Desde un punto de vista superficial, el cuco no es un pájaro violento o agresivo. No se le ve dando picotazos a otras aves si no son ellas quienes lo hacen primero. Por el contrario, sí se puede ver a un petirrojo o un carricero común emprendiéndola a picotazos con cucos adultos. Siempre ejerciendo de observadores superficiales, diremos que son estos otros pájaros los agresivos, los violentos.
Lo que los cucos adultos hacen, algo aún más característico que su canto, es ahorrarse el mantenimiento de sus crías poniendo sus huevos en nidos ajenos. Cada hembra está especializada en poner huevos que imiten los de otra especie, leemos, hasta veinticinco de ellos, pero rara vez más de uno por nido y nunca más de dos, la diversificación es clave. Si la segunda ave la sorprende en su nido, sin haber llegado a poner los huevos, echará al cuco a picotazos y fin de la historia.

Llegado a este punto, el cuco emigrará a tierras más cálidas y cuando regrese, al cabo de tres estaciones, volverá a empezar el ciclo.
Un@ puede verlo de manera superficial y recalcar que el cuco no la emprende a picotazos sin ataque previo, pero este sigue siendo un ente invasor y destructivo que empieza su vida aniquilando para no tener que compartir recursos y que la culmina depredando el trabajo de otros.
Quien quiera hacer el mismo tipo de observación con el modo en que funcionamos las personas, instituciones y empresas tendrá que preguntarse quiénes son y por qué l@s violent@s, l@s subversiv@s, l@s destructores. Tendrá que preguntarse si l@s máxim@s responsables del estado de las cosas no tienen quizá la máxima responsabilidad de que al caos se le llame libertad, de que cada ataque a la estabilidad sea visto como una sana subversión, cada cambio de paradigma (¿decidido por quién? ¿debatido cómo y cuándo?) com0 una alegre ruptura y la carrera hacia ninguna parte, una festiva revolución.