martes, 31 de julio de 2012

(No) Ficción

No hay ninguna afectación en lo de citar a Auster y su idea de la literatura como enfermedad. Yo no escribo como parte de una búsqueda (al menos, que yo sepa) o por una necesidad biológica, como decía Stephen King que le ocurría; tampoco porque piense que voy a alcanzar algún tipo de gloria, prestigio o riqueza material.
En un sentido práctico, la literatura no sirve para nada. No sé qué sentido tiene leer o escribir literatura, no sé cuál es el sentido de la ficción, ese entregarse honestamente a lo que no es real y dedicarle una parte del tiempo limitado que tenemos en el mundo real.
Sé: que me gusta. No sé: si este es motivo suficiente para hacerlo.
Sé: que me hace reafirmarme en mí mismo y mi apego a algo mayor que yo, es uno de los pocos momentos en que puedo parecer alguien con patria o religión. No sé: si este es un motivo para hacer algo o no lo es o, de hecho, es un buen motivo para dejar de hacer algo. Tampoco es que se me ocurra algo mejor, puest@s a ser, que ser un portador de -e infectado por- el virus literario, un lector-escritor. Son dudas de las que no puedo escapar y que dejo sobre la metafórica mesa, no porque piense que vayan a ser útiles a otr@ o que debo dejarlas, lo hago porque no sé qué hacer con ellas.

jueves, 26 de julio de 2012

Ponme un chorrito de bilis (Middle class blues again)

Ya hablamos en otra entrada sobre la clase media y su tendencia al lloriqueo de quien, sin pretender formar parte de la élite, no soporta el no estar en la mitad más acomodada de la sociedad.
Últimamente, gracias al circo (romano) de la Unión Europea y su gestión de la crisis macroeconómica, un nuevo gremio se ha incorporado con fuerza al coro de l@s quejicas y sus voces incrédulamente indignadas. Como los champiñones tras las lluvias de octubre, la figura rotundamente musculada del pasma hispánico brotó en la última manifestación masiva vista en Madrid contra los recortes y pareció reproducirse como un gremlin bajo el aguacero antedicho (no utilizaremos más símiles por un tiempo, lo prometemos). Estábamos acostumbrad@s a que est@s denodad@s profesionales se mostraran en privado perdonavidas, prepotentes o, simplemente, sociopáticos y, en público (léase «a la hora de hablar personalmente a los mass media o publicar un comunicado del SUP, la AUGC, la CEP o similar»), victimistas y precarizad@s, pero nos han sorprendido con esta pirueta. Mientras sus compañer@s de servicio preparaban las porras, ell@s se manifestaban -sin corear más consignas, eso sí, que «¿Dónde está nuestra paga, nuestra paga dónde está?»- junto a aquella chusma que solemos tener el honor de ser objeto de sus cuidados, entre voces del «sindicalismo» paniaguado, la gauche caviar y algún que otro ultraderechista que cantaban consignas de una supuesta solidaridad entre la bofia y los civiles (cantinela que se fue por el retrete esa misma noche, a porrazo limpio) y gritos presuntamente graciosos de buen rollo hacia los manteros del centro, que, nada más verles, recogían sus cosas con un comprensible nerviosismo.
Los policías y militares se quejan en los mass media de cómo se va reduciendo el chorro de partidas presupuestarias que manaba del grifo mágico de la Carrera de San Jerónimo, ese que permitía que ambos presupuestos (el policial y el militar) crecieran en tiempo de «crecimiento» (¿de qué?) porque la economía crecía, y en tiempo de crisis, porque estábamos en crisis y había que invertir en seguridad (¿para quién?) y crear empleo. Como el resto del Orfeón Pupitas, lloran porque les habían prometido un capitalismo de la tierra de Jauja y se convencieron de estar viendo una «marca España» que montaba un unicornio alado donde sólo había un caballo (de Afganistán a Las Barranquillas, con escalas) y de que Amancio Ortega y Steve Jobs les darían un masajito en los pies a cada uno entre loas a la «responsabilidad social corporativa».

