martes, 13 de noviembre de 2012

La Causa Última de Todas las Cosas

Se equivocaron u os engañaron. Todas las religiones, todas las ideologías, todas las corrientes filosóficas e incluso aquellas opiniones que se decían por encima o al margen de todas las antedichas. Yo he tenido una revelación y os puedo decir La Verdad.

La Única y Última Verdad es la Burocracia, esa es la verdad. La Verdad, con mayúsculas, versalitas o minúsculas, es que al final de vuestra vida compareceréis ante San Pedro, Pepito Grillo, Jean-Paul Sartre o quien quiera que sea vuestro Auditor Existencial y os mandará a casa una vez tras otra a por una fotocopia compulsada de vuestras obras, un certificado del empadronamiento de vuestro supuesto sentido común u os liará para intentar contratar un servicio de «conciencia limpia premium» que no llegará nunca. La cochina existencia ulterior que nos espera, a vosotr@s y a mí, es como el castigo de Sísifo, pero peor: corretearemos como bichejos creyendo que vamos a llegar a alguna parte y sin saber que la finalidad de tal dossier es no estar jamás completo.

jueves, 1 de noviembre de 2012

Una observación sobre prohibición, transgresión y libertad

Toda prohibición puede ser transgredida y, en muchos casos, un@ puede desear llevar a cabo esa transgresión sin esperar conseguir nada con ello; cuando así ocurre, hay una pregunta inevitable: ¿lo deseo por algo de lo que ni soy consciente, o es sólo por desafiar la prohibición? No entramos en posibles hipótesis sobre por qué podemos querer transgredir lo prohibido porque sí (¿autoafirmación? quién sabe...), sólo constatamos que este deseo, más superficial o más hondo, existe a menudo y, sin embargo, no nos permite saber si queremos por nosotr@s mism@s (si es que esta posibilidad existe) aquello que se nos ha prohibido o sólo nos apetece porque nos lo han prohibido, como reacción a la iniciativa de quien/es nos lo ha/n prohibido.


La observación (también) inevitable, siendo esto así, es: en estos tiempos de «democracia securitaria» (o fascismo apático construido en nombre de la «democracia» y no contra ella, parafraseando a alguien), en estos tiempos de hiperregulación en que casi todo funciona en base a la legislación de unas cortes, a las ordenanzas municipales o al reglamento de alguna entidad que nos cobra como clientes y/o que mama de las arcas públicas que nos sablean, el margen que nos queda para desear algo por nosotr@s mism@s es cada vez menor; a medida que el sistema coloniza nuestras vidas, psiques, etcétera, crece la sensación de que sólo deseamos aquello que quieren que deseemos... o su exacto contrario, que no depende menos de ello.