viernes, 13 de septiembre de 2013

Embarazosa e impúdica declaración de amor

Hace tiempo que no te digo nada, a pesar de que sigo dando vueltas a tu alrededor, como tú las das en torno a mí (y sé bien que no sólo en torno a mí, no sé dónde sacas tiempo para tod@s, pero lo importante es que lo haces). Es extraño porque, para mí, siempre has estado ahí y, sin embargo, hace cosa de un año tuve cierta sensación de crisis en cuanto a todo el tiempo que pasamos juntos; como recordarás, decía yo que me gustabas, que eras lo más parecido a una patria que tengo, pero que no sabía para qué (me) servías, en un sentido práctico... tú no respondiste, porque tú ni respondes ni te haces la tonta, nunca; tú hablas, cantas, susurras, tarareas y silbas y es en medio de todo eso donde hay que buscar. No es que no te importe, es que hay que hacer bien las preguntas y yo no te estaba preguntando sólo sobre ti, te preguntaba sobre la vida misma, sin darme cuenta, y eso era demasiado preguntar para encontrar la respuesta en ti.

Probablemente era necesario que viviera al menos cuatro estaciones más, que leyera al menos una vez La broma infinita de cabo a rabo y que sostuviera un buen puñado de conversaciones con Lionel para que me diera cuenta de mi error. Como siempre estás ahí para quien te busca, te gustará, espero, que las primeras noticias que te doy sean para contarte este descubrimiento.

El descubrimiento es, simplemente, el de lo limitado de mi (nuestra, la) capacidad de abordar cualquier cosa, incluidas las cosas ilimitadas. Me he dado cuenta de que la libertad es necesaria, pero no basta; de que desear es natural, pero hay que acompasarse con el deseo, no basta subirse a su lomo y esperar que él me lleve a todas partes a la vez. You can do anything but you cannot do everything, que dicen por ahí. He asumido que todo lo que hago es la negación de todas las demás cosas que podría hacer y no hago y que eso tampoco es ningún drama. Con o sin pragmatismo, hace tiempo que elegí pasar tiempo con las personas que me importan, que elegí luchar -en la medida de mis limitadas y desastrosas fuerzas- contra aquello que es indefendible y que elegí abrazar cuanto me gusta y procurar dejar algo de espacio en mi vida para que puedan entrar cosas y personas nuevas.

La libertad pura y abstracta no existe, la libertad en soledad es la libertad de dejarse matar por el tiempo; para quien nunca elige, la libertad es un inabarcable desierto, una gran tumba a cielo abierto entre cuyos hermosos colores esperar la muerte. Creo que ya he aceptado la libertad de elegir e, igual que ya había aceptado (como decía en el párrafo anterior), en muchos otros casos, quién y qué me importaba, por fin lo he aceptado en el tuyo. Era así de sencillo...
Literatura, te quiero.

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