martes, 22 de noviembre de 2011

Más real que Escila y Caribdis

Hablaba el otro día de Wallace y lo dije: que no se murió, ni lo mataron, se mató él.
Es un tema que no aparece en ninguno de los artículos y ensayos que le he leído, pero sí en su mastodóntica novela La broma infinita. Aparece el tema del suicidio, doce años antes de que él mismo tomara ese camino, y el tema de la depresión, esa cárcel que devoró su vida durante más de veinte años, hasta que decidió ponerle fin a todo.
Hablaba el joven Wallace -permitidme que le cite como lo recuerdo y no textualmente- de un tipo de depresión especial, de una apatía tan intensa, tan furiosamente voraz, que, de alguna manera, duele. Una apatía que duele, que duele tanto que sólo deseas ponerle fin cueste lo que cueste.
No conozco esa sensación y no tengo el más mínimo interés por conocerla en carne propia, pero la descripción no deja de ser muy interesante viniendo de alguien que sabía bien de qué hablaba. Mr. Brown sólo conoce una variante más breve, una hidra a la que sólo hubo que cortarle un puñado de cabezas antes de verla muerta.
Lo cual no quiere decir que la lucha terminara ahí: la depresión es una cárcel (con perdón de quienes están en cárceles de hormigón) y lo único que se aprende de la cárcel es a escapar. Es la manera de no volver a acabar allí. Y es importante insistir en lo que señalaba D. F. W. : que la depresión no es estar triste. La tristeza no dura meses o años, no sabe hacerlo; la depresión, sí. Si estar triste es tener ganas de llorar, estar deprimido es no tener ganas de nada, ni de llorar.
La realidad no es tan esquemática como esa comparación, pero cualquiera puede entender de qué estamos hablando, de cómo podemos descubrir -al perderlo, al renunciar a ello por sentirnos débiles sin serlo- que estar viv@s es algo más que comer, dormir y respirar.
La apatía es el más anodino de los monstruos, pero mata como cualquier otro... sirva esta entrada como un recordatorio o, más honestamente, como una pregunta abierta. Nada nuevo, algo así como si hay una receta para que ese agujero negro no llegue ni a abrirse, como cómo conseguir que quien ya convive con la depresión o vive por inercia deje de hacerlo, cómo mostrar que hay alternativas más interesantes que la soga, la sobredosis buscada o el abandono a una Sustancia (alcohol, heroína, ... tanto da). Yo mismo recordaba hace menos de siete meses otro tipo de autodestrucción, aquella en que el riesgo viene detrás de un objetivo -bañado en épica, incluso- en la persona de Zoé Aveilla. No lo hacía por la atracción de la épica (que la hay, claro), ni sólo por recordar a una compañera anarquista que no va a poder luchar nunca más. También lo hacía porque, en el fondo, sé que mi deseo de participar en el Gran Rechazo, mi deseo de un Ataque de los que clarifican posiciones y golpean sin mucho margen a la interpretación, estuvieron cerca de llevarme por el mismo camino hace más o menos una década. Porque, en un universo no muy diferente, yo habría acabado igual.
Así pues, no se trata de buscar mártires; seguimos intentando una vida digna de tal nombre, sacando fuerzas de donde sea. A vosotr@s, derrotad@s en el azar de la lucha o en la vida misma, no os olvidamos.

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