La persona que me dio a conocer a David Foster Wallace, hace ahora tres años, me dijo que, cuando supo del suicidio de este pedazo de hombre de letras, tuvo la sensación -por primera vez, en lo referente a escritores que le gustaba leer- de haber perdido a alguien cercano.
La necrológica publicada un par de meses antes en la prensa nortamericana me había impresionado, pero ni siquiera me había quedado con el nombre. De repente, en un extraño día, en un extraño escenario (Montmartre, dando vueltas en torno al Sacré-Coeur, al último viñedo de París, a lo que ahora -porque la Historia no perdona- se llama Square Louise Michel... ), en un contexto extraño, ya que yo estaba en París por segunda y -de momento- última vez en mi vida y por desagradables circunstancias personales, y en compañía de una persona a la que sólo había conocido un día, siete u ocho años antes... de repente, ella me hablaba con verdadera intensidad de ese autor y, cuando leí, unos meses después Algo supuestamente divertido que nunca volveré a hacer, empecé a vislumbrar por qué. Y, cuando, al cabo de otros cuantos, me regalaron Hablemos de langostas, tuve que rendirme.
Ya he visto varios vídeos de entrevistas y similares de Wallace, ya he leído buena parte de La broma infinita y no deja de impresionarme la tremenda humanidad de D. F. W. : su erudición de monstruito, su humildad (llegando, en persona, a la inseguridad), su honestidad intelectual, su agudeza, su talento para una prosa que es, a la vez, barroca y coherente hasta lo casi sobrehumano... ahora, precisamente, se publica como novela póstuma una edición del material que dejó preparado para The Pale King, o El rey pálido, ya que se ha publicado en castellano hoy mismo, si no me equivoco.
Justo ahora, me pasan una reseña y, tras leerla, se me escapa una lagrimita. Puto Wallace, con lo que nos has dado y lo que nos has negado es imposible no echarte de menos, como a un ser querido perdido. Por culpa de gente como tú, nunca nos curaremos de la pasión por el pensamiento, el lenguaje y la literatura. Amén.
Ya he visto varios vídeos de entrevistas y similares de Wallace, ya he leído buena parte de La broma infinita y no deja de impresionarme la tremenda humanidad de D. F. W. : su erudición de monstruito, su humildad (llegando, en persona, a la inseguridad), su honestidad intelectual, su agudeza, su talento para una prosa que es, a la vez, barroca y coherente hasta lo casi sobrehumano... ahora, precisamente, se publica como novela póstuma una edición del material que dejó preparado para The Pale King, o El rey pálido, ya que se ha publicado en castellano hoy mismo, si no me equivoco.
Justo ahora, me pasan una reseña y, tras leerla, se me escapa una lagrimita. Puto Wallace, con lo que nos has dado y lo que nos has negado es imposible no echarte de menos, como a un ser querido perdido. Por culpa de gente como tú, nunca nos curaremos de la pasión por el pensamiento, el lenguaje y la literatura. Amén.
He estado viendo vídeos de este tío y parece interesante. Tendría que leerle. Y a Bolaño, jeje.
ResponderEliminarMisterios de la interred, tengo esperándome la broma infinita para cuando termine Los detectives salvajes y de ambos autores andas hablando en este blog. Muy bien. Nos leemos ;)
ResponderEliminarMe alegro de que se produzcan estas convergencias y cruces de caminos... creo que pasar de Wallace a Bolaño o de Bolaño a Wallace tiene más de causalidad que de casualidad. No es sólo que fueran, se puede decir, de la misma generación, es que -diría yo- ambos eran tremendamente auténticos, naturales en sus respectivas formas de ser y escribir, sin pretender por ello haber inventado la pólvora.
ResponderEliminar"¡Arranca, momia!" es de las cosas más divertidas que me han descubierto en Internet últimamente (concretamente, el señor Masles Roy), así que, desde luego, nos leemos.