Toda
prohibición puede ser transgredida y, en muchos casos, un@ puede desear llevar
a cabo esa transgresión sin esperar conseguir nada con ello; cuando así ocurre,
hay una pregunta inevitable: ¿lo deseo por algo de lo que ni soy consciente, o
es sólo por desafiar la prohibición? No entramos en posibles hipótesis sobre
por qué podemos querer transgredir lo prohibido porque sí (¿autoafirmación?
quién sabe...), sólo constatamos que este deseo, más superficial o más hondo,
existe a menudo y, sin embargo, no nos permite saber si queremos por nosotr@s mism@s (si es que
esta posibilidad existe) aquello que se nos ha prohibido o sólo nos apetece
porque nos lo han prohibido, como reacción a la iniciativa de quien/es nos lo
ha/n prohibido.
La
observación (también) inevitable, siendo esto así, es: en estos tiempos de
«democracia securitaria» (o fascismo apático construido en nombre de la
«democracia» y no contra ella, parafraseando a alguien),
en estos tiempos de hiperregulación en que casi todo funciona en base a la
legislación de unas cortes, a las ordenanzas municipales o al reglamento de
alguna entidad que nos cobra como clientes y/o que mama de las arcas públicas
que nos sablean, el margen que nos queda para desear algo por nosotr@s mism@s
es cada vez menor; a medida que el sistema coloniza nuestras vidas, psiques,
etcétera, crece la sensación de que sólo deseamos aquello que quieren que
deseemos... o su exacto contrario, que no depende menos de ello.
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