viernes, 24 de junio de 2011

Cosas que paran y cosas que se acaban

Esta entrada es, en parte, un rótulo de "Cerrado hasta septiembre por vacaciones". Pero no es sólo eso. Mr. Brown está en un momento de cambio en su vida personal y el tema de que todo se acaba, antes o después, está en sus pensamientos más presente que nunca -y ya es decir-, aunque no sea eso lo que tiene reservado para esta su bitácora.
Con el colofón de las vacaciones que ahora empiezan, el joven Brown pone fin tanto a una etapa de casi dos años de vida doméstica inolvidable, como como a cinco años de facultad universitaria que le han cambiado la vida ("de manera irreversible", añadiría, si no fuera una perogrullada, ¿o acaso sabe alguien de un cambio vital que luego se deshaga, dándose la vuelta cual calcetín?). Y esa es mucha tela.
El punto y aparte, en cuanto a este verano y a lo que viene después, me obliga a mirar a la persona que yo era hace casi cinco años y asombrarme. Estoy tentado de mirarle/me con superioridad, con esa cosa tan irritante que es la condescendencia... pero no lo haré. Ese era su momento y este es el nuestro. Digo "nuestro" porque no puedo ser otra persona, ni puedo ser sólo esa persona. Lo contengo a él y a todo lo que se ha desarrollado en él en estos 57 meses, en estas 59 lunas, lo que ha nacido tanto como lo que ha muerto. Entiendo que para cualquier otra persona pueda resultar banal -sobre todo, si no ha echado este tipo de ojeada a su memoria-, pero este falso diálogo me es muy importante. Reconozco en mí cosas que posiblemente no estarían ahí de no ser por vosotr@s; ya sabéis quiénes sois. Algun@s ya estabais ahí y otr@s os habéis incorporado en este tiempo; hemos compartido, según el caso, conversaciones, conciertos y desconciertos, o clases, o luchas, y lucha de clases, hemos compartido bromas y duelos (en todos los sentidos de la palabra), canciones, películas y desvelos, hemos compartido confesiones, canciones, sentimientos y razones, hemos compartido asientos, dineros, la mesa y la cama... es como si la persona que soy ahora os sintiera sus madres, padres y comadronas, creo que por eso llora como un recién nacido. Las mayores verdades tienden a tomar forma de banalidad, por lo obvio, pero el momento de descubrirlas es un momento de revelación y aquí me encuentro -otra vez- en un estado casi alucinado por algo como el paso del tiempo y el aprendizaje de la vida.
La eterna pregunta... y ahora, ¿qué? Quienes me conocéis en persona lo sabéis bastante bien, aunque me reservo el derecho de daros alguna que otra sorpresa si lo considero oportuno. Por lo demás, Mr. Brown estará viajando y apenas accederá a ordenadores, por lo que no puede ofrecer comunicación de ningún tipo hasta septiembre. Para entonces, volverá y lo hará algo más vivido y, salvo que la experiencia de las semanas por venir le cambie mucho, volverá con aquello que realmente late con su sangre y da chispa al fluido eléctrico de sus neuronas: historias, dudas, palabras, el tiempo en contra y la vida a favor.

"La muerte no existe, la vida es sólo un sueño y somos producto de nuestra propia imaginación. (...) No te preocupes, no tengas miedo jamás: es sólo un paseo. Sólo es un paseo y podemos cambiarlo en cualquier momento."
Bill Hicks (1961-1994)

