A veces oye uno decir cosas por el estilo, como que "las personas somos malas por naturaleza" o, sin mojarse tanto, que "somos malas" o, simplemente, "la gente es mala" ("la gente... ", como comentaba un amigo hace un par de años, es como se empieza una frase cuando uno quiere distanciarse de la masa, con un inevitable deje de misantropía).
Sintiéndolo mucho por quien quiera sacar algo de la misantropía... no, respuesta incorrecta.
Lo podría haber contado, por ejemplo, Chiune Sugihara. Y ¿quién fue ese? Pues "ese" fue un vicecónsul de Japón en Kaunas (Lituania) entre 1939 y 1940. Le destinaron allí porque había dimitido del importante puesto que tenía en Manchuria -donde Japón había aplastado el movimiento revolucionario local e instaurado un régimen títere-, en desacuerdo con el trato colonialista, humillante y racista que Japón daba a los manchúes.
Y ¿qué hizo Chiune en Lituania? Pensemos que, a partir de septiembre de 1939, la vecina Polonia fue invadida desde el Oeste por la Alemania nazi y, lógicamente, los judíos polacos, que se sabían amenazados, huyeron donde pudieron (no pocos de ellos, a Lituania) y los propios judíos lituanos empezaron a buscar la manera de huir del país, por el medio que fuera. Para colmo de la intranquilidad, la U.R.S.S. invadiría el resto de Polonia (partes de las actuales Rusia, Bielorrusia, Ucrania y Lituania) y empezaría una guerra fronteriza con su ex-hermana Finlandia, en un clima bastante hostil hacia las otras ex-hermanas (Lituania, Letonia y Estonia, que serían invadidas nueve meses después) y sorprendentemente cordial hacia la Alemania nazi. Es el momento de recordar que las autoridades soviéticas llegaron, en aquel momento de romance nazi-bolchevique, a detener a l@s alemanes que, por afinidad con la U.R.S.S., se habían refugiado allí huyendo de la represión nazi y entregarlos a las autoridades alemanas para que hicieran con ell@s lo que consideraran oportuno (prisión, tortura, ejecución... ).
Así, Sugihara se encontró asediado por hombres y mujeres desesperad@s, que suplicaban por un visado para salir de allí; que pedían, no tanto por ell@s como por sus hij@s, un papel que les diera garantías de no ser encerrados en campos o asesinados en cuestión de meses. Entonces, lo que hizo Chiune Sugihara, respondiendo a la dichosa pregunta, fue pedir a sus superiores en Japón -hasta tres veces- autorización para dar esos visados que pusieran a aquella gente a salvo y, mientras esperaba la respuesta, darse él mismo el "sí" y expedirlos tan rápido como era humanamente capaz, pasándose por el forro -provisionalmente- la jerarquía y la tradición japonesa de respetarla cueste lo que cueste.
La previsible respuesta llegó y sus superiores le dijeron que, ciertamente, Japón no compartía la política del Reich sobre los judíos, pero no tenía con estos ningún compromiso y sí con el régimen de la svástica, además de que no tenían ninguna garantía de que aquellas personas fueran a desplazarse a terceros países después, por lo que debía desistir de sus pretensiones de salvar a aquella gente. Bajo una cierta amenaza de que el consulado fuera cerrado en cualquier momento y su carrera profesional se fuera por el retrete, lo que hizo Sugihara, claro, fue lo que much@s otr@s en posiciones parecidas no hicieron: siguió expidiendo visados que permitían a sus portadores pasar por Japón antes de llegar a terceros países para los que la mayoría no estaban documentados (algunos sí, gracias a Jan Zwartendijk, cónsul de los Países Bajos).
Los hizo en el trabajo y los hizo en casa, los hizo a máquina y a mano, los hizo en su escritorio y en la mesa de la cocina, mientras desayunaba; escribió esos malditos pedazos de mediocridad burocrática desde que se levantaba, apenas cuatro horas después de acostarse, hasta ese mismo momento en que se rendía en la cama. El 3 de septiembre de 1940 llegó la orden por la que debía dejar la legación diplomática de Kaunas, dada su indisciplina, y dejarla inmediatamente para su cierre. Al día siguiente, tras una noche en vela escribiendo más visados, Chiune Sugihara tomaba el tren que le llevaba de vuelta a Japón y, de camino a la estación, seguía escribiendo autorizaciones de visados; en el tren, mientras esperaba la partida y una muchedumbre atemorizada se agolpaba alrededor, aún seguía escribiendo esos papelitos que podían suponer la vida o la muerte de esos semejantes suyos y, cuando el tren arrancó, quemó su último cartucho. Había dejado firmadas y selladas con el membrete del consulado más hojas, éstas aún en blanco, que arrojó por la ventanilla, esperando que l@s perseguid@s encontraran quien les ayudara a rellenarlas en japonés para hacerlas creíbles.
