miércoles, 1 de junio de 2011

Fogonazos II

Creo que hace casi dos años que leí la traducción de Carlos García Velasco de De memoria (I), el primer volumen autobiográfico de Jann-Marc Rouillan. A Jann-Marc se le pueden reprochar algunas cosas, según el criterio de cada cual, pero la falta de honestidad no es una de ellas. Recuerda, en aquel 1970, un documental en la tele francesa donde Benoît Frachon, anciano líder de la CGT y el PCF, renegaba (sonrisilla de superioridad condescendiente incluida) de sus años jóvenes de agitador anarquista y recuerda Rouillan cómo él y sus compañeros de la época por excelencia, Enric La Carpe Oller y Henry Martin, también anticapitalistas de Toulouse, se preguntaban si ese tipo de degeneración mental era inevitable con los años y si a ellos les daría tiempo a padecer algo así. Habiendo muerto ambos a posteriori, Rouillan escribe: 
No, en efecto, no hubo tiempo. La Carpe murió a los veinticinco años. La revolución no había llegado. Pero Henry nunca traicionó, él tampoco, obrero hasta el final, hasta el último día.
¿Y yo… ? A finales de los años ochenta, cuando acudía a una cita en el Père-Lachaise, al dejar la tumba del compañero Blanqui, pasaba delante del pequeño mausoleo de piedra que aplasta los restos del viejo sindicalista Frachon. Me vino a la cabeza nuestra discusión de la casita. No, yo tampoco había roto con mis sueños. El oportunismo no es un mal que llega, inexorable, con la aparición de las canas. Como tampoco la traición es un reumatismo del cerebro provocado por la humedad de los calabozos.
Mi mirada sumergida en los ojos negros del tipo pequeño [habla de sí mismo] fichado una tarde de septiembre de 1970 en la Rempart Saint-Étienne, sí puede sonreír ante algunos de sus extremismos, a la mímica de rebelión en eterna cólera, sé que no he traicionado nada de lo esencial. Nunca. Y no es ahora, con cincuenta y dos tacos que empezaré a hacerlo.
 

El apodo de La Carpe me hace pensar en los hermanos Makhnó. El más conocido es Néstor (1889-1934), que fue, en la zona de Ucrania en que se encuentra Guliái-Polie (su ciudad), el principal promotor de la resistencia contra quienes querían dar marcha atrás al calendario de la historia, a partir de aquel 1917. Peor aún, Makhnó y miles de sus paisanos querían llevar la revolución hasta sus últimas consecuencias y, una vez abatido el enemigo común, los bolcheviques les recompensaron por ello con cárcel y fusilamientos por miles. Tres de los hermanos Makhnó padecieron esa persecución; los otros dos, incluido el primogénito, Karpa, fueron fusilados, simplemente, por ser sus hermanos.

Y entonces, ¿qué queda de Néstor Ivánovich Makhnó, de todo lo que representa y, sobre todo, de aquella revolución abortada? Quedan, claro, los logros conseguidos, la dignidad y el coraje aprendidos y la memoria que transmite todo eso y no deja morir el virus del deseo de vivir. En este sentido, me sorprendió mucho lo que encontré intentando averiguar qué fue de la hija que N. M. tuvo al llegar a su exilio francés. De la pequeña, coetánea de mis abuelos varones, ni rastro. En cambio, me encontré con Sophie Makhno, que resulta ser una pieza importante de la música en Francia en los años 70 ( en que sacó sus propios discos) y ya antes, al ser promotora de conciertos y compositora de canciones cantadas por Barbara y Gérard Lenorman, entre otr@s.
Y ¿no es hija del susodicho... ? No, es un apellido elegido. Es un homenaje. Un homenaje de esta mujer con cara de pillina y que canta canciones cabareteras desde los tiempos del imperio ye-yé. De una mujer que abraza como propio un apellido perseguido a tiros, mientras se declara influida, entre otr@s much@s, por Boris Vian, Pier Paolo Pasolini, Georges Brassens, Virginie Despentes o Coluche. Con semillas tan difíciles de matar, ¿cómo no sonreír?

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