domingo, 29 de octubre de 2017

Yo tenía un amigo

Yo tenía un amigo.
También tenía una amiga. Estaban juntos. Bastante juntos, las parejas tienden a estar bastante juntas, en general. Dos años después de conocerles, dejaron de estarlo. Poco después, ella me dijo que él la había ido alejando de otras personas, había conseguido que ambos dependieran cada vez más del otro y sometido a todo un proceso de anulación.
Ninguno entró en detalles, pero él reconocía que la relación no era sana y que la ruptura era, en el fondo, lo mejor para ambos. Después, estaba en otra relación, con otra persona, otra buena persona y yo creía que todo iba bien, todo lo bien que pueden ir las cosas en el mundo real, vaya. Él reconocía que había tenido actitudes de puro maltrato psicológico por su inseguridad y que quería dejar eso atrás.
Y me entero, más de cuatro años después de la primera ruptura, de que no es así. De que él ha seguido teniendo actitudes de maltrato, de acoso. Y me pregunto qué puedo hacer, qué debo hacer. Me pregunto si puedo ayudarle a cambiar o, al contrario, debo dejarle de lado como han hecho otros y esperar que el aislamiento le cambie o al menos le dificulte llegar a otras posibles víctimas.
Quedo con él, hablamos de banalidades. Después de mucho rato, saco el tema. Da su versión, no niega nada, se muestra humilde, relativiza lo ocurrido: él no cree haber sido el único con actitudes malsanas, no recuerda que hubiera tanta diferencia entre lo hecho por uno y otra, etc. Me sugiere alejarme de él si lo creo conveniente, por más que desee, dice, que sea para volver a encontrarnos después. Le digo que sí, que prefiero alejarme. No sé si consigo decirle todo lo que siento: que ya no sé si le conozco, que ya no sé si puedo confiar en él, que no sé si estar cerca de él es una manera de ayudarle a cambiar o ayudarle a encubrir lo que, en el fondo, también es. Me alejo de él y lo siento como una ruptura: ¿ha sido su gran final como actor o realmente me ha dejado ir con verdadera humildad y buena intención?
Han pasado más de dos años cuando escribo esto –cuatro años cuando lo releo– y tengo las mismas dudas y el mismo dolor por todo lo ocurrido. El mismo dolor y la misma vergüenza porque no lo vi (¿o no supe verlo?) y no pude ayudar a mi amiga. El mismo dolor y la misma vergüenza porque otro sí supo ayudarla y tanto fue así que se convirtió en su nuevo compañero-enemigo, en su nuevo manipulador infiltrado hasta en el último rincón de su corazón. La misma vergüenza porque sé que mi parte no es tan dolorosa como las de ellas. Tengo la misma vergüenza porque toda esta consciencia, en lo mental y en lo emocional, no cambia una puta mierda de lo ocurrido, aunque quizá me sirva para hacerlo mejor en una situación parecida.
Eso es lo que tengo, lo que de todo esto me queda.

jueves, 22 de septiembre de 2016

Cóctel

Mi cóctel de los últimos meses se hace con:
· un poco de esa Sed non satiata que tuvo Baudelaire
(«Prefiero, al [vino] constantia, al opio, al [vino] nuits,/ el elixir de tu boca donde el amor se pavonea»)
· la historia de Javier Krahe y Mariví (¿o Maribel?)
· y una cita de Les Sables mouvants, un relato de Hubert Aquin
No conozco mayor crueldad que la economía de gestos, que los vientres que se niegan a palpitar llegado el momento, que las manos que no se atreven a agitarse a lo largo de la espalda. El cuerpo está hecho para eso: agitarse en el placer, postrarse en el pesar, gemir en el dolor.
Era el cóctel que correspondía al momento. Ya lo he digerido, ahora tomaré otra cosa.

lunes, 1 de agosto de 2016

sábado, 23 de julio de 2016

¿Un gato?

Quizá creí que tenía más de gato de lo que realmente tenía. Quizá tenga algo más de perro. O quizá sólo pase que me haya movido demasiado poco como para averiguarlo aún. ¿Cuántas ocasiones de actuar libremente hay que aprovechar para empezar a sentirse realmente libre? ¿O es que es más fácil sentirse libre primero y luego actuar libremente? ¿Cómo se interrumpe este bucle, cómo se entra en el círculo virtuoso?


«La vida», escribió Søren Kierkegaard, «sólo puede ser comprendida hacia atrás, pero sólo puede ser vivida hacia adelante». Es brillante, pero le faltó quizá decir que lo comprendido a veces no sirve para vivir, que en ocasiones todo parece nuevo, no ilusionantemente nuevo, sino nuevo como un golpe nuevo: no sabemos si nos alcanzará, no se sabe en qué punto ni con qué fuerza, sólo sabemos que es posible que duela. No todo en la vida es triste, ni muchísimo menos, pero muchas de las cosas que no son tristes son banales y acaban resultando, a quien no tiene dramas, aún más tristes que las dramáticas.
Escribió en el Libro del desasosiego Bernardo Soares/Fernando Pessoa, entre otras nostalgias, la de algo (¿libertad verdadera? ¿naturalidad? ¿funcionalidad del hemisferio derecho del cerebro?): «He matado a la voluntad a fuerza de analizarla. ¡Quién me volverá a la infancia de antes del análisis, incluso de antes de la voluntad!».

