domingo, 3 de marzo de 2013

Contra la globalización y el mestizaje

A nadie que tenga los ojos abiertos se le escapará qué realidad es esta en la que vivimos. Trabajamos para empresas estadounidenses, alemanas o británicas para ganar unos euros ideados en Bruselas con los que poder comprar a tenderos chinos y volver a nuestras casas, repletas de mobiliario sueco, donde intentar descansar ante una serie (de nuevo) estadounidense en la tele japonesa o surcoreana, mientras el vecino árabe o senegalés hace a su mujer cocinar su cena hiperespeciada y el hijo del vecino judío grita de la manera que corresponde a un crío que está siendo circuncidado.

Pero este inventario de horrores globalizadores es sólo la punta del iceberg. Si queremos escapar a todos los síntomas del proceso globalizador y homogeneizador impulsado por la masonería judaizante y el club de Bilderberg, desde la falta de integración de l@s inmigrantes y la pérdida de nuestros valores hasta el rampante índice de disfunción eréctil permítasenos el oxímoron o la financiarización de la economía, pasando por los chemtrails y el inquietante fenómeno por el que las noches son cada día un poco más cortas, al menos desde finales de diciembre, o el auge del yihadismo internacional, es impostergable el retorno a nuestras raíces.

Damas, caballeros: no sólo nuestra soberanía ha sido robada, hemos sido sometid@s a un proceso de aculturación que hay que revertir desde ya y emprender un regreso a nuestra identidad que ningún movimiento identitario o nacionalista se atreve a acometer.
La expulsión de tod@s l@s inmigrantes y su ola multicultural es un paso, pero no basta: hay que hacer lo propio con sus hij@s, niet@s, posesiones y mascotas, incluyendo entre l@s asiátic@s a l@s hebre@s, así sean taimad@s sefardíes con apellidos como «Toledano» o «Benjamín», acechando por nuestros parajes desde hace más de cinco siglos.
Más aún, dado el punto anterior y el que los moriscos conversos ya fueron debidamente expulsados, es hora de hablar de los malditos visigodos, ostrogodos, francos y demás invasores bárbaros: ¡volved a Germania, aquí no se os quiere! Palabras suyas que han ensuciado nuestra lenguas, como «guante», «guerra» u «orgullo», deben ser desterradas de nuestro vocabulario tanto como ellos deben ser desterrados de los territorios al oeste del Rhin o al sur del Danubio. Más aún, sostenemos que las personas de rasgos sospechosos (gran estatura y corpulencia, ojos y cabello claros, piel más bien pálida) deberían ser consideradas sospechosas de participar de esta prolongada ocupación.
Lo mismo sea dicho de esos malditos romanos: ¡al infierno con ellos, su lengua latina (hoy día fragmentada en varias lenguas, pero todavía arraigada-s), sus acueductos y su derecho romano! Y hablando de infierno, ¡al infierno con el cristianismo que ellos y su inmigración cosmopolita y orientalizante nos han traído de Palestina, Israel o como quieran llamar ahora al sur de Canaán!
Por último, no nos dejemos engañar por la pertinaz presencia de los celtas entre los nuestros: no son parte de nuestra comunidad, que se vuelvan a sus queridas Hallstatt y La Tène, que se vuelvan ellos y sus pecosos hijos a su país supra-alpino y alto-renano y dejen de contaminarnos con su «berro», su obsesión con los robles y demás gaitas.
¡Levantaos, hermanos! ¡Tartessos para los tartesios, Vasconia para los vascones, Liguria para los ligures, ETCÉTERA!

2 comentarios:

  1. Exacto! Como cualquier tradicionalismo es básicamente preferir novedades del pasado, yo me quedaría con los romanos y trazaría mi xenofobia a partir de ahí :D que es un punto guay, dentro de lo que cabe.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. "Novedades del pasado" ya es un concepto simpático, pero tienes derecho a trazar tu línea donde quieras. Te deportaremos igualmente por romano, etrusco o lo que sea... y espérate que no empecemos a rascar en el neolítico, a ver de dónde salieron todos esos metalúrgicos: íberos, iacetanos y demás, hmmm.

      Eliminar