El diplomático japonés, desde luego, tenía cómplices. Aparte de la contribución (no acordada) de Zwartendijk, contó con la ayuda de militares soviéticos que, a cambio de sobornos, dejaron entrar a aquellos fugitivos en el transsiberiano sin hacer preguntas y, según algunos investigadores, es probable que actuara en acuerdo con los servicios de inteligencia polacos. Chiune Sugihara creía haber firmado y sellado unos 3.500 visados, pero no se sabe exactamente a cuántas personas salvaron él y sus cómplices, porque puede que no tod@s l@s que consiguieron uno de aquellos papeles se salvaran. A la vez, much@s de l@s salvad@s tuvieron hij@s y niet@s que no existirían de no ser por personas como Chiune Sugihara. Se calcula que son unas 20.000 personas.
Así pues, -Mr. Brown no gusta de ponerse vehemente, pero aquí no hay más remedio- lo de que "la gente es mala" no me vale. Quien no tenga agallas para hacer lo que está en su mano, que lo diga y busque la manera de superar esa vergüenza, pero quien quiera decir semejante mierda, debería pensar en esos miles de pedacitos de mediocridad burocrática transformados en una nueva oportunidad de supervivencia para miles de personas, gracias a la honestidad, gracias a la buena voluntad y a la astucia de aprovechar una buena posición. Quien sostenga semejante chorrada está invitad@ a buscar a esas 20.000 personas y, si tiene redaños, decirles una por una, mientras ell@s se ríen, que no, mira, que tú te crees que hay perros, pastores, borregos y ovejas negras, pero no, tod@s somos igual de mal@s, igual de verdugos.
Esta historia es real, es una entre muchas y habla de coraje y honestidad; quien no quiera escucharla, ya sabrá por qué.
Lo podría haber contado, por ejemplo, Chiune Sugihara. Y ¿quién fue ese? Pues "ese" fue un vicecónsul de Japón en Kaunas (Lituania) entre 1939 y 1940. Le destinaron allí porque había dimitido del importante puesto que tenía en Manchuria -donde Japón había aplastado el movimiento revolucionario local e instaurado un régimen títere-, en desacuerdo con el trato colonialista, humillante y racista que Japón daba a los manchúes.
Y ¿qué hizo Chiune en Lituania? Pensemos que, a partir de septiembre de 1939, la vecina Polonia fue invadida desde el Oeste por la Alemania nazi y, lógicamente, los judíos polacos, que se sabían amenazados, huyeron donde pudieron (no pocos de ellos, a Lituania) y los propios judíos lituanos empezaron a buscar la manera de huir del país, por el medio que fuera. Para colmo de la intranquilidad, la U.R.S.S. invadiría el resto de Polonia (partes de las actuales Rusia, Bielorrusia, Ucrania y Lituania) y empezaría una guerra fronteriza con su ex-hermana Finlandia, en un clima bastante hostil hacia las otras ex-hermanas (Lituania, Letonia y Estonia, que serían invadidas nueve meses después) y sorprendentemente cordial hacia la Alemania nazi. Es el momento de recordar que las autoridades soviéticas llegaron, en aquel momento de romance nazi-bolchevique, a detener a l@s alemanes que, por afinidad con la U.R.S.S., se habían refugiado allí huyendo de la represión nazi y entregarlos a las autoridades alemanas para que hicieran con ell@s lo que consideraran oportuno (prisión, tortura, ejecución... ).
