Cuenta Mauricio Rosencof una anécdota suya y del Ñato Fernández Huidobro, ambos miembros del uruguayo Movimiento de Liberación Nacional o «Tupamaros» y que pasaron más de 11 años encarcelados pared con pared, pero sin poder verse nunca. En aquel régimen de terror militar, en aquel bastión de tortura, amenazas y aislamiento, hablaban con un código de golpes en el tabique. Durante una discusión que se volvió acalorada, Rosencof espeta al Ñato: «Contigo no se puede discutir. A veces tengo la sensación de que discutir contigo es como estar hablando con la pared». El Ñato, claro, estalla en carcajadas.
También cuenta, en su libro Las cartas que no llegaron, que su padre (polaco y hebreo) se salvó del Holocausto por haber emigrado a Uruguay, pero no toda su familia paterna tuvo tanta suerte. Eso, y que su padre, durante años, cada vez que iba al baño a cagar decía «Voy a escribirle una carta a Hitler».
A la larga, no se puede perder la capacidad de sonreír sin perder las ganas de vivir, lo dicen tod@s. Al menos, tod@s l@s que luchan. L@s otr@s, no sé... y tampoco creo que me importe saberlo.
Este mundo nos confunde. Como no controlamos las implicaciones de nuestras acciones, queremos llevar el mismo estilo de vida, pero sin que talen la Amazonia, sin que maten a los sindicalistas colombianos, sin que l@s haitian@s trabajen como bestias de carga desde la infancia hasta la tumba, sin respirar aire envenenado ni comer comida envenenada, sin que los animales de otras especies sean tratados como basura... Pues habrá que desmantelar este sistema y, claro, también cualquier otro en que no esté todo gobernado por tod@s l@s implicad@s. Si no, ¿cómo? ¿Esperando un-líder-que-este-sí-que-será-bueno-y-no-como-los-sopotocientos-anteriores-que-sólo-lo-parecían? En cuanto a la inevitable neurosis de cómo ser responsable en un mundo basado en la irresponsabilidad, encontrar la fórmula perfecta debe ser como la cuadratura del círculo. Debe de haber alguna zona intermedia, tan lejos de la depresión por desesperación como de la autocomplacencia. No hay que olvidar lo que dijo, no hace mucho, Carlos Fernández Liria:
«Es imposible, humanamente hablando, sentirse responsable de la guerra de Iraq. Ni siquiera es posible sentir humanamente hablando la atrocidad de la guerra de Iraq. Es posible sentir la muerte de un hijo en un bombardeo. Eso ya es casi demasiado grande para un ser humano. Es el límite absoluto de lo que un ser humano es capaz de soportar e imaginar. La guerra de Iraq ya es demasiado, está mucho más allá de esos límites. Es un acontecimiento para la historia, no es un acontecimiento posible de la vida de los hombres. Se trata de una acontecimiento que excede con mucho las condiciones finitas en las que el ser humano comprende lo que es moral y lo que no. Por eso, para la mayor parte de los seres humanos de este planeta, la guerra se ha convertido en parte de un paisaje histórico tan inevitable y anónimo como el de la naturaleza. El ser humano puede representarse el daño que es posible hacer con una porra. Pero no está preparado para hacerse cargo de una bomba de racimo. Mucho menos para juzgar moralmente los efectos del arma de destrucción masiva más poderosa de todas: el sistema económico mundial.»
También cuenta, en su libro Las cartas que no llegaron, que su padre (polaco y hebreo) se salvó del Holocausto por haber emigrado a Uruguay, pero no toda su familia paterna tuvo tanta suerte. Eso, y que su padre, durante años, cada vez que iba al baño a cagar decía «Voy a escribirle una carta a Hitler».
A la larga, no se puede perder la capacidad de sonreír sin perder las ganas de vivir, lo dicen tod@s. Al menos, tod@s l@s que luchan. L@s otr@s, no sé... y tampoco creo que me importe saberlo.
Este mundo nos confunde. Como no controlamos las implicaciones de nuestras acciones, queremos llevar el mismo estilo de vida, pero sin que talen la Amazonia, sin que maten a los sindicalistas colombianos, sin que l@s haitian@s trabajen como bestias de carga desde la infancia hasta la tumba, sin respirar aire envenenado ni comer comida envenenada, sin que los animales de otras especies sean tratados como basura... Pues habrá que desmantelar este sistema y, claro, también cualquier otro en que no esté todo gobernado por tod@s l@s implicad@s. Si no, ¿cómo? ¿Esperando un-líder-que-este-sí-que-será-bueno-y-no-como-los-sopotocientos-anteriores-que-sólo-lo-parecían? En cuanto a la inevitable neurosis de cómo ser responsable en un mundo basado en la irresponsabilidad, encontrar la fórmula perfecta debe ser como la cuadratura del círculo. Debe de haber alguna zona intermedia, tan lejos de la depresión por desesperación como de la autocomplacencia. No hay que olvidar lo que dijo, no hace mucho, Carlos Fernández Liria:
«Es imposible, humanamente hablando, sentirse responsable de la guerra de Iraq. Ni siquiera es posible sentir humanamente hablando la atrocidad de la guerra de Iraq. Es posible sentir la muerte de un hijo en un bombardeo. Eso ya es casi demasiado grande para un ser humano. Es el límite absoluto de lo que un ser humano es capaz de soportar e imaginar. La guerra de Iraq ya es demasiado, está mucho más allá de esos límites. Es un acontecimiento para la historia, no es un acontecimiento posible de la vida de los hombres. Se trata de una acontecimiento que excede con mucho las condiciones finitas en las que el ser humano comprende lo que es moral y lo que no. Por eso, para la mayor parte de los seres humanos de este planeta, la guerra se ha convertido en parte de un paisaje histórico tan inevitable y anónimo como el de la naturaleza. El ser humano puede representarse el daño que es posible hacer con una porra. Pero no está preparado para hacerse cargo de una bomba de racimo. Mucho menos para juzgar moralmente los efectos del arma de destrucción masiva más poderosa de todas: el sistema económico mundial.»
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