A nadie que tenga los ojos abiertos se le escapará qué realidad es esta en la que vivimos. Trabajamos para empresas estadounidenses, alemanas o británicas para ganar unos euros ideados en Bruselas con los que poder comprar a tenderos chinos y volver a nuestras casas, repletas de mobiliario sueco, donde intentar descansar ante una serie (de nuevo) estadounidense en la tele japonesa o surcoreana, mientras el vecino árabe o senegalés hace a su mujer cocinar su cena hiperespeciada y el hijo del vecino judío grita de la manera que corresponde a un crío que está siendo circuncidado.
Pero este inventario de horrores globalizadores es sólo la punta del iceberg. Si queremos escapar a todos los síntomas del proceso globalizador y homogeneizador impulsado por la masonería judaizante y el club de Bilderberg, desde la falta de integración de l@s inmigrantes y la pérdida de nuestros valores hasta el rampante índice de disfunción eréctil –permítasenos el oxímoron– o la financiarización de la economía, pasando por los chemtrails y el inquietante fenómeno por el que las noches son cada día un poco más cortas, al menos desde finales de diciembre, o el auge del yihadismo internacional, es impostergable el retorno a nuestras raíces.
Damas, caballeros: no sólo nuestra soberanía ha sido robada, hemos sido sometid@s a un proceso de aculturación que hay que revertir desde ya y emprender un regreso a nuestra identidad que ningún movimiento identitario o nacionalista se atreve a acometer.
La expulsión de tod@s l@s inmigrantes y su ola multicultural es un paso, pero no basta: hay que hacer lo propio con sus hij@s, niet@s, posesiones y mascotas, incluyendo entre l@s asiátic@s a l@s hebre@s, así sean taimad@s sefardíes con apellidos como «Toledano» o «Benjamín», acechando por nuestros parajes desde hace más de cinco siglos.
Más aún, dado el punto anterior y el que los moriscos conversos ya fueron debidamente expulsados, es hora de hablar de los malditos visigodos, ostrogodos, francos y demás invasores bárbaros: ¡volved a Germania, aquí no se os quiere! Palabras suyas que han ensuciado nuestra lenguas, como «guante», «guerra» u «orgullo», deben ser desterradas de nuestro vocabulario tanto como ellos deben ser desterrados de los territorios al oeste del Rhin o al sur del Danubio. Más aún, sostenemos que las personas de rasgos sospechosos (gran estatura y corpulencia, ojos y cabello claros, piel más bien pálida) deberían ser consideradas sospechosas de participar de esta prolongada ocupación.
Lo mismo sea dicho de esos malditos romanos: ¡al infierno con ellos, su lengua latina (hoy día fragmentada en varias lenguas, pero todavía arraigada-s), sus acueductos y su derecho romano! Y hablando de infierno, ¡al infierno con el cristianismo que ellos y su inmigración cosmopolita y orientalizante nos han traído de Palestina, Israel o como quieran llamar ahora al sur de Canaán!
Por último, no nos dejemos engañar por la pertinaz presencia de los celtas entre los nuestros: no son parte de nuestra comunidad, que se vuelvan a sus queridas Hallstatt y La Tène, que se vuelvan ellos y sus pecosos hijos a su país supra-alpino y alto-renano y dejen de contaminarnos con su «berro», su obsesión con los robles y demás gaitas.
¡Levantaos, hermanos! ¡Tartessos para los tartesios, Vasconia para los vascones, Liguria para los ligures, ETCÉTERA!
Exacto! Como cualquier tradicionalismo es básicamente preferir novedades del pasado, yo me quedaría con los romanos y trazaría mi xenofobia a partir de ahí :D que es un punto guay, dentro de lo que cabe.
ResponderEliminar"Novedades del pasado" ya es un concepto simpático, pero tienes derecho a trazar tu línea donde quieras. Te deportaremos igualmente por romano, etrusco o lo que sea... y espérate que no empecemos a rascar en el neolítico, a ver de dónde salieron todos esos metalúrgicos: íberos, iacetanos y demás, hmmm.
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