Cuando a un anciano Sigmund Freud (1856-1939), le dijeron que los nazis, ya en el poder en Alemania y a pocos años de invadir su Austria, estaban quemando sus libros en cremaciones públicas, dijo:
"Cuánto estamos progresando: en la Edad Media, me habrían quemado a mí; ahora, se conforman con quemar mis libros."
Durante la segunda guerra mundial, al acabar el juicio al que se enfrentaba una miembro de la Orquesta Roja en la Resistencia húngara. Cuando usó el derecho a la última palabra para decir, puño en alto, que estaba "orgullosa de haber contribuido un poquito a la causa del comunismo en el mundo", el fiscal Manfred Roeder, de las SS, le recriminó:
–Quítese esa sonrisa de la cara.
–Antes, me tendrá que matar.
Cuando Juan Paredes Manot (1954-1975), Txiki, condenado a muerte como miembro de ETA-(p-m) esperaba su fusilamiento, para la mañana de aquel siniestro 27 de septiembre, sus familiares le preguntaron por el jersey azul que llevaba y que no le conocían. Lo habían tejido para él las presas de aquella misma cárcel, la Modelo de Barcelona, todavía hoy en pie. A él también le parecía que era bonito; con una sonrisa, añadió "Es una pena que se vaya a agujerear".
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