martes, 21 de junio de 2011

"La gente es mala" y otros cuentos

A veces oye uno decir cosas por el estilo, como que "las personas somos malas por naturaleza" o, sin mojarse tanto, que "somos malas" o, simplemente, "la gente es mala" ("la gente... ", como comentaba un amigo hace un par de años, es como se empieza una frase cuando uno quiere distanciarse de la masa, con un inevitable deje de misantropía).
Sintiéndolo mucho por quien quiera sacar algo de la misantropía... no, respuesta incorrecta.
Lo podría haber contado, por ejemplo, Chiune Sugihara. Y ¿quién fue ese? Pues "ese" fue un vicecónsul de Japón en Kaunas (Lituania) entre 1939 y 1940. Le destinaron allí porque había dimitido del importante puesto que tenía en Manchuria -donde Japón había aplastado el movimiento revolucionario local e instaurado un régimen títere-, en desacuerdo con el trato colonialista, humillante y racista que Japón daba a los manchúes.
Y ¿qué hizo Chiune en Lituania? Pensemos que, a partir de septiembre de 1939, la vecina Polonia fue invadida desde el Oeste por la Alemania nazi y, lógicamente, los judíos polacos, que se sabían amenazados, huyeron donde pudieron (no pocos de ellos, a Lituania) y los propios judíos lituanos empezaron a buscar la manera de huir del país, por el medio que fuera. Para colmo de la intranquilidad, la U.R.S.S. invadiría el resto de Polonia (partes de las actuales Rusia, Bielorrusia, Ucrania y Lituania) y empezaría una guerra fronteriza con su ex-hermana Finlandia, en un clima bastante hostil hacia las otras ex-hermanas (Lituania, Letonia y Estonia, que serían invadidas nueve meses después) y sorprendentemente cordial hacia la Alemania nazi. Es el momento de recordar que las autoridades soviéticas llegaron, en aquel momento de romance nazi-bolchevique, a detener a l@s alemanes que, por afinidad con la U.R.S.S., se habían refugiado allí huyendo de la represión nazi y entregarlos a las autoridades alemanas para que hicieran con ell@s lo que consideraran oportuno (prisión, tortura, ejecución... ).
Así, Sugihara se encontró asediado por hombres y mujeres desesperad@s, que suplicaban por un visado para salir de allí; que pedían, no tanto por ell@s como por sus hij@s, un papel que les diera garantías de no ser encerrados en campos o asesinados en cuestión de meses. Entonces, lo que hizo Chiune Sugihara, respondiendo a la dichosa pregunta, fue pedir a sus superiores en Japón -hasta tres veces- autorización para dar esos visados que pusieran a aquella gente a salvo y, mientras esperaba la respuesta, darse él mismo el "sí" y expedirlos tan rápido como era humanamente capaz, pasándose por el forro -provisionalmente- la jerarquía y la tradición japonesa de respetarla cueste lo que cueste.
La previsible respuesta llegó y sus superiores le dijeron que, ciertamente, Japón no compartía la política del Reich sobre los judíos, pero no tenía con estos ningún compromiso y sí con el régimen de la svástica, además de que no tenían ninguna garantía de que aquellas personas fueran a desplazarse a terceros países después, por lo que debía desistir de sus pretensiones de salvar a aquella gente. Bajo una cierta amenaza de que el consulado fuera cerrado en cualquier momento y su carrera profesional se fuera por el retrete, lo que hizo Sugihara, claro, fue lo que much@s otr@s en posiciones parecidas no hicieron: siguió expidiendo visados que permitían a sus portadores pasar por Japón antes de llegar a terceros países para los que la mayoría no estaban documentados (algunos sí, gracias a Jan Zwartendijk, cónsul de los Países Bajos).
Los hizo en el trabajo y los hizo en casa, los hizo a máquina y a mano, los hizo en su escritorio y en la mesa de la cocina, mientras desayunaba; escribió esos malditos pedazos de mediocridad burocrática desde que se levantaba, apenas cuatro horas después de acostarse, hasta ese mismo momento en que se rendía en la cama. El 3 de septiembre de 1940 llegó la orden por la que debía dejar la legación diplomática de Kaunas, dada su indisciplina, y dejarla inmediatamente para su cierre. Al día siguiente, tras una noche en vela escribiendo más visados, Chiune Sugihara tomaba el tren que le llevaba de vuelta a Japón y, de camino a la estación, seguía escribiendo autorizaciones de visados; en el tren, mientras esperaba la partida y una muchedumbre atemorizada se agolpaba alrededor, aún seguía escribiendo esos papelitos que podían suponer la vida o la muerte de esos semejantes suyos y, cuando el tren arrancó, quemó su último cartucho. Había dejado firmadas y selladas con el membrete del consulado más hojas, éstas aún en blanco, que arrojó por la ventanilla, esperando que l@s perseguid@s encontraran quien les ayudara a rellenarlas en japonés para hacerlas creíbles.
El diplomático japonés, desde luego, tenía cómplices. Aparte de la contribución (no acordada) de Zwartendijk, contó con la ayuda de militares soviéticos que, a cambio de sobornos, dejaron entrar a aquellos fugitivos en el transsiberiano sin hacer preguntas y, según algunos investigadores, es probable que actuara en acuerdo con los servicios de inteligencia polacos. Chiune Sugihara creía haber firmado y sellado unos 3.500 visados, pero no se sabe exactamente a cuántas personas salvaron él y sus cómplices, porque puede que no tod@s l@s que consiguieron uno de aquellos papeles se salvaran. A la vez, much@s de l@s salvad@s tuvieron hij@s y niet@s que no existirían de no ser por personas como Chiune Sugihara. Se calcula que son unas 20.000 personas.
Así pues, -Mr. Brown no gusta de ponerse vehemente, pero aquí no hay más remedio- lo de que "la gente es mala" no me vale. Quien no tenga agallas para hacer lo que está en su mano, que lo diga y busque la manera de superar esa vergüenza, pero quien quiera decir semejante mierda, debería pensar en esos miles de pedacitos de mediocridad burocrática transformados en una nueva oportunidad de supervivencia para miles de personas, gracias a la honestidad, gracias a la buena voluntad y a la astucia de aprovechar una buena posición. Quien sostenga semejante chorrada está invitad@ a buscar a esas 20.000 personas y, si tiene redaños, decirles una por una, mientras ell@s se ríen, que no, mira, que tú te crees que hay perros, pastores, borregos y ovejas negras, pero no, tod@s somos igual de mal@s, igual de verdugos.
Esta historia es real, es una entre muchas y habla de coraje y honestidad; quien no quiera escucharla, ya sabrá por qué.

