Cuando uno no tiene ganas de escribir sobre el mundo, pero tampoco de dejar de escribir, acaba por escribir sobre sí mismo... aunque ya hace días que escribí esto, es un tipo de texto que quizá diga algo a alguien. Lo bastante personal para que hable de mí mismo en primera persona del singular (¡horror!), pero no tan mío como para que sólo pueda ser mío, espero. Me limitaré a meter el mensaje en la botella y lo que ocurra después, sólo el mar lo sabe...
Los pensamientos negativos se me echan encima como una turba de linchamiento y no tengo claro en qué orden han empezado a golpearme.
Reincorporarse al trabajo, sentirse perseguido por plazos y horas-límites, preguntarse si existe algún santuario donde uno esté –o pueda estar– a salvo de tan odiosos enemigos, preguntarse si no está uno siendo infantil al vivir esto de manera tan problemática, añorar la infancia (por, y casi exclusivamente por) la sensación de habitar un tiempo sin tiempo, un eterno presente, recordar que (gracias, capitalismo) ni la vida de uno es de uno y hay que ganársela: en este mundo, “hay que ganarse la vida” y, a ser posible, jubilarse antes de morir. Mejor si no es inmediatamente antes de morir. Lo tengo presente, ayer mismo doné varios kilos de ropa de alguien que no la necesita porque hace cosa de tres años que trascendió la materia, por desgracia. Lo tengo muy presente, en pocos días han vuelto a pasar por mi vida esas prendas, así como un informe que me recuerda los aspectos más tristes de sus últimos días o las canciones que sonaban en mi reproductor mp3 mientras vaciábamos su piso… a lo mejor el problema es recordar. No recordar cuánto duró el asedio de Stalingrado, ni el nombre de Gavrilo Princip, ni en qué combate entre Francia y España se batió Cyrano de Bergerac, esos son recuerdos inocuos… el problema es rememorar lo otro, lo que descoloca y puede hacer daño. Lo que, cuando el dolor no tiene forma concreta, te hace preguntarte “¿No será esto…?” sin llegar a conocer la respuesta.
“Algunos recuerdos merecen un futuro” canta Xhelazz con Kase.O y Jazz Magnetism y no puedo estar más de acuerdo. He estado escuchando otros discos, discos que escuché mucho hace ahora un par de años. Mi estúpida memoria vuelve a jugármela, me retrotrae a aquellos días y, en concreto, a sus buenos recuerdos, no consigo acordarme de nada malo (pese a que tuvo que haberlo). Mi cuerpo y mi psique, mi ser todo, aúllan de hambre, pero yo aún estoy intentando darles el futuro que quieren, no es tan fácil, intento hacerles entender que el pasado, el presente y el futuro no son lo mismo y no es tan fácil. Que el presente es sólo la baldosa que uno pisa en este momento y, en comparación, todo el recorrido que uno tiene detrás y el que imagina/teme/espera/intuye por delante abultan mucho, demasiado.
Para colmo, me siento frágil en un mundo frágil. No estamos en 1914 ni 1939, pero el hatajo de imbéciles e irresponsables que dirigen lo colectivo están jugando con la posibilidad de una tercera guerra mundial. No porque la deseen, sólo porque creen poder justificar sus cargos y honorarios presionando al otro cada día un poco más, a ver qué frutos recogen. Se sobrentiende que, aunque hablen constantemente de defenderse y presionen a quien podría temer su ataque, no tienen intención de disparar primero. Olvidan que, cuando la presión ha subido lo bastante, cualquier fisura basta para que todo estalle. Cualquier médico forense sabe que el orificio de entrada de un disparo en un cráneo nunca es tan grande como el de salida. Si 1914 tuvo su Gavrilo Princip para justificar una carnicería de más de 8 millones de muertos y 1939 sus soldados alemanes disfrazados de polacos, no quiero saber cuál puede ser el primer disparo que convierta nuestro mundo en un erial. No sé si ocurrirá o no y, de ocurrir, si será en Siria, Irán o Pakistán, no, no, no me interesa, casi me tienta más tumbarme en un rincón, taparme hasta la cabeza y cantarme yo solito una nana..
Tal vez es sólo que hay días así. Le pediría esa nana a Keny Arkana o a cualquiera capaz de emocionarme así, porque hace 15 días estaba escuchando a Brassens cantar Le bleu des bleuets y se me hizo un nudo en el pecho que no puedo explicar racionalmente, qué sé yo sobre nada. Lo que suena en mi cabeza, sin consuelo ni desesperación, es la voz grave de Hovik Keuchkerian recitándose ante su público:
Los pensamientos negativos se me echan encima como una turba de linchamiento y no tengo claro en qué orden han empezado a golpearme.
Reincorporarse al trabajo, sentirse perseguido por plazos y horas-límites, preguntarse si existe algún santuario donde uno esté –o pueda estar– a salvo de tan odiosos enemigos, preguntarse si no está uno siendo infantil al vivir esto de manera tan problemática, añorar la infancia (por, y casi exclusivamente por) la sensación de habitar un tiempo sin tiempo, un eterno presente, recordar que (gracias, capitalismo) ni la vida de uno es de uno y hay que ganársela: en este mundo, “hay que ganarse la vida” y, a ser posible, jubilarse antes de morir. Mejor si no es inmediatamente antes de morir. Lo tengo presente, ayer mismo doné varios kilos de ropa de alguien que no la necesita porque hace cosa de tres años que trascendió la materia, por desgracia. Lo tengo muy presente, en pocos días han vuelto a pasar por mi vida esas prendas, así como un informe que me recuerda los aspectos más tristes de sus últimos días o las canciones que sonaban en mi reproductor mp3 mientras vaciábamos su piso… a lo mejor el problema es recordar. No recordar cuánto duró el asedio de Stalingrado, ni el nombre de Gavrilo Princip, ni en qué combate entre Francia y España se batió Cyrano de Bergerac, esos son recuerdos inocuos… el problema es rememorar lo otro, lo que descoloca y puede hacer daño. Lo que, cuando el dolor no tiene forma concreta, te hace preguntarte “¿No será esto…?” sin llegar a conocer la respuesta.
“Algunos recuerdos merecen un futuro” canta Xhelazz con Kase.O y Jazz Magnetism y no puedo estar más de acuerdo. He estado escuchando otros discos, discos que escuché mucho hace ahora un par de años. Mi estúpida memoria vuelve a jugármela, me retrotrae a aquellos días y, en concreto, a sus buenos recuerdos, no consigo acordarme de nada malo (pese a que tuvo que haberlo). Mi cuerpo y mi psique, mi ser todo, aúllan de hambre, pero yo aún estoy intentando darles el futuro que quieren, no es tan fácil, intento hacerles entender que el pasado, el presente y el futuro no son lo mismo y no es tan fácil. Que el presente es sólo la baldosa que uno pisa en este momento y, en comparación, todo el recorrido que uno tiene detrás y el que imagina/teme/espera/intuye por delante abultan mucho, demasiado.
Para colmo, me siento frágil en un mundo frágil. No estamos en 1914 ni 1939, pero el hatajo de imbéciles e irresponsables que dirigen lo colectivo están jugando con la posibilidad de una tercera guerra mundial. No porque la deseen, sólo porque creen poder justificar sus cargos y honorarios presionando al otro cada día un poco más, a ver qué frutos recogen. Se sobrentiende que, aunque hablen constantemente de defenderse y presionen a quien podría temer su ataque, no tienen intención de disparar primero. Olvidan que, cuando la presión ha subido lo bastante, cualquier fisura basta para que todo estalle. Cualquier médico forense sabe que el orificio de entrada de un disparo en un cráneo nunca es tan grande como el de salida. Si 1914 tuvo su Gavrilo Princip para justificar una carnicería de más de 8 millones de muertos y 1939 sus soldados alemanes disfrazados de polacos, no quiero saber cuál puede ser el primer disparo que convierta nuestro mundo en un erial. No sé si ocurrirá o no y, de ocurrir, si será en Siria, Irán o Pakistán, no, no, no me interesa, casi me tienta más tumbarme en un rincón, taparme hasta la cabeza y cantarme yo solito una nana..
Tal vez es sólo que hay días así. Le pediría esa nana a Keny Arkana o a cualquiera capaz de emocionarme así, porque hace 15 días estaba escuchando a Brassens cantar Le bleu des bleuets y se me hizo un nudo en el pecho que no puedo explicar racionalmente, qué sé yo sobre nada. Lo que suena en mi cabeza, sin consuelo ni desesperación, es la voz grave de Hovik Keuchkerian recitándose ante su público:
Soy cada uno de los lugares en los que he estado. Soy los caminos que me quedan por recorrer. Soy los puentes que dinamito cuando me marcho… que, si tengo que volver, ya volveré por otro lado. Soy un sueño en el que tengo una pesadilla por no poder soñar. Soy lo que me hace llorar y, cuando lloro, soy yo cada una de mis lágrimas. Soy los espasmos de una polla sin agujero. Soy la gangrena en unos pezones de miel. Soy la tristeza de una paja a oscuras. Soy una muñeca hinchable buscando un alfiler. Soy el cartel de “Aforo completo” de un tanatorio. Soy la resaca de un abstemio de besos. Soy la lluvia… y soy el charco. Soy la necesidad de que, algún día, el amor mueva el mundo. Soy los sentimientos que os he arrancado esta noche.
Me gusta que escribas sobre ti, socio. Que así sé más cosas. A mí me parece la clase de cosa que puede hacer que la gente encuentre ese santuario que pedías.
ResponderEliminarSi sirve de santuario, tanto mejor. Tengo cierto rechazo 'a priori' a publicar entradas así porque nunca he querido un blog tipo diario, pero, a diferencia de otras veces, tuve la sensación de que podía aportar algo a alguien más.
ResponderEliminarEn realidad, pienso que realmente puede, en el mejor de los casos, sentar bien a alguien, igual que a mí me sienta bien leer a Wallace escribiendo sobre la depresión (aunque sepa que él nunca volvió del pozo), porque tengo la sensación de entender su dolor.