jueves, 21 de febrero de 2013

Karma

El adepto al new age le dijo al escéptico:
   –Nada ocurre porque sí. ¿Crees en el karma?
   –No.
   –¿Por qué?
   –Porque no tengo ningún motivo para creer en él.
  –Tampoco ves el viento y, sin embargo, mueve las hojas, genera energía, provoca huracanes…
   Antes de que siguiera, le asestó una señora bofetada como las de Mark Strong en RocknRolla, uno de esos reveses que hasta desequilibran.
   –¡Aaaaau!
   –Y ¿mi mano, la has visto? ¿Crees en ella? ¿Crees en ella porque la ves o porque te la acabo de plantar en el careto? Bueno, de todos modos, yo no había dicho «ver», había dicho que no tenía motivos para creer… ver no lo es todo, por esa regla de tres, los ciegos pensarían que el resto del mundo no existe, tonto ‘l haba.
   Mientras el kármico se acariciaba la mejilla dolorida y parecía plantearse qué hacer con su no menos dolorido orgullo, el escéptico empezó a alejarse en la noche mientras seguía escupiendo vitriolo:
   –«Karma», «hiperincursión», … siempre hay algún puto invento supersticioso para que la gente se sienta culpable. Vale que el destino no existe, pero no hacía falta echarle encima a cada persona toda la responsabilidad de lo que le pasa… «Nada ocurre porque sí», seguimos hablándolo en la planta de oncología del hospital, ¿vale? De todos modos, alguno de los dos acabará allí en tratamiento… ¡Al final, va a resultar que los menos racionalistas necesitáis más que nadie que todo tenga sentido: la suerte, la historia, la vida misma!

domingo, 10 de febrero de 2013

Ni entretenimiento, ni la voz de ningún dios

En poco tiempo hemos rememorado dos de las cosas más interesantes sobre la poesía -entiéndase en el sentido más amplio- que hayamos escuchado en mucho tiempo. Se complementan bien, creemos, porque, juntas, aportan orgullo y humildad, una manera de estar en el mundo que nos gusta.
Por un lado, Izet Sarajlic. Este poeta bosnio (1930-2002), durante el asedio de su Sarajevo, el más largo de ninguna ciudad en la historia del siglo XX, se escribe con su amigo Erri de Luca (correspondencia publicada en italiano como Lettere fraterne). Le dice que, en una ciudad militarizada, amenazada y con el suministro de luz cortada, la gente sigue reuniéndose por las noches para recitar poemas, sea llevando consigo libros o de memoria. Apostilla con cierto orgullo:

«¿Quién ha hecho el turno de noche para impedir que se pare el corazón del mundo? Nosotros, los poetas.»

Más recientemente, los argentinos Río Rojo, grupo musical adherente a la organización Razón y Revolución, abrían su disco Podemos ganar (2010) musicando el Manifiesto del veterano Nicanor Parra, lo podéis escuchar aquí.
La letra, en cualquier caso, es esta:

Señoras y señores: esta es nuestra última palabra. -Nuestra primera y última palabra- ¡Los poetas bajaron del Olimpo!
Para nuestros mayores, la poesía fue un objeto de lujo, pero para nosotros es un artículo de primera necesidad: no podemos vivir sin poesía. Nosotros sostenemos que el poeta no es un alquimista El poeta es un hombre como todos. Un albañil que construye su muro. Un constructor de puertas y ventanas. Nosotros denunciamos a todos estos señores por construir castillos en el aire, por malgastar el espacio y el tiempo redactando sonetos a la luna, por agrupar palabras al azar a la última moda de París. Para nosotros, no: el pensamiento no nace en la boca, nace en el corazón del corazón. Nosotros repudiamos la poesía de gafas obscuras, la poesía de capa y espada, la poesía de sombrero alón. Propiciamos, en cambio, la poesía a ojo desnudo, la poesía a pecho descubierto, la poesía a cabeza desnuda. Mientras ellos estaban por una poesía del crepúsculo, por una poesía de la noche, nosotros propugnamos la poesía del amanecer. Este es nuestro mensaje, los resplandores de la poesía deben llegar a todos por igual: la poesía alcanza para todos. Contra la poesía de las nubes, nosotros oponemos la poesía de la tierra firme -Cabeza fría, corazón caliente; somos tierrafirmistas decididos- Contra la poesía de café, la poesía de la naturaleza; contra la poesía de salón, la poesía de la plaza pública, la poesía de protesta social.
¡Los poetas bajaron del Olimpo!









El cuadro es Das grosse Ei (1962), de Edgar Ende