miércoles, 1 de junio de 2011

Fogonazos II

Creo que hace casi dos años que leí la traducción de Carlos García Velasco de De memoria (I), el primer volumen autobiográfico de Jann-Marc Rouillan. A Jann-Marc se le pueden reprochar algunas cosas, según el criterio de cada cual, pero la falta de honestidad no es una de ellas. Recuerda, en aquel 1970, un documental en la tele francesa donde Benoît Frachon, anciano líder de la CGT y el PCF, renegaba (sonrisilla de superioridad condescendiente incluida) de sus años jóvenes de agitador anarquista y recuerda Rouillan cómo él y sus compañeros de la época por excelencia, Enric La Carpe Oller y Henry Martin, también anticapitalistas de Toulouse, se preguntaban si ese tipo de degeneración mental era inevitable con los años y si a ellos les daría tiempo a padecer algo así. Habiendo muerto ambos a posteriori, Rouillan escribe: 
No, en efecto, no hubo tiempo. La Carpe murió a los veinticinco años. La revolución no había llegado. Pero Henry nunca traicionó, él tampoco, obrero hasta el final, hasta el último día.
¿Y yo… ? A finales de los años ochenta, cuando acudía a una cita en el Père-Lachaise, al dejar la tumba del compañero Blanqui, pasaba delante del pequeño mausoleo de piedra que aplasta los restos del viejo sindicalista Frachon. Me vino a la cabeza nuestra discusión de la casita. No, yo tampoco había roto con mis sueños. El oportunismo no es un mal que llega, inexorable, con la aparición de las canas. Como tampoco la traición es un reumatismo del cerebro provocado por la humedad de los calabozos.
Mi mirada sumergida en los ojos negros del tipo pequeño [habla de sí mismo] fichado una tarde de septiembre de 1970 en la Rempart Saint-Étienne, sí puede sonreír ante algunos de sus extremismos, a la mímica de rebelión en eterna cólera, sé que no he traicionado nada de lo esencial. Nunca. Y no es ahora, con cincuenta y dos tacos que empezaré a hacerlo.
 

