplo de España- se entiende que en menos de un siglo se acumulen una guerra de independencia de seis años, tres guerras civiles que suman catorce años, un importante número de rebeliones locales y el inicio de una tradición destructiva, la quema de iglesias, que durará hasta bien entrado el siglo XX;

3) con el avance del liberalismo de la mano de La rebelión de las masas -que diría Ortega y Gasset-, se van ensayando formas de participación política masiva (sufragio censitario, sufragio universal masculino y mediado por caciquismo y pucherazos a partir de 1891, sufragio universal a partir de 1931);

4) estas formas de participación política, en torno a las cuales se nuclean los nuevos partidos, mezcla de los viejos partidos y de las nuevas generaciones de la clase dirigente (líderes militares o populares de las mencionadas guerras, "intelectuales") se ven siempre desbordadas por la otra participación: grandes sectores de la gente de a pie toman sus fábricas, o las atacan, en huelgas; toman las calles en fiestas populares y manifestaciones, a veces convertidas en disturbios y verdaderos motines; organizan levantamientos armados (la llamada "gimnasia revolucionaria") y desarrollan un ingente trabajo de autoformación colectiva tanto en espacios públicos (ateneos, locales de sindicatos, etc.) como en el ámbito privado, que suponen una revolución en cuanto a alfabetización, difusión (oral y escrita) de nuevas ideas, debate, tejido social, ...

5) estas formas populares de hacer política ofrecen, para el ciudadano de a pie (no así para las instituciones), dos ventajas difíclmente contestables: a) se pueden poner en práctica cualquier día, no hace falta esperar cuatro años, ni dos, ni cinco; b) no se basan -al menos, no necesariamente, aunque pueden hacerlo- en intentar conseguir el reconocimiento institucional de algo, sino en su puesta en práctica y no hace falta reconocimiento para ser uno de sus participantes, ni ser mayor de edad, ni varón, ni nada por el estilo;

6) esta misma política popular es aplastada con un trauma colectivo, o varios, de una fuerza proporcional a la potencia de esa política popular, que varía mucho según el caso (la España de la guerra civil, el franquismo y la transición; la Argentina de 1919-1983; la Ucrania soviética y post-soviética... ), pero que se basa en los mismos elementos para, en gran medida, triunfar: violencia, miedo, aislamiento de los componentes del tejido social entre sí y de quienes decididamente aspiran a la revolución con respecto al resto, re-privatización de la política y exaltación del bienestar material -sea más real o más esperado-;

7) cual mesías que permitirá superar el trauma de la guerra y/o dictadura y llevar a buen puerto la nave del progreso macroeconómico, aparece el martillo que tiene que terminar de aplastar la política popular: el consenso. Este consiste en que los medios de comunicación, canales de una supuesta "opinión pública", y los emisores de esa opinión pública (los propios redactores de esos media, además de líderes políticos, sindicales, religiosos y algunos de esos dichosos "intelectuales") elaboran sin necesidad de acuerdo un cierto discurso sociopolítico y este se asume como el discurso que ese momento histórico exige y que, a la vez, va a condicionar qué se podrá decir y hacer en el futuro y qué no.

8) El sistema de partidos resulta ser, entonces, un sistema bastante cerrado donde sólo hay espacio en la medida en que los partidos preexistentes pierden cancha o entran claramente en crisis y resulta, de todos modos, que para aprovechar ese hueco (sea Tangentopolis o la libération de Francia en 1944 o la transición española o... ) hay que entrar en los mass media, conseguir su atención y mantenerla, elaborar un discurso que dé una imagen propia -como las marcas abiertamente comerciales-, pero no se salga del consenso y, para colmo, conseguir los medios materiales que permitan una estructura fuerte que, a su vez, tenga posibilidades reales de gestionar cuotas de poder importantes.

9) El sistema de partidos, más aún, encuentra una zona donde se unen su participación del consenso y su consecución de medios materiales: somos buen@s chic@s y queremos nuestra pasta. Una parte viene en forma de subvenciones, pero para eso hay que haber conseguido ya buenos resultados electorales; el dinero aún no es la causa, de momento es sólo el efecto. Otra viene de donantes, algunos, más humildes, otros, verdaderos mecenas, y aquí llegamos al último nudo de este bonito tapiz: ¿quiénes son los donantes anónimos, en una sociedad que un@ mism@ se ha encargado y/o se está encargando de despolitizar? Personas dispuestas a cumplir el papel militante de un ciudadan@ de nuestro tiempo: votar un día cada cuatro años, asistir -en un esfuerzo- a fiestecillas pre- y/o post-electorales y, compromiso militante donde los haya, pagar una cuota periódica de afiliación. ¿Y los mecenas? Una pista: no son secretarias, torneros-ajustadores ni verduler@s. Otra, va: si tienen dinero como para hacer aportaciones jugosas a tu campaña, no es probable que quieran oír discursos de este tipo: "Y ¿cómo financiar un ambicioso proyecto de reformas sociales? Aumentando los impuestos a quienes más tienen... ".

