jueves, 23 de agosto de 2012

La desesperación y sus cimas y crímenes

Una de las frases más famosas que André Breton escribió en el segundo manifiesto surrealista decía que «el acto surrealista más sencillo consiste en bajar a la calle, revólver en mano, y tirar al azar contra la muchedumbre». Se trata, nos decimos, de una mera idea, expresión del mismo asco y hastío de que Breton habla en ese mismo texto a continuación... una idea, no obstante, de la que ya había hablado con más credibilidad Émile Henry en una carta pocos años antes de que Breton naciera, sosteniendo que «nadie es inocente». El mismo Émile Henry que había vengado a las víctimas de la matanza estatal de Fourmies y a Ravachol poniendo una bomba que sería llevada a la parisina comisaría de la rue des Bons-Enfants (donde mataría a cinco agentes) y que seguiría con su modesta campaña una semana después de la muerte de Auguste Vaillant en la guillotina arrojando otra bomba casera contra la lámpara de araña del café burgués Terminus, donde el propio Henry parecía tranquilamente sentado como un cliente cualquiera. El mismo Henry que, según algunas fuentes, habría dado «Breton» como apellido falso a la policía en el momento de ser detenido, un tiempo antes de escribir esa terrible frase, y el mismo Henry, hijo de la derrota sangrienta de la Comuna de París, que se habría convertido, con tan poco selectivas bombas, en el «ángel vengador» de aquel tiempo desesperado y miserable y de los crímenes de su burguesía entera, de su sociedad al completo, incluso.
El mismo que prefigura tanto a Mateo Morral como a Timothy McVeigh y que, a menos que se deje uno llevar por el sensacionalismo (y aún así... ) queda ensombrecido por el puñal quirúrgico de Sante Caserio y por la bomba inocua, simbólicamente hiriente, que arrojó el mentado Vaillant en la sede el poder legislativo.

Es curioso, en todo este asunto, que la frase de Breton pueda ser considerada tanto una licencia poética como una invitación a la violencia más extrema y misantrópica y que, en este sentido, como en otros, Albert Camus la emprendiera con él y, en general, con el Grupo Surrealista -no así con el surrealismo- por ese uso de la fantasía como evasión (y en este caso, como pataleta). Michel Onfray parafrasea la indignación de Camus al respecto preguntándose «¿Y si alguien lo hace?» y afirmando (a partir de los 37'47'' de este vídeo) «El concepto es peligroso; son materiales inflamables, las palabras, y hay que usarlas con justicia y justedad».
Probablemente, todo esto dice mucho más de la frustración y sus vías de escape en la fantasía que de nuestros aciertos y fórmulas reales para enfrentarnos a nuestros problemas concretos en la realidad concreta, vengan de l@s surrealistas, de Camus o de quien sea... de todos modos, no está de más recordar esta polémica, pues está tan arraigada la impotencia en los círculos anticapitalistas que hablar de matar, mutilar, herir o amenazar con hacer cualquiera de estas cosas se considera normal y, si bien esto se puede relacionar al 50% con la historia de las épocas anteriores (y de algunas sociedades de nuestro tiempo), me temo que el otro 50% deba imputarse a nuestro afán esquizoide de fantasear con lo que, de hecho, no creemos que podamos llegar a hacer/ser. El lema de esas fantasías sería algo así como «Dado que quizá nunca tengamos fuerza social para hacer ese daño físico, ¿por qué amargarnos las fantasías con dilemas éticos sobre hablar de niveles de violencia que están a años-luz de lo que hacemos y de lo que pretendemos hacer a corto plazo?».
En la práctica, todo esto no nos parece tanto una vulgarización de cierto debate (el debate sobre qué acciones, tácticas y estrategias pueden incluir el uso de la fuerza contra otras personas) como una banalización de la violencia que nos produce este sistema, nuestra impotencia y su banalización en otros ámbitos (TV, cine, literatura, videojuegos, cómics, etc.). En este sentido, si a algo nos recuerdan las reservas de Camus sobre Breton y su explicación por Onfray es a El rey pescador.
El argumento de esta película de Terry Gilliam se basa en el encuentro entre Jack, un locutor de radio interpretado por Jeff Bridges, y Parry, un sin techo con problemas mentales interpretado por Robin Williams. Lo curioso de la relación entre ambos estriba en que Parry ha pasado de ser un tipo acomodado cualquiera a ser un sin techo desquiciado después de que un oyente de Jack, frívolamente aconsejado por él en este sentido, matara a tiros a un grupo de desconocid@s entre l@s que estaba la mujer de aquel.

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