El apodo de La Carpe me hace pensar en los hermanos Makhnó. El más conocido es Néstor (1889-1934), que fue, en la zona de Ucrania en que se encuentra Guliái-Polie (su ciudad), el principal promotor de la resistencia contra quienes querían dar marcha atrás al calendario de la historia, a partir de aquel 1917. Peor aún, Makhnó y miles de sus paisanos querían llevar la revolución hasta sus últimas consecuencias y, una vez abatido el enemigo común, los bolcheviques les recompensaron por ello con cárcel y fusilamientos por miles. Tres de los hermanos Makhnó padecieron esa persecución; los otros dos, incluido el primogénito, Karpa, fueron fusilados, simplemente, por ser sus hermanos.

Y entonces, ¿qué queda de Néstor Ivánovich Makhnó, de todo lo que representa y, sobre todo, de aquella revolución abortada? Quedan, claro, los logros conseguidos, la dignidad y el coraje aprendidos y la memoria que transmite todo eso y no deja morir el virus del deseo de vivir. En este sentido, me sorprendió mucho lo que encontré intentando averiguar qué fue de la hija que N. M. tuvo al llegar a su exilio francés. De la pequeña, coetánea de mis abuelos varones, ni rastro. En cambio, me encontré con Sophie Makhno, que resulta ser una pieza importante de la música en Francia en los años 70 ( en que sacó sus propios discos) y ya antes, al ser promotora de conciertos y compositora de canciones cantadas por Barbara y Gérard Lenorman, entre otr@s.
Y ¿no es hija del susodicho... ? No, es un apellido elegido. Es un homenaje. Un homenaje de esta mujer con cara de pillina y que canta canciones cabareteras desde los tiempos del imperio ye-yé. De una mujer que abraza como propio un apellido perseguido a tiros, mientras se declara influida, entre otr@s much@s, por Boris Vian, Pier Paolo Pasolini, Georges Brassens, Virginie Despentes o Coluche. Con semillas tan difíciles de matar, ¿cómo no sonreír?

Fogonazos

Cuenta Mauricio Rosencof una anécdota suya y del Ñato Fernández Huidobro, ambos miembros del uruguayo Movimiento de Liberación Nacional o «Tupamaros» y que pasaron más de 11 años encarcelados pared con pared, pero sin poder verse nunca. En aquel régimen de terror militar, en aquel bastión de tortura, amenazas y aislamiento, hablaban con un código de golpes en el tabique. Durante una discusión que se volvió acalorada, Rosencof espeta al Ñato: «Contigo no se puede discutir. A veces tengo la sensación de que discutir contigo es como estar hablando con la pared». El Ñato, claro, estalla en carcajadas.
También cuenta, en su libro Las cartas que no llegaron, que su padre (polaco y hebreo) se salvó del Holocausto por haber emigrado a Uruguay, pero no toda su familia paterna tuvo tanta suerte. Eso, y que su padre, durante años, cada vez que iba al baño a cagar decía «Voy a escribirle una carta a Hitler».
A la larga, no se puede perder la capacidad de sonreír sin perder las ganas de vivir, lo dicen tod@s. Al menos, tod@s l@s que luchan. L@s otr@s, no sé... y tampoco creo que me importe saberlo.

Este mundo nos confunde. Como no controlamos las implicaciones de nuestras acciones, queremos llevar el mismo estilo de vida, pero sin que talen la Amazonia, sin que maten a los sindicalistas colombianos, sin que l@s haitian@s trabajen como bestias de carga desde la infancia hasta la tumba, sin respirar aire envenenado ni comer comida envenenada, sin que los animales de otras especies sean tratados como basura... Pues habrá que desmantelar este sistema y, claro, también cualquier otro en que no esté todo gobernado por tod@s l@s implicad@s. Si no, ¿cómo? ¿Esperando un-líder-que-este-sí-que-será-bueno-y-no-como-los-sopotocientos-anteriores-que-sólo-lo-parecían? En cuanto a la inevitable neurosis de cómo ser responsable en un mundo basado en la irresponsabilidad, encontrar la fórmula perfecta debe ser como la cuadratura del círculo. Debe de haber alguna zona intermedia, tan lejos de la depresión por desesperación como de la autocomplacencia. No hay que olvidar lo que dijo, no hace mucho, Carlos Fernández Liria:
«Es imposible, humanamente hablando, sentirse responsable de la guerra de