domingo, 10 de julio de 2016

Arma letal 2, versión postmoderna

En la versión postmoderna de Arma letal 2, Roger Murtaugh, el policía que interpretaba Danny Glover, también se entera de que hay una bomba bajo su WC cuando ya está sentado en él. Ahora bien, todo el mundo le dice que no sea tan negativo. Dejan el temporizador correr y empiezan a acolcharle el retrete para que esté más cómodo, le instalan un equipo de música y una tele en el mismo baño y su familia le lleva allí la comida. Pide un crédito al banco y así puede pagar a profesionales que le echen una mano: un fisioterapeuta que le ayude a mantener las piernas más o menos en condiciones (circulación sanguínea en orden, músculos a tono), un psicólogo para la terapia familiar y un coach que le da claves para motivarse y aprender a tomarse como una oportunidad vital la bomba que tiene debajo del culo.


En esta versión, Murtaugh termina sus días como un anciano convertido en youtuber que sube vídeos y publica algún que otro libro de autoayuda explicando lo importante de una actitud emprendedora y positiva. Llega al final de su vida gagá y rodeado de sus seres queridos, que evitan hablar de la bomba y, cuando lo hacen, es con eufemismos o circunloquios («el tema este» y similares, incluso «lo de la bomba»). Las pocas veces que alguien se atreve a mencionar la posibilidad de intentar desactivar la bomba o incluso la de levantarse por si el artefacto hubiera quedado inutilizado por el paso del tiempo, la persona en cuestión es mirada como una loca de atar y se le replica que las cosas no son tan simples, que vaya soluciones más radicales busca, etc., etc.

martes, 24 de mayo de 2016

Díselo con contenedores

Qué extraña imagen: Rajoy quemando contenedores, Rodríguez Zapatero prendiendo fuego a papeleras, la élite política plenamente entregada al vandalismo. Suena imposible, el vandalismo es cosa de gente desharrapada: chavales aburridos y/o hooligans políticos, ¿no? Después de según qué huelgas o manifestaciones, oímos hablar de destrozos, ¿cuánto cuestan? He intentado averiguar cuánto cuesta un contenedor de basura nuevo y veo una gama de precios que oscila muchísimo (entre 200 y algo más de 1.000 €) en función de la marca, el modelo y, cabe suponer, el volumen de los pedidos, el transporte y -quién sabe- quizá prefiramos comprárselos a algún amigo o familiar que casualmente se dedique a ese ramo. Suspicacias aparte, el resultado es interesantísimo.

Por ejemplo, el regalo que le hizo el Estado al venderle al BBVA Catalunya Caixa-Catalunya Banc (fusión de Caixa Catalunya, Caixa Manresa y Caixa Terrassa), por ejemplo, que ascendió a 11.400 millones de euros -es la diferencia entre el precio que se les pidió y el precio de mercado- son casi doce millones de contenedores-de-los-caros quemados, más de 50 millones de los más baratos. Los 9.000 millones de euros que reclaman los vándalos de la Comisión Europea que nos recorten a corto plazo cuestan, pues, al menos nueve millones de contenedores quemados, hasta 45. Podríamos seguir con los recortes en sanidad, que en el periodo 2009-2013 fueron de 7.641 millones de euros, serían de al menos 7 millones de contenedores -insistimos, hasta 35 millones de ellos- y el maravilloso rescate de Bankia, estimado en 147.800 millones de euros entre capital, avales y otros, nos puede salir por entre 150 y más de 700 millones de contenedores (pero ¿hay tantos contenedores en toda la región española?).

Si buscamos el morbo, no será por cálculos al sueldo de un juez español (unos 4.000 €/mes) le podemos descontar el de un pobre diablo (salario mínimo interprofesional = 655,20 €/mes), la sobrealimentación de más de 5.000 jueces nos sale como quemar 16.000-80.000 contenedores al mes. Las subvenciones para que este año los sindicatos sigan dando la patita y pasando por el aro de fuego (10,33 millones), un poco más caras que la familia Borbón, nos salen a 10.000-50.000 contenedores churruscados  y las de los ayuntamientos a la tauromafia (20.116.278 € en 2013), 20.000-100.000 contenedores on fire.
Quien después de todo eso considere más preocupantes los disturbios que el vandalismo presupuestario tiene un problema de percepción aún mayor que el de echar cuentas.

viernes, 19 de febrero de 2016

Yo podría ser tu gato

No podría ser tu perro. Ni se me da bien, ni me gusta, eso de andar detrás de nadie, parar el mundo a cada silbido, a cada instrucción. No hace falta que me saquen, ya sé organizarme los paseos, solo o acompañado.
Sí me veo, en cambio, como gato. Yo podría dejarme encontrar cuando quieras buscarme, podría buscarte cuando quieras que te encuentre. (A veces nos equivocaríamos y no iríamos tan sincronizados; bah, no hay drama, nada que no pueda arreglarse una próxima vez.) Que me creas casi desaparecido de puro discreto y resurgir como una caricia entre tus piernas. La verdad es que me encantaría ponerme en tu regazo, que me rascaras la cabeza, ronronear tumbado junto a ti.
Yo podría ser tu gato.