Llego a la estación casi un
cuarto de hora más tarde de lo que querría y, por un “por si acaso” muy
hipotético, miro la pantalla con los próximos trenes. Bingo: el azar ha querido
que mi tren lleve 20 minutos de retraso; habiendo casi un tren cada hora para
volver a casa, es un golpe de suerte. Veo gente andando de aquí para allá, un
soldado patrullando un andén con su metralleta, todo relativamente normal.
El tren está bastante vacío,
puedo sentarme e incluso elegir un asiento con enchufe para mi ordenador. Cuando
acabo de sentarme, sube otro pasajero: dice que el tren aún tardará mucho en
salir (unos minutos después veremos que se equivoca). Dice que el tren va con
retraso porque un tipo se ha suicidado arrojándose a la vía, ese es mi golpe de suerte.
La rumorología dice que ocurre
más a menudo de lo que pensamos, que los “incidentes técnicos” del metro, a menudo,
son cadáveres o personas que intentaban convertirse en cadáveres. Es la primera
vez en mi vida que no es una hipótesis, sino una información supuestamente
fiable… no me paro a preguntar al tipo quién se lo ha dicho, dejémoslo en
“supuestamente”. Siento que no puedo, simplemente, sentarme a esperar que
despejen la vía para poder volver a mi casa y seguir con mi vida.
Inmediatamente, pienso algo como “Oh, sí, ve al otro lado del tren, a ver si el
cuerpo aún está ahí, a ver si hay o no manchas de sangre. Eso os será muy útil
a ambos, al muerto y a ti”. Así que me quedo en el asiento dejando que este
torrente de mierda me recorra, viendo hasta qué punto puede quedar uno atrapado
por algo tan aparentemente sencillo como eso: cómo es que la vida sigue pese a
que algunos se tiren –o se caigan– de este tren. Ya hablé de eso hace un
tiempo, no he descubierto nada desde entonces. Yo sólo iba a coger un tren para
volver a mi casa, en el culo del mundo, pensando en Alejandra Pizarnik y las
cosas tan potentes que escribió sobre la melancolía, años antes de saltar por
la ventana de su casa, en lo que escribió Wallace sobre la depresión y el
suicidio más de doce años antes de colgarse él mismo. Hace cuarenta años de lo
uno y cuatro de lo otro, ¿y qué? ¿Qué más? Estoy satisfaciendo mi necesidad de
poner esto por escrito, pero ¿eso es todo lo que sé hacer con esto: una especie
de entrada para la enciclopedia del dolor del mundo? ¿Puedo dejar de escribir
porque ese otro pasajero tal vez se haya equivocado, quizá ha creído que le
hablaban de un muerto y lo ha entendido mal o porque tal vez sea un fabulador y
se lo haya inventado todo? ¿Puedo seguir escribiendo sobre lo absurdo de la
vida sólo porque la tragicomedia del mundo, con su horror, su humor, sus
banalidades y todo lo demás, parece haberme salpicado un poco más que de
costumbre?
una especie de entrada para la enciclopedia del dolor del mundo...
ResponderEliminarche bell'articolo!!