Ahora que la crispación social alcanza cotas que nuestra generación no había visto, abundan cada vez más las voces de venganza. Se reclama la cárcel para «los causantes de la crisis» –como suponiendo que se puede trazar una línea y designar a unas personas concretas como responsables y el resto, sentirnos inocentes– o se reclama lisa y llanamente la guillotina, sea para ell@s, para la élite en general o, simplemente, para la familia real, entendiendo que en estados como el español existen, con respecto a la revolución francesa, algo así como «ejecuciones históricamente pendientes».
La verdad es que algun@s no queremos derrocar a la clase dirigente para matarlos, encarcelarlos, deportarlos a los climas más extremos ni encomendarles los trabajos más cansados, sólo para instituir una sociedad nueva, sin clases, de la que ell@s mism@s quizá quieran formar parte y en la que no podrán suponer una amenaza, ni aunque quieran. Sólo queremos el poder sobre sus vidas para no utilizarlo. Lo mejor que podríamos hacer con él es eso, demostrarles lo que es humanidad. Queremos la victoria para ser magnánim@s, por la misma razón que la grandeza no se exhibe, se ejerce. Lo mejor que podríamos hacer, vaya, es demostrarles que «ética» no es sólo una palabra y que, las más de las veces, el poder sobre otro ser humano puede, debe, no usarse.
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