Quizá creí que tenía más de gato de lo que realmente tenía. Quizá tenga algo más de perro. O quizá sólo pase que me haya movido demasiado poco como para averiguarlo aún. ¿Cuántas ocasiones de actuar libremente hay que aprovechar para empezar a sentirse realmente libre? ¿O es que es más fácil sentirse libre primero y luego actuar libremente? ¿Cómo se interrumpe este bucle, cómo se entra en el círculo virtuoso?
«La vida», escribió Søren Kierkegaard, «sólo puede ser comprendida hacia atrás, pero sólo puede ser vivida hacia adelante». Es brillante, pero le faltó quizá decir que lo comprendido a veces no sirve para vivir, que en ocasiones todo parece nuevo, no ilusionantemente nuevo, sino nuevo como un golpe nuevo: no sabemos si nos alcanzará, no se sabe en qué punto ni con qué fuerza, sólo sabemos que es posible que duela. No todo en la vida es triste, ni muchísimo menos, pero muchas de las cosas que no son tristes son banales y acaban resultando, a quien no tiene dramas, aún más tristes que las dramáticas.
Escribió en el Libro del desasosiego Bernardo Soares/Fernando Pessoa, entre otras nostalgias, la de algo (¿libertad verdadera? ¿naturalidad? ¿funcionalidad del hemisferio derecho del cerebro?): «He matado a la voluntad a fuerza de analizarla. ¡Quién me volverá a la infancia de antes del análisis, incluso de antes de la voluntad!».