Así, Sugihara se encontró asediado por hombres y mujeres desesperad@s, que suplicaban por un visado para salir de allí; que pedían, no tanto por ell@s como por sus hij@s, un papel que les diera garantías de no ser encerrados en campos o asesinados en cuestión de meses. Entonces, lo que hizo Chiune Sugihara, respondiendo a la dichosa pregunta, fue pedir a sus superiores en Japón -hasta tres veces- autorización para dar esos visados que pusieran a aquella gente a salvo y, mientras esperaba la respuesta, darse él mismo el "sí" y expedirlos tan rápido como era humanamente capaz, pasándose por el forro -provisionalmente- la jerarquía y la tradición japonesa de respetarla cueste lo que cueste.
La previsible respuesta llegó y sus superiores le dijeron que, ciertamente, Japón no compartía la política del Reich sobre los judíos, pero no tenía con estos ningún compromiso y sí con el régimen de la svástica, además de que no tenían ninguna garantía de que aquellas personas fueran a desplazarse a terceros países después, por lo que debía desistir de sus pretensiones de salvar a aquella gente. Bajo una cierta amenaza de que el consulado fuera cerrado en cualquier momento y su carrera profesional se fuera por el retrete, lo que hizo Sugihara, claro, fue lo que much@s otr@s en posiciones parecidas no hicieron: siguió expidiendo visados que permitían a sus portadores pasar por Japón antes de llegar a terceros países para los que la mayoría no estaban documentados (algunos sí, gracias a Jan Zwartendijk, cónsul de los Países Bajos).
Los hizo en el trabajo y los hizo en casa, los hizo a máquina y a mano, los hizo en su escritorio y en la mesa de la cocina, mientras desayunaba; escribió esos malditos pedazos de mediocridad burocrática desde que se levantaba, apenas cuatro horas después de acostarse, hasta ese mismo momento en que se rendía en la cama. El 3 de septiembre de 1940 llegó la orden por la que debía dejar la legación diplomática de Kaunas, dada su indisciplina, y dejarla inmediatamente para su cierre. Al día siguiente, tras una noche en vela escribiendo más visados, Chiune Sugihara tomaba el tren que le llevaba de vuelta a Japón y, de camino a la estación, seguía escribiendo autorizaciones de visados; en el tren, mientras esperaba la partida y una muchedumbre atemorizada se agolpaba alrededor, aún seguía escribiendo esos papelitos que podían suponer la vida o la muerte de esos semejantes suyos y, cuando el tren arrancó, quemó su último cartucho. Había dejado firmadas y selladas con el membrete del consulado más hojas, éstas aún en blanco, que arrojó por la ventanilla, esperando que l@s perseguid@s encontraran quien les ayudara a rellenarlas en japonés para hacerlas creíbles.
El diplomático japonés, desde luego, tenía cómplices. Aparte de la contribución (no acordada) de Zwartendijk, contó con la ayuda de militares soviéticos que, a cambio de sobornos, dejaron entrar a aquellos fugitivos en el transsiberiano sin hacer preguntas y, según algunos investigadores, es probable que actuara en acuerdo con los servicios de inteligencia polacos. Chiune Sugihara creía haber firmado y sellado unos 3.500 visados, pero no se sabe exactamente a cuántas personas salvaron él y sus cómplices, porque puede que no tod@s l@s que consiguieron uno de aquellos papeles se salvaran. A la vez, much@s de l@s salvad@s tuvieron hij@s y niet@s que no existirían de no ser por personas como Chiune Sugihara. Se calcula que son unas 20.000 personas.
Así pues, -Mr. Brown no gusta de ponerse vehemente, pero aquí no hay más remedio- lo de que "la gente es mala" no me vale. Quien no tenga agallas para hacer lo que está en su mano, que lo diga y busque la manera de superar esa vergüenza, pero quien quiera decir semejante mierda, debería pensar en esos miles de pedacitos de mediocridad burocrática transformados en una nueva oportunidad de supervivencia para miles de personas, gracias a la honestidad, gracias a la buena voluntad y a la astucia de aprovechar una buena posición. Quien sostenga semejante chorrada está invitad@ a buscar a esas 20.000 personas y, si tiene redaños, decirles una por una, mientras ell@s se ríen, que no, mira, que tú te crees que hay perros, pastores, borregos y ovejas negras, pero no, tod@s somos igual de mal@s, igual de verdugos.
Esta historia es real, es una entre muchas y habla de coraje y honestidad; quien no quiera escucharla, ya sabrá por qué.
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