Estas amenazas se concretan en que podemos acabar más pendientes de recordar el pasado que de construir el futuro viviendo el presente y en que podemos convertir las conmemoraciones de tal o cual día (y el 1º de mayo merece, en ese sentido, una mención especial) en algo vacío, el ritual por el ritual.
Entonces, Mr. Brown no sabe qué es peor: que en EE.UU., donde empezaron los hechos que se conmemoran, se trabaje en ese 121º día del año y apenas se conozca el Día internacional de lucha por la jornada de 8 horas de 1886 o que en otros, como España, se lo llame a menudo "día del trabajo" o, engendro entre los engendros, "fiesta del trabajo". Para colmo, quien pronuncia este inquietante pseudonombre agrega, en un 50% de las veces, el apunte (pretendidamente ingenioso) "Que se llama así, aunque no trabajamos." o "Que no sé por qué se llama así, si no trabajamos.", situación que desborda al autor de estas líneas, entre la ignorancia, la frustración, el escándalo, la sorpresa autoconsciente por frustrarse y escandalizarse...
No voy a citar las declaraciones de Lingg, Parsons, Engel, Spies y Fischer durante su juicio; todas ellas están recogidas en las crónicas que José Martí hizo de aquella farsa legal y, como proyección de los acontecimientos, transmiten su energía y su tragedia con un fuego que podría abrasar cien mundos. No se trata de llamar a nadie a movilizarse en este próximo 1º de mayo cuando la mayoría de quienes no salgan ese día a la calle (y de quienes lo harán bajo ciertas banderas, ciertas subvencionadas y ya decadentes banderas) tampoco lo harán el resto del año.
Quizá sea inútil recordar que Louis Lingg se suicidó en su celda la noche antes de las ejecuciones para quitarse él la vida antes que ningún estado; que Albert Parsons, George Engel, August Spies y Adolf Fischer acabaron colgando como frutos del cadalso por el mismo motivo que Lingg se quitó la vida: por defender el socialismo y la anarquía; que los otros tres condenados en el juicio, ante el agravio comparativo (pena de muerte/prisión) para un delito que no era tal, se solidarizaron con sus compañeros y solicitaron para todos la misma pena, así fuera la muerte; que las condiciones en que trabajaba y vivía casi todo el mundo entonces (y en que lo hace buena parte de quienes tejen hoy nuestra ropa y fabrican nuestras máquinas) no deja mucho tiempo fuera del trabajo que no sea para ocuparse del hogar, intentar descansar o convalecer por las condiciones en que se vive.
Entonces, Mr. Brown no sabe qué es peor: que en EE.UU., donde empezaron los hechos que se conmemoran, se trabaje en ese 121º día del año y apenas se conozca el Día internacional de lucha por la jornada de 8 horas de 1886 o que en otros, como España, se lo llame a menudo "día del trabajo" o, engendro entre los engendros, "fiesta del trabajo". Para colmo, quien pronuncia este inquietante pseudonombre agrega, en un 50% de las veces, el apunte (pretendidamente ingenioso) "Que se llama así, aunque no trabajamos." o "Que no sé por qué se llama así, si no trabajamos.", situación que desborda al autor de estas líneas, entre la ignorancia, la frustración, el escándalo, la sorpresa autoconsciente por frustrarse y escandalizarse...
No voy a citar las declaraciones de Lingg, Parsons, Engel, Spies y Fischer durante su juicio; todas ellas están recogidas en las crónicas que José Martí hizo de aquella farsa legal y, como proyección de los acontecimientos, transmiten su energía y su tragedia con un fuego que podría abrasar cien mundos. No se trata de llamar a nadie a movilizarse en este próximo 1º de mayo cuando la mayoría de quienes no salgan ese día a la calle (y de quienes lo harán bajo ciertas banderas, ciertas subvencionadas y ya decadentes banderas) tampoco lo harán el resto del año.
Quizá sea inútil recordar que Louis Lingg se suicidó en su celda la noche antes de las ejecuciones para quitarse él la vida antes que ningún estado; que Albert Parsons, George Engel, August Spies y Adolf Fischer acabaron colgando como frutos del cadalso por el mismo motivo que Lingg se quitó la vida: por defender el socialismo y la anarquía; que los otros tres condenados en el juicio, ante el agravio comparativo (pena de muerte/prisión) para un delito que no era tal, se solidarizaron con sus compañeros y solicitaron para todos la misma pena, así fuera la muerte; que las condiciones en que trabajaba y vivía casi todo el mundo entonces (y en que lo hace buena parte de quienes tejen hoy nuestra ropa y fabrican nuestras máquinas) no deja mucho tiempo fuera del trabajo que no sea para ocuparse del hogar, intentar descansar o convalecer por las condiciones en que se vive.
Lo que se conmemora mañana, en el fondo, son los últimos 125 años de lucha por un mundo en que quepan todos los mundos y Mr. Brown, por una cuestión generacional y de sentimentalismo, no puede poner la losa sobre esta entrada sin recordar al colombiano Nicolás Neira (1990-2005) y a la francesa Zoé Aveilla (1986-2009).
A Nicolás lo mataron los antidisturbios de Bogotá, en un país donde el valor de la vida está especialmente de(s)preciado, por participar en la manifestación equivocada.A Zoé le estallaron las sustancias que estaba manipulando y con las que quizá pretendiera fabricar una bomba, eso aún no está claro. Lo que sí está claro es que sus muertes, como las de los "mártires de Chicago" y tantas otras, fueron tan absurdas como el mundo en que ell@s y nosotr@s hemos vivido, no más. Perdemos nuestras vidas poco a poco haciendo cosas que les quitan su valor y, a veces, intentando golpear al sistema en que se enmarcan.
Para acabar la noche de Walpurgis y empezar el día del Beltaine, el más importante del calendario celta, un brindis para unir un poco más toda nuestra sangre; la suya, derramada, la nuestra, tibia y fluyendo al ritmo de nuestros corazones.
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