domingo, 5 de febrero de 2012

Del cuerpo y otros tabúes

Existen, en torno a nuestros cuerpos, una serie de tabúes. Quizá el más evidente, cuando se trata de hablar del tema -y el que más va camino de desaparecer, por estas latitudes- sea el sexual, pero no el único.
El del pudor en torno a la desnudez, total o parcial, también existe y es interesante (además de exasperante) ver cómo el debate en torno al hijab, al niqab y al burqa, que pedían a gritos ser debates sobre el pudor y su esterilidad, independientemente de la forma que el dichoso pudor toma en cada cultura, se han convertido en estériles debates sobre integración cultural, multiculturalidad y la posibilidad de liberar por decreto, en este caso, a las mujeres de determinadas culturas (y subculturas).
También persiste el tabú en torno al envejecimiento, la enfermedad y la muerte, no sea que tengamos que asumir abiertamente semejantes disgustos: de un lado, que somos vulnerables y perecederos y que nuestra belleza lo es aún más; del otro, que probablemente nunca tengamos una segunda oportunidad y, como dice la canción, el viento se nos llevará... y el mundo, ingrato escenario, seguirá girando.
A un nivel incluso más básico está la escatología y todo el tema de nuestras secreciones. Oh, sí, "las guapas también se tiran pedos", como decían Violadores del Verso, el galán más seductor lo es un poco menos sentado en un WC con los calzoncillos por los tobillos, los genios de las artes y las ciencias tienen esa cara (y esos mocos) cuando estornudan, etcétera, etcétera. No hay drama en ello, todo lo más, cierta conveniencia de papel higiénico o de abrir un poco la ventana.
Existe, no obstante, más allá de la religión -esa gran odiadora del cuerpo y de todo lo "profano", lo anterior a ella- la idea de que nuestros residuos nos quitan algo de cuanto hay de sublime o admirable en nosotros. En nuestra cultura, me temo, es más fácil perder carisma ante l@s otr@s rascándose el trasero que comportándose como un ser perfectamente educado-a-la-par-que-mezquino; a menudo, lo inocuo es peor que lo inicuo.
Y sólo así se llega a la paradoja del humor escatológico, a saber: su carácter infantil. Este tipo de humor se considera pueril, es el niño que llevamos dentro quien se ríe escuchando canciones, gags y chistes con mil y una figuras literarias en torno a la mierda... y lo hace como se ríe uno de lo transgresor (sí, sí, la tetralogía "caca, culo, pedo, pis"), pero es que, a esa edad, eso es transgresor. Para un adulto, Ricky Gervais o Jon Lajoie haciendo humor sobre Ana Frank resultan el colmo de la transgresión, arrancan una carcajada de incredulidad ("¿¡ha dicho lo que ha dicho!!??"), pero es un tabú que sólo los adultos entienden. La transgresión en torno a la escatología es un tipo que todo el mundo entiende, a partir de un tabú que todo el mundo conoce, y esto es así porque las excrecencias son algo que tod@s vivimos, incluso l@s niñ@s, incluso aquell@s que no tienen edad para hablar... porque nuestras funciones biológicas son, curiosamente, aquello que tenemos tod@s en común, incluso quienes no tienen aquellas capacidades cognitivas y lingüísticas que, solemos considerar, nos definen como especie (es el caso de los bebés o l@s adult@s en coma irreversible). Resulta que lo que tenemos en común los seres humanos es nuestra naturaleza animal: ¡dejemos caer nuestros monóculos, escandalizad@s, llevémonos las manos a la cabeza!
Esa es la paradoja del humor escatológico: que es infantil porque nuestra cultura tiene una relación con nuestros cuerpos que se puede calificar claramente de "infantil", a condición de entender este adjetivo en el peor sentido, como "inmaduro", y no en un sentido más neutro.
Así pues, aprovechamos toda esta observación para reivindicar un poema, que conocimos hace poco, del argentino Baldomero Fernández Moreno (1886-1950) y que encontramos, en este sentido, interesantísimo, además de bien divertido:

Soneto a tus vísceras


Harto ya de alabar tu piel dorada,
tus externas y muchas perfecciones,
canto al jardín azul de tus pulmones
y a tu tráquea elegante y anillada.
Canto a tu masa intestinal rosada
al bazo, al páncreas, a los epiplones,
al doble filtro gris de tus riñones
y a tu matriz profunda y renovada.

Canto al tuétano dulce de tus huesos,
a la linfa que embebe tus tejidos,
al acre olor orgánico que exhalas.

Quiero gastar tus vísceras a besos,
vivir dentro de ti con mis sentidos...
Yo soy un sapo negro con dos alas.

6 comentarios:

  1. esa inmadurez es el legado del dualismo de sustancias de nuestra cultura racional y cristiana: materia y espíritu, cuerpo y alma, y de la miserabilización de los primeros términos: el cuerpo sufre, pero debe sufrir para la liberación y afirmación de su contrario

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. No sé si será sólo eso, pero estoy de acuerdo en que es terrible: a la religión no le basta con afirmar la existencia de un alma inmortal (¿basándose en... ?), que tienen que contraponerla al cuerpo y, claro, apostar antes por su tinglado que por el cuerpo realmente existente.
      Lo decía en esta entrada, igual que en otras lo he dicho, por boca mía, de Onfray o de Nietzsche... que la religión odia todo lo "profano" y "profano" es, en realidad, como etiquetan todo aquello que no forma parte de ella, incluido todo lo anterior: la sexualidad, el cuerpo, el mundo (el único que conocemos), la vida en todas sus formas... a todo ello, la religión antepone la castidad, el alma, el otro mundo (más literalmente o más como una fase posterior en este mismo mundo, como los "Testigos de Jehová") y la muerte. Tanto como la fe se antepone y sobrepone al raciocinio y la experiencia.
      La parte racional, en realidad, no creo que tenga mucha responsabilidad en esto porque a la pobre razón sólo se le ha dado cancha como comparsa de la fe, la metafísica y demás morideros de neuronas. La experiencia sólo conoce lo concreto, lo separado, cosa que podría llevar, más que al dualismo, al atomismo, pero la religión tiende a meterlo todo en dos sacos (muy de Oriente Próximo: zoroastristas y parsis, yezhidis, etc. y sus influencias en la cultura judeocristiana) o, directamente, en uno solo. Creo que voy a poner un enlace a la campaña "Yo también hago caca", se lo merece.

      Eliminar
  2. Interesantísimo artículo, Mr. Brown, pero sobre todo, dado mi obsesión sonetil, he de agradecerte de sobremanera este descubrimiento. Un soneto brillante! Genial! Abrazotes!

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Jejeje, yo tampoco conocía a este Fernández Moreno y, la verdad, me encantó el soneto. Por lo que he leído por ahí, la mayor parte de su obra no debe de ser tan original, pero este poema es divertido, está bien escrito y, desde luego, es original. Lo descubrí de casualidad en este curioso foro:
      http://focoblog.com/focoforo/topic.php?id=2835
      ¡Gracias, Víctor! ¡Abrazotes!

      Eliminar
  3. Si no lo has visto, te recomiendo este videoensayo de Minchinela: http://minchinela.com/repronto/2008/11/15/capitulo-15-glamourama/

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Me ha gustado mucho, es una gran explicación sobre el mismo tema de la entrada (por más que esté mediado por la idea de fama/imagen a gran escala y la atención, valga la redundancia, mediática) y un buen repaso al efecto que tienen los mass media sobre nuestro léxico.
      ¡Gracias!

      Eliminar