Ya me había pasado en España, pero, hace menos de dos meses, me volvió a ocurrir en Bolivia, hablando con una integrante de esta nueva clase social mía, una abogada que llegaba a fin de mes como guía turístico. La buena licenciada se quejaba a partes iguales de la especulación con los precios de los artículos de primera necesidad (muy comprensible) y de que amigos suyos con carrera, y ella misma, tuvieran que trabajar de taxistas o de guías (menos comprensible, diría Mr. Brown). Como aquell@s paisan@s que casi lloran porque «sólo» cobran 6, 8 o 10 euros por hora. Me recuerdan, una y otr@s, a es@s a l@s que se les ensombrece la cara cuando hablan de lo siniestro que era el Chile de 1970-73 por «las colas que había que hacer para conseguir comida» o ilustran los horrores del bolchevismo (les da lo mismo Cuba que la URSS), reales o supuestos, hablando de las dichosas colas para la comida.
Eso es lo irritante de la clase media, así, generalizando: esa capacidad de hablar sin sacar la cabeza del culo, de convertir los problemas de su clase en los más acuciantes por arte de magia. No trabajar en lo que a un@ le gustaría es, desde luego, algo que cualquiera quiere superar cuanto antes, pero hay que saber que hay gente (especialmente, en un país como Bolivia) malnutrida y desnutrida, gente que no consigue trabajo ni a tiros, gente que se ha puesto a criar hij@s que ni querían tener cuando otr@s (¿más list@s? ¿más afortunad@s?) seguíamos evitando cosas tan costosas e irresponsables, gente que se gana la vida pistola en mano (en la delincuencia o en la policía) porque ell@s también consideran sus problemas más graves que los del resto del mundo o gente, en fin, a la que le trae por donde amargan los pepinos que un entramado informal de empresas y gobiernos se dedique a saquear el mundo entero, con todo el dolor y la muerte que eso conlleva.
La supervivencia de tant@s como sea posible, la superación de los abusos de poder (incluidos los que ocurren en casa) o, sin salir de lo económico, conseguir el mayor acceso posible a los bienes y servicios más necesarios, esos son objetivos de los que merecen mil gritos, gestos crispados y, sobre todo, lucha, mucha lucha. Las reivindicaciones corporativistas y la indignación por no poder ser ni un poquito privilegiad@ -cuando el privilegio, por definición, sólo puede ser para un@s elegid@s- no inspiran ningún respeto y sí cansan, cansan mucho.
Eso es lo irritante de la clase media, así, generalizando: esa capacidad de hablar sin sacar la cabeza del culo, de convertir los problemas de su clase en los más acuciantes por arte de magia. No trabajar en lo que a un@ le gustaría es, desde luego, algo que cualquiera quiere superar cuanto antes, pero hay que saber que hay gente (especialmente, en un país como Bolivia) malnutrida y desnutrida, gente que no consigue trabajo ni a tiros, gente que se ha puesto a criar hij@s que ni querían tener cuando otr@s (¿más list@s? ¿más afortunad@s?) seguíamos evitando cosas tan costosas e irresponsables, gente que se gana la vida pistola en mano (en la delincuencia o en la policía) porque ell@s también consideran sus problemas más graves que los del resto del mundo o gente, en fin, a la que le trae por donde amargan los pepinos que un entramado informal de empresas y gobiernos se dedique a saquear el mundo entero, con todo el dolor y la muerte que eso conlleva.
La supervivencia de tant@s como sea posible, la superación de los abusos de poder (incluidos los que ocurren en casa) o, sin salir de lo económico, conseguir el mayor acceso posible a los bienes y servicios más necesarios, esos son objetivos de los que merecen mil gritos, gestos crispados y, sobre todo, lucha, mucha lucha. Las reivindicaciones corporativistas y la indignación por no poder ser ni un poquito privilegiad@ -cuando el privilegio, por definición, sólo puede ser para un@s elegid@s- no inspiran ningún respeto y sí cansan, cansan mucho.
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