10) Como ya se ha insinuado, el modelo de partido político occidental, con su dirigencia y su líder, es el empresarial, de modo que cada dirigente y capilla de dirigentes apuesta por sí mismo(s) en tanto que apuestan por el (impreciso, mediocre) proyecto político que representa(n) y viceversa y, para hacerlo, debe(n) constantemente competir y negociar, lo cual implica un permanente equilibrio entre su capacidad de presionar, la de llegar a acuerdos y la de autoafirmarse como portador(es) de un proyecto propio, singular.

11) Intentando resumir: un partido político, por su historia más profunda y por la cultura política en que surge, tiende a ser una organización de militantes desapasionad@s y dirigentes profesionales (que dependen, pues, de su participación en política para pagar las facturas) que aspira a conseguir la implantación más extensa y sólida posible en un estado basado en ciudadan@s desapasionad@s y dirigentes profesionales y que deberán, para ello, recurrir a un discurso en el que difícilmente habrá un "punto medio virtuoso" entre el lugar común y lo que será tachado de "excentricidad"; conseguir unos medios materiales limitados por la propia cultura política y facilitados por su capacidad de hacerle el juego a los mass media y a l@s más ric@s; intentar potenciar sus votos, si ya los tiene, o conseguir una notoriedad que se los proporcione con maniobras de masas (sindicatos que hagan de correa de transmisión, una asociación con prestigio mediático, como la AVT en España, algún grupo armado que se pueda desmovilizar, etc.) y, para conseguir todo esto, forjar esa identidad de marca que le dé sentido a su existencia sin llegar a apartarse del consenso, lo que resultaría estridente, extremista, etc. Lo que implica, para colmo, que esa identidad propia se va a forjar en base a sus circunstancias de surgimiento, líderes, emblemas (color, siglas, ...), consignas y palabras clave, y los contenidos van a ser lo de menos.

Quien quiera completar la panorámica, puede preguntarse qué capacidad de representación del ciudadano de a pie tienen esos exponentes de la clase media y alta, que suelen cobrar un sueldo al menos un 400% por encima del salario mínimo y tener otros trabajos, pero ningún jefe.
Lo más importante del sistema de partidos ya está dicho y, como todo, es discutible... lo indiscutible es que, quien no lo sepa, debería saberlo y, en cuanto al resto, no podemos hacer como si no lo supiéramos.

lunes, 24 de octubre de 2011

A vueltas con Bolaño

Más adelante, sí. Volveré a hacerlo, volveré a publicar aquí cosas mías y todo eso. Ahora mismo lo que siento es un deseo irrefrenable de darle un poco más de voz a Roberto Bolaño y, de nuevo, a su Carnet de baile. Quien quiera leerlo y no que Mr. Brown le lea fragmentos, que corra a la biblioteca o a una librería, pero yo voy a dejar aquí un extracto que lo merece sobradamente, sirva como ejemplo de cómo dar caña a un clásico sin caer en la arrogancia edípica, de corazón:

«47. Lo confieso: no puedo leer el libro de memorias de Neruda sin sentirme mal, fatal. Qué cúmulo de contradicciones. Qué esfuerzos para ocultar y embellecer aquello que tiene el rostro desfigurado. Qué falta de generosidad y qué poco sentido del humor.»

miércoles, 19 de octubre de 2011

El ojo poético

Alguien cercano tuvo a bien poner en mis manos Putas asesinas, de Roberto Bolaño (1953-2003), escritor chileno que no conocía. Sé que voy a acabar citando a Bolaño más a menudo porque, en concreto, su ¿relato? (texto, en todo caso) Carnet de baile no es para menos.
En otro relato, cita a Aldo Pellegrini; en este, no, pero me parece volver a escuchar su voz -y eso que nunca la he escuchado; la literatura es así- cuando ese condenado chileno graba a fuego en mí estas ocho palabras:

«Todo es posible. Eso todo poeta debería saberlo.»