lunes, 6 de agosto de 2012

No es tan fiero el león como lo pintan

Se llama negacionista a cualquiera que niegue algo que es tenido por cierto, pero este término, usado casi exclusivamente para hablar de historiadores, suele servir, en especial, para designar a quienes niegan el holocausto nazi en los términos en que se suele sostener que tuvo lugar.
Si formulamos esto último de manera tan sutil es porque, en la medida en que nos hemos interesado por la historiografía negacionista (que tampoco ha sido grande; la medida, decimos), nos hemos encontrado con que no se suele negar tanto el exterminio en sí como la cifra de víctimas y su carácter sistemático en lo relativo a l@s hebre@s (y el que fuera decidido como «solución final» en aquella reunión de enero de 1942 por los máximos líderes nazis), además de intentar relativizarlo haciendo hincapié en la dureza de la guerra y la limitada capacidad del Reich para sostener a la suma de su población y la de todos los países ocupados en tales circunstancias.

En esta ocasión, más que lo válido o inválido de los indicios que l@s negacionistas reivindican, lo que nos interesa es la reacción psicótica de muchos de quienes dicen oponérseles. Con la excusa de oponerse al nazismo (al régimen muerto hace ya 67 años, más que a la ideología, peligrosamente viva, pese a su olor apolillado), llegan a utilizar el derecho penal contra quienes manipulan la historia en un sentido negacionista, pretendiendo que constituya un delito de incitación al odio o apología del genocidio, por más que las palabras no maten. Puede parecer que desde aquí intentamos lavarle la cara al nazismo, pero no van por ahí nuestras intenciones; más bien, como hizo Noam Chomsky con respecto a la persecución judicial de Robert Faurisson, preferiríamos señalar que manipular la historia, como cualquier otra información, es un derecho -un desagradable, pero inalienable derecho-. Abordar cualquier tema implica imprimirle un sesgo, una línea de corte que deja cosas dentro y otras fuera y permite decidir a qué se da más importancia, qué se relaciona con qué, cómo se organiza el contenido, etc. El resultado, pues, es siempre sesgado y, a menudo, repugnante: nos sirve Faurisson o Irving como nos sirven Pío Moa o De la Cierva, pero no por ello vamos a azuzarles a los perros de la magistratura. Si el derecho penal sirve para algo (y nuestra tesis para ese tema sería que probablemente no, para qué mentir), no es para decirles a los historiadores quiénes son l@s buen@s y quiénes l@s mal@s, en favor de quién se puede manipular y en favor de quién no. Con l@s historiadores como con l@s periodistas, nos encontramos con un gran problema ético, no judicial.

Pero ¿sirve todo este ruido en torno a l@s negacionistas para algo que no sea darles publicidad? Sí: sirve para lavarles las manos a tod@s l@s demás.
Ese es el gran regalo de l@s nazis al resto de criminales del mundo y, en especial, a l@s de su época. L@s nazis tienen que ser l@s más mal@s, tienen que ser el Mal encarnado y desatado sobre la Tierra, porque sólo así tendrán l@s demás algún punto de redención. El holocausto nazi, diría el sentido común, no sería defendible aunque hubiera sido menos planeado, aunque sus víctimas hubieran sido 3 millones en vez de 6, o un millón, o doscientas mil. Pero lo cierto es que muchas corrientes políticas tienen muchos muertos debajo de la cama y rezan cada vez que se acuerdan por que las víctimas del régimen nazi fueran 6, 12 o 13 millones, porque hicieran jabón con su grasa o pisapapeles con sus huesos, rezan por que «nazi» siga siendo el estigma del mal (algunos hablan de «falacia reductio ad Hitlerum») que no permita ver lo atrozmente banal de cuanto hicieron los nazis: los campos de concentración de civiles, los trabajos forzados, las condiciones insalubres, los bombardeos despiadados, el exterminio a gran escala... todo.
Sin salir de la Segunda Guerra Mundial ¿cuántas decenas de miles de personas -en su mayoría, civiles- murieron cuando el presidente «demócrata» F. D. Roosevelt hizo bombardear concienzudamente Hamburgo o Dresde, cuántas cuando el también «demócrata» Truman hizo lanzar la primera bomba atómica sobre Hiroshima (hace hoy 67 años) y, tres días después, otra sobre Nagasaki? A los defensores del imperio yanqui-sionista les urge hablar de los crímenes nazis para disimular que EEUU es el único estado que ha utilizado armamento atómico contra un pueblo y que ha sido condenado por terrorismo en un Tribunal Internacional de Justicia (1986) o que el sionismo fue, con honrosas excepciones, un buen compañero de viaje y en parte un predecesor del nacionalsocialismo se mire por donde se mire y que ha intentado, con menos brutalidad y más eficacia, poner en práctica un proyecto identitario integrista, supremacista y colonialista, militarizado hasta las cejas y defensor de los castigos colectivos, los atentados indiscriminados y la tortura.
Urge hablar de la maldad nazi a quienes le lavan la cara al colonialismo español, primer gran utilizador de los campos de concentración (Cuba, Puerto Rico y Filipinas, 1895-1898) para pasar a la población civil hostil pour una cruel e indiscriminada criba, el mismo que usó armas químicas contra la población de Marruecos para conquistar el norte del país y ametralló marroquíes hasta la víspera de su independencia, pero que abandonó a los saharauis a su suerte hace apenas treinta y siete años.
Les urge también a l@s nostálgic@s del colonialismo francés, pues la mayor parte de los militares franceses de la SGM no eran franceses, sino colonizados por Francia, lo que a  muchos no les impidió batirse el cobre contra el invasor alemán (fuera por convicción, por la solda o por lo que fuera) y la recompensa fue, en el mejor de los casos, ninguna y, en el peor, las matanzas de independentistas argelinos a manos de colonos armados por los militares o los sanguinarios bombardeos contra los malgaches. Les urge por todo esto y porque ello puede diluir el hecho de que la Resistencia fuera un fenómeno minoritario -cosa que da un mérito aún mayor a quienes participaron en ella, desde luego-, que entre un 20 y un 25% de sus miembros fueran refugiados o inmigrantes (italian@s, españoles, polac@s, ...), que algunos miembros de la Resistencia cometieran sus propios crímenes, que algunos de quienes participaron en ella lo hicieran o no intermitentemente según se lo ordenaran sus amos (PCF y, por extensión, organizaciones-satélites como la CGT) o que muchos de quienes no lo hicieran, sin ser filonazis, no tuvieron problema en colaborar con el régimen de Vichy con toda naturalidad (en Argelia, concretamente, la policía se congratulaba de haber llegado, en aquella etapa vichysta, a niveles de colaboración ciudadana nunca vistos).
Son algunos ejemplos de lo poco originales que fueron los nazis en el exterminio, el supremacismo o los campos de concentración (¿ya hemos olvidado cómo acabó Sri Lanka con los Tigres por la Liberación de la Patria Tamil la pasada década?), pero lo mismo puede decirse del racismo: ¿alguien cree que desapareció de las instituciones con la derrota nazi?
El apartheid (que fue una adaptación de políticas anteriores similares) se impuso en Sudáfrica a partir de 1948, el mismo año en que se adoptó el programa «Australia blanca» en el país oceánico. Dicho programa, vigente durante más de veinte años, tenía entre sus objetivos reducir al máximo la inmigración desde países «no blancos» como Indonesia dificultándola legalmente y favoreciendo la de otros «blancos» como el Reino Unido, mantener a la población aborigen al margen de la criolla y arrancar de sus padres a l@s hij@s mestiz@s para recluirles en centros del estado donde se les daba un nombre cristiano y se les obligaba a adoptar la cultura criolla australiana: el idioma inglés, la manera de hablarlo, de vestirse, de peinarse, de comer, las normas de cortesía, etc.
Además de en Sudáfrica, en la entonces Rhodesia del Sur -la actual Zimbabwe- el régimen no era menos racista y, en el apogeo de la lucha guerrillera indígena (finales de la década de 1970 y principios de la de 1980), llegó a utilizar armas químicas y biológicas, gracias a científicos y médicos como Steven Hatfill (que posteriormente trabajaría para la CIA).
En Suecia, el Instituto Estatal de Biología Racial esterilizó a algo más de 60.000 personas entre 1922 y 1975 (cuando el gobierno de Olof Palme lo hizo clausurar); se trataba de «enfermos mentales», gitanos y, sobre todo, lapones.

Suficientes ejemplos para la enciclopedia del horror, sin ser exhaustivos. Para acabar, remitimos a la foto que encabeza esta entrada. Tomada por John Florea y publicada por Life, muestra un par de bombas del ejército estadounidense destinadas al bombardeo de Tarawa (actual Kiribati), tomada por el ejército japonés, cuya actuación entre 1937 y 1945 fue tan organizadamente brutal, cruel y supremacista como la de la Wehrmacht. En ambas, los soldados han escrito bromas: en la más alejada del objetivo de la cámara, sobre el general que presidía el gobierno japonés (ejecutado por los gringos pocos años después); en la más cercana, la clase de frase que uno dice antes de contar un chiste, con un significado muy distinto: «¿Has oído esto? ¡Te vas a morir!». Sólo que, en inglés, la traducción literal es «¡Te va a matar!» y que, en ese caso, es literalmente cierto. Eso es lo que vale la vida para algun@s, para much@s, para muchísim@s. No necesitan hablar alemán, ni lucir cruces gamadas.
No es tan fiero el león como lo pintan, no si lo pintan otros leones.

1 comentario:

  1. Faltaba un curioso addendum que hemos encontrado de casualidad. A propósito del éxito del atleta afroamericano Jesse Owens en los juegos olímpicos de 1936, en Berlín, y de la leyenda de que el gobierno nazi se negó a felicitarle, leemos algo más interesante que la actitud de Hitler y compañía:
    "Aunque es cierto que Hitler no saludó a Owens, este afirma en sus memorias que recibió una felicitación oficial del gobierno alemán por escrito. Algo que no ocurrió en su propio país, ya que el atleta no fue invitado a las celebraciones organizadas en la Casa Blanca, ya que Franklin D. Roosevelt se encontraba en plena campaña electoral y pensaba que una fotografía junto a una persona negra podría restarle votos en los estados del sur."

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