1. La clase dirigente no tiene una estrategia unánime para gestionar sus progresos. El gobierno y sus sectores más afines quieren empezar a gritar que la recuperación ha empezado para apuntarse el tanto, pero saben que el catastrofismo es más eficaz a la hora de intentar aglutinar la mayor masa posible a su alrededor, tal es la tendencia desde hace tiempo. El triunfalismo no sólo debe ser moderado para no perder la rentabilidad catastrófica: el libre mercado, como tantas veces ha demostrado, no es digno de ninguna confianza y hasta sus fanátic@s lo saben.
2. Van apareciendo datos que permiten hablar de fin de la recesión (no de fin de la crisis): el PIB ha subido un 0,1%, la Bolsa española está fuerte y la famosa prima de riesgo, bajando a buen ritmo. Esto, en castellano paladino y más detallado, significa que la maquinaria macroeconómica funciona mejor porque vienen incluso más turistas que antes y se exporta mucho más (el aumento de las exportaciones es especialmente notable entre socios tan recomendables como Arabia Saudí, los Emiratos Árabes Unidos, Argelia o Marruecos). O sea, que España es un país tan barato que mucha más gente quiere comprar lo que aquí se produce y aún más gente quiere venir a gastar a este estado, que les da menos miedo que Tunicia o Egipto, puest@s a buscar sol y playa.
Concretando aún más, significa que este principio de recuperación -que no «recuperación»- depende tanto de las inversiones de regímenes cuyo carácter dictatorial, torturador y asesino está constatado, como de la inseguridad en otros países, de nuestra capacidad de autoexplotarnos (de una manera que ni siquiera es especialmente productiva, para colmo) y de la capacidad de endeudarse que tienen estados como Brasil, donde la burbuja del crédito aún no ha estallado. Aún.
Concretando aún más, significa que este principio de recuperación -que no «recuperación»- depende tanto de las inversiones de regímenes cuyo carácter dictatorial, torturador y asesino está constatado, como de la inseguridad en otros países, de nuestra capacidad de autoexplotarnos (de una manera que ni siquiera es especialmente productiva, para colmo) y de la capacidad de endeudarse que tienen estados como Brasil, donde la burbuja del crédito aún no ha estallado. Aún.
3. En este estado, el encaje nacional-identitario tiene una curiosa relación con la crisis: la sensación de crisis política, ética y cultural se ve agravada por el aumento del soberanismo e independentismo en Catalunya, donde la idea de la pertenencia al Estado español como un lastre (macro)económico, como en Flandes con el resto de Bélgica, ha hecho de levadura soberanista. Paradójicamente, la dinámica política en el sur de Euskal Herriak es de silencio armado, de normalización de la convivencia política, de modo que, por primera vez en más de treinta años, son las provincias vascas las que ayudan -en comparación con Catalunya- a evitar esa sensación de crisis del régimen y a la estabilización de la España postfranquista.
Todo ello, curiosamente, mientras el gobierno del PP da a entender que espera que ETA-(m) siga con este proceso de paz unilateral e incluso deja a la AVT y a los media afines a ambos (Intereconomía, Libertad Digital,etc.) hacer el papel de sector ultra para el que el Tribunal Europeo de Derechos Humanos y cualquier otra instancia que no defienda sus posiciones se equivoca por insensibilidad o mala fe.
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