Por aquí no tenemos nada que ofrecer de nuestra cosecha, pero sería un error decir que no tenemos nada. Ha sido volver a leer a Michael Ende y enamorarnos aún más de la literatura. La culpa, en este caso, es de El espejo en el espejo, un conjunto de relatos sin título, ocasionalmente unidos por algún elemento, pero muy autónomos.
Tanto o más que Momo o La historia interminable, estos relatos ofrecen una puerta simbólica poderosa, pero no retorcida, como las de algunos cuentos tradicionales y sueños, para abordar cuestiones de la vida tal como la conocemos o de la condición humana. No querría, si alguien llega a leer esta entrada, crearle expectativas tan grandes como para que el texto pueda decepcionarle... posiblemente Ende no se planteara la escritura de este libro en esos términos, pero diría que consigue que el lector piense en cosas de la mayor importancia y lo hace con elementos simbólicos de lo más sencillo, lo más indispensable del instrumental.
La edición que hemos leído es una traducción de Anton y Genoveva Dieterich publicada por Alfaguara y de ella destacamos, para empezar, este brillante fragmento, posiblemente la mejor explicación del capitalismo (como religión, claro) que hayamos leído nunca:
–¡El dinero lo puede todo! –gritó el predicador–, une a las personas a través del acto de dar y tomar, puede transformar todo en todo, espíritu en materia y materia en espíritu, convierte piedras en pan y crea valores de la nada, se autofecunda eternamente, ¡es todopoderoso, es la forma bajo la que dios está entre nosotros, es dios! Donde todos se enriquecen con todos, ¡se vuelven ricos todos al final! ¡Y donde todos se hacen ricos a costa de todos, nadie paga los gastos! ¡Milagro de milagros! Y si preguntáis, queridos creyentes, ¿de dónde viene toda esta riqueza? Yo os lo digo: ¡viene de su propio beneficio futuro! Su propio provecho futuro es lo que disfrutamos ahora. Cuanto más tengamos ahora, mayor será el beneficio futuro, y cuanto mayor sea el beneficio futuro, más tendremos ahora. De esta manera, somos nuestros propios acreedores y nuestros propios deudores para siempre, y nosotros nos perdonamos nuestras deudas, amén!
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