Algún miembro del CNP se tomó la molestia de pinchar las ruedas de una treintena de furgonetas de los antidisturbios y de hacerlo de la forma más saboteadora posible y el gesto merece su reconocimiento, pero, si abrimos el plano, lo cierto es que est@s «privilegiad@s de todo a cien» a los que nos estamos refiriendo hablan como si haber sacado unas oposiciones o estudiado una carrera les cerrara el acceso a algún tipo de vales de descuento que l@s demás poseen y, por consiguiente, ell@s necesitaran sueldos y prestaciones más abultad@s que l@s demás. En todo caso, la cuestión no es cuán irritante resulta todo esto, sino cómo se va a resolver la contradicción entre esas expectativas exageradas -que el capitalismo probablemente no llegue a ser capaz de satisfacer jamás- y una realidad cuya mezquindad les aboca a unirse al resto de la clase social a la que pertenecen, la oprimida -y a la que, a la vez, combaten, en el caso de l@s policías- en una lucha que será a menudo ingrata, a veces trágica y siempre fatigadora... pero para la cual no hay alternativa.

domingo, 15 de julio de 2012

Mierda de la que nacen flores

En cuestión de documentales sobre el punk, probablemente lo más conocido sea West Way to the World (sobre The Clash), The Future Is Unwritten (sobre Joe Strummer, en concreto) o The Filth and the Fury (sobre los Sex Pistols), pero, sin haber visto este último, queremos compartir nuestro entusiasmo por Música en las venas. Producido por y emitido en Factor Humano -de Euskal Telebista- en 2002, se trata de un reportaje largo (73 minutos) más que de un documental y no se acerca tanto al punk propiamente dicho como al llamado «rock radical vasco», sean grupos más rockeros (Tahúres Zurdos, Barricada), más punks (MCD, Zarama, RIP, Cicatriz, VulpeSS) o más difíciles de clasificar (Tijuana in Blue), pero el resultado, para quienes amamos el punk rock y hemos nacido en la generación siguiente, es apasionante.
Quizá sea cierto que el punk está muerto, en cuanto que a sus protagonistas siempre les importó un higo lo que dijeran l@s demás, incluidos esos supuestos certificados de defunción; quizá ni siquiera sea un género musical, sino el sonido de la chusma apoderándose de aquello que, normalmente, estaría en manos de otros -para el caso, amplis, micros e instrumentos- y utilizándolo; quizá a este reportaje le falten ciertos nombres (Hertzainak, La Polla, Kortatu, Jotakie, Kontuz Hi) o le sobre a la reportera un poco de verborreica capacidad de interrupción -reportera a la que, por lo demás, se le agradece la naturalidad y cercanía con que aborda el tema-. Lo cierto, en todo caso, es que entre un@s y otr@s nos ofrecen un retrato sencillo y tejido por l@s propi@s protagonistas de un mundo barroco y lleno de energía amateur, repleto de excesos, humor, gamberrismo, violencia y pasión juvenil, desbordante de humanidad.

Contra nuestra tendencia habitual, no hemos podido evitar ver Música en las venas de principio a fin y, si ha habido un momento decisivo en ello, una intervención clave, ha sido la primera de Gavilán o Eskroto (Marco Antonio Sanz de Acedo, de Tijuana in Blue y de Kojón Prieto y los Huajolotes). En el fragmento de medio minuto, aprox., que empieza a los 4'46", podemos ver a este punk-mariachi pamplonica, cerca de cumplir los 37 años (un año antes de morir en lo que probablemente fuera un suicidio) que, inconfundiblemente napartarra, gruñón y rebelde dice:
Ahora se supone que tienes que cambiar, ves las cosas más objetivamente y tal y cual y, entonces, más a sentarte y decir "amén" y, cuando llevas un buen cacho de pastel de esta miserable vida comido, que te lo han hecho tragar, llegas a la conclusión de que -con toda nuestra ingenuidad, incluso gilipollez, si quieres- teníamos más razón que el copón.
Se puede ver gratuitamente aquí.

sábado, 30 de junio de 2012

Sonreír a la Muerte (II), escupir a sus emisarios

La gracia de sacar a colación a Georges Cadoudal (1771-1804) no está en reivindicar sus ideas monárquicas o extendernos sobre la Revolución Francesa y la guerra civil de facto que supuso en buena parte del país -especialmente en el oeste-, sino en reconocer lo aguerrido y digno de algunas de sus actitudes y sorprendernos de lo novelesco del personaje.

Nacido en la Bretaña profunda en una familia de campesinos prósperos, Cadoudal apoyó la revolución en sus (moderados) inicios, cuando tenía más de proyecto socialmente reformista y jurídicamente constitucionalista que de república lanzada a la carga contra todo lo que le hiciera la competencia (la Iglesia, el autogobierno de cada señorío, etc.), pero se opuso a ella según el proceso se profundizó y se convirtió en uno de los líderes de la chouannerie, el alzamiento de partidas guerrilleras que tuvo a la Bretaña como escenario principal.
A diferencia de otros que se exiliaron en el Reino Unido y se distanciaron de su causa para convertirse en figuras de los cenáculos londinenses, Cadoudal, de carácter y físico fuertes, volvió una y otra vez a su tierra para capitanear la lucha y organizó el antepasado más claro de los actuales atentados con coche-bomba (el llamado atentado «de la máquina infernal», en la navidad de 1801), contra Napoleón, a quien había conocido antes en circunstancias más conciliadoras. El corso había quedado impresionado por el bretón, quien dejó dicho que lamentaba no haber asfixiado entre sus brazos a aquel «hombrecillo» y Cadoudal aún buscaría entre algunos republicanos, sin éxito, improbables aliados para una vaga conjura antibonapartista.
Cuando le intentan arrestar, dispara contra los policías e, incluso sin munición, hacen falta varios agentes para reducirle, pues lucha como un oso. Una vez que le han hecho prisionero, los policías supervivientes le recriminan haber dejado huérfanos a niñ@s y viudas a mujeres, a lo que replica «La próxima vez, envíenme a solteros». Reconoce su responsabilidad en los hechos de los que se le acusa, pero se niega a proporcionar información y, cuando se le propone que pida la conmutación de la pena de muerte -se cree que Bonaparte estaba dispuesto a concedérsela-, se niega a hacerlo si no se le garantiza que aquellos once de sus subalternos que han sido condenados a muerte con él y no indultados se salven también de la guillotina. Visto que no se le da tal garantía, se niega a solicitar la conmutación y, ya en el cadalso, pide -contra el protocolo- ser el primero en ser ejecutado, de modo que sus hombres sepan que no van a emprender el último viaje sin él.
La noche antes, en la celda, ironizaría sobre su éxito: «Vinimos para darle a Francia un rey y lo hemos hecho mejor: le hemos dado un emperador».

domingo, 17 de junio de 2012

Esos escritores...

De nuevo, no tenemos por aquí mucho que contar al lector.
Sumidos en un marasmo existencial del que ya se verá qué sale, no tenemos nuevos relatos o poemas que ofrecer, ni tiempo para dedicar a alguna historia intrahistórica, ni ninguna reflexión interesante que proponer (pese a andar en una danza casi compulsiva entre Wallace, los cínicos, Cioran, Michael Ende, Pessoa y algo de Nietzsche).

En cambio, rescatamos de nuestra colección de fragmentos leídos interesantes uno que releímos hace poco y que es, quizá, la mejor muestra del amor por la literatura que destila el capítulo al que pertenece y toda la novela Brooklyn Follies:

No había normas en lo que se refería a escribir, afirmó. Cuando se consideraba la vida de poetas y novelistas, se acababa frente a un absoluto caos, una infinita sucesión de anomalías. Eso se debía al hecho de que escribir era una enfermedad, prosiguió Tom, algo así como una infección o gripe del espíritu que podía atacar a cualquiera en el momento más insospechado. Al joven y al viejo, al fuerte y al débil, al borracho y al sobrio, al cuerdo y al loco. Echa un vistazo a la lista de los gigantes y semigigantes, y descubrirás a escritores que siguieron todo tipo de tendencias sexuales, que asumieron todas las posiciones políticas, que mostraron todas las facetas del espíritu humano: del idealismo más noble a la corrupción más insidiosa. Eran criminales y abogados, espías y médicos, soldados y solteronas, viajeros y enclaustrados.

Paul Auster, Brooklyn Follies, traducción de Benito Gómez Ibáñez, pág. 154

martes, 15 de mayo de 2012

Un poco de Vian y un poco de Pessoa

Por un lado, quiero compartir la última entrega de No se fíe de nosotros, ciber-emisión de radio que debería haber recomendado antes y en la que he tenido el placer de colaborar hablando -adivinen- de Boris Vian:


Por otro, he encontrado, en un relato de René Frégni, unos versos (los primeros) de Tabacaria, que Fernando Pessoa firmó como «Álvaro de Campos». No hace falta haber estudiado portugués para entender este monumento en tres versos:
Não sou nada.
Nunca serei nada, não posso querer ser nada.
À parte isso, tenho em mim todos os sonhos do mundo.

miércoles, 9 de mayo de 2012

Distancia

Participamos de cierto culto a la distancia
que «permite apreciar mejor las cosas»...
pero hay otra distancia, que sirve
para especular con el sustento ajeno,
para enviar peones a la muerte,
regar aguas y tierras con veneno
y crear cámaras de gas.

Esa distancia a la que la sangre no salpica,
un rictus de dolor se confunde con cualquier otro gesto
y «miedo» sólo parecen cinco letras.

Los francotiradores, al menos,
tienen la decencia de disparar con mira telescópica.