sábado, 7 de enero de 2012

El ojo de Vian

He hablado del ojo poético de Roberto Bolaño y del de Joseba Sarrionaindia, pero casi nada del de un predecesor de ambos como fue Boris Vian.
De momento, sólo quiero compartir un fragmento de un diálogo suyo, tomado de L'écume des jours o La espuma de los días (la traducción justita de Pablo Melero publicada por Seix Barral), que me gustó especialmente por su agudeza, pero no puedo presentar a Vian (1920-1959) sin mencionar que vivió intensamente y, hasta donde yo sé, lo hizo sin grandes dosis de alcohol, fármacos u otros estupefacientes.
Vivió intensamente porque sabía que sólo tenía una vida, como tod@s, y la suya, encima, iba a ser más corta porque su corazón no daba para tanto. Lo que hizo con eso fue un buen número de novelas (surrealistas, divertidas, chocantes), reseñas, traducciones del inglés y canciones (de las que escribía la letra, la cantaba, escribía melodías y las ejecutaba a la trompeta cuando se terciaba), canciones tan burlescas como J'suis snob o La java des bombes atomiques, tan combativas como Le déserteur o Les joyeux bouchers, tan divertidas como Mozart avec nous.
Un genio, otro más, que vivió -permítaseme mezclar dos expresiones distintas- sin pausa, pero con buena letra.
–Pero ¿tú no crees que [a los trabajadores] les gustaría más quedarse en casa y besar a sus mujeres e ir a nadar a la piscina y divertirse?
–No –dijo Colin–. Ni se les ocurre.
–Pero ¿es culpa suya si creen que trabajar es bueno?
–No –dijo Colin–. No es culpa suya. Les dijeron: “El trabajo es sagrado, es bueno, es hermoso, es lo más importante, y sólo los trabajadores tienen derecho a todo.” Sólo que se las arreglan para hacerlos trabajar todo el tiempo y entonces no pueden aprovechar ninguno de estos derechos.

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