jueves, 20 de septiembre de 2012

A otro perro con ese hueso

La noticia es que ha muerto Santiago Carrillo. La subnoticia, escondida bajo esta, es que ha muerto un personaje fundamental para la generación a la que pertenecen la mayoría de redactores de los principales medios de comunicación y muchas personas del mundo del periodismo, así como una buena tajada de sus lectores, espectadores y oyentes.
La regla de este cuaderno, en este tipo de situaciones, es que tan absurdo y rastrero es ensañarse con un muerto como lavarle la cara a un miserable sólo porque otr@s lo estén haciendo. Veamos si logramos conciliar estos dos objetivos.

Recordamos a Santiago Carrillo, el de la Federación Nacional de Juventudes Socialistas en los últimos tiempos de la II República, el de la JSU después y el del PCE los siguientes casi cincuenta años. Se nos hacen imprescindibles cuatro consideraciones que deberían aclarar quiénes son l@s que ahora cantan sus alabanzas y con qué objetivos políticos.

1) Su papel en las matanzas de presos de Paracuellos y Torrejón no está aclarado. Eso no le convierte en culpable, tampoco en inocente. Tal vez fuera un criminal de guerra y tal vez no, pero aprovechamos la ocasión para decir que basta de limpiar aquellos asesinatos en masa con «Era una guerra» y basta de tonterías, fue una carnicería de gente desarmada como la de Yagüe en Badajoz y no merece mejor consideración (¿o alguien piensa que Muñoz Seca llevaba una Luger escondida en el bigote?). El papel de Carrillo en ello queda en la incógnita.

2) Su responsabilidad en toda la línea del PCE en aquellos años. El PCE, en la línea de la cultura política leninista, se valió de la protección de los dirigentes soviéticos y su influencia sobre la dirigencia republicana para ganar, en la España en guerra, el poder que no había podido conseguir mediante su propio activismo (que las bases del partido pagarían duramente durante la «caza al comunista» desatada por la Junta de Defensa de Madrid de Casado y cía. en marzo del 39). Carrillo, como el resto de franquiciados de la KomIntern, defendió según le mandaron el frentepopulismo (hasta agosto del 39), el anti-frentepopulismo que tan bien le venía al III Reich (desde agosto del 39 a junio del 41), de nuevo el frentepopulismo (desde junio del 41 hasta el fin de la SGM), la guerra fría más cruda (hasta el congreso del PCUS de 1961) o la coexistencia pacífica (a partir de entonces), si bien esta última línea ya engarzaba muy bien con la «política de reconciliación nacional» que él promoviera en el PCE desde unos años antes.

3) Algo que merece una mención explícita: la política del PCE en los veinte últimos años del franquismo fue esa, promovida por S. Carrillo entre otr@s, «reconciliación nacional». Se pretendió que víctimas y victimarios podían reconciliarse sin que los verdugos renunciaran a serlo y se pretendió que de ahí podía salir algo ética y políticamente aceptable. El resultado no incluyó la supervivencia de Julián Grimau, pero sí una oposición que abrazaba su condición de víctima en lugar de asumirse como agente transformador y, desde finales de la década de 1960, unas Comisiones Obreras cuyas riendas llevaban Carrillo y l@s suy@s, comprometidas en la misma transición pactista e interclasista e igual de cómplices, si no más, del amansamiento del proletariado del establo español.

4) Su papel después de esa infame transición/transacción fue el que le correspondía a un buen pañuelo con el que un@ ya se ha sonado o limpiado las debidas secreciones: ser arrojado. El PCE, un partido más de militantes que de votantes, perdió a la mayoría de aquellos al ser incapaz de predicar suficientemente a nadie, convers@s o ajen@s. La mayoría de eurocomunistas españoles fue desengañada por una línea donde no estaba nada claro qué lugar quedaba para el comunismo (¿qué esperaban, que Carrillo fuera un nuevo Salvador Allende? Y si sí ¿para qué, para revivir lo mismo que l@s chilen@s?) y el resto siguió la lógica insulsa de fachas/progres o derecha/izquierda, donde el PSOE no dejaba mucho margen para nada más y se ahorraban algo tan absurdo como cuestionar el capitalismo. Con mucha pedagogía quizá se podría haber predicado una revolución realmente humanista y anticapitalista, pero eso ya lo intentaban hacer l@s trabajadores y estudiantes del movimiento autónomo y la CNT, que era la misma gente a la que el PCE llevaba años intentando calumniar y/o hacer sombra (en el caso de l@s anarcosindicalistas, toda la historia del PCE).

¿Qué queda, pues, de Santiago Carrillo desde aquel ardor bolchevique postadolescente hasta el expulsado del PCE y tertuliano que podíamos escuchar en la SER diciendo nada? Queda el afán de dirigir y la falta de pudor, el aura del líder histórico que se gusta y la capacidad de mantenerse a flote más allá de lo que pase. El poder es lo que cuenta, lo demás es secundario.
En este ejercicio de memoria selectiva hagiográfica, suponemos, el próximo exponente será Adolfo Suárez cuando llegue su hora... nos negamos y nos negaremos igualmente llegado el momento. Hasta entonces, despedimos a Santiago con una gran canción de Habeas Corpus, Hiprogresía.

2 comentarios:

  1. Transición/Transacción jaj una forma bonica de llamarla

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    1. Gracias, aunque no es mía, he leído lo de "la transacción" más de una vez y, en esta ocasión, lo he utilizado como sinónimo.
      Hay un trabajo importantísimo de memoria que hacer con ese tema, porque los clavos son tan recientes que son los mismos, básicamente, con que nos tienen clavados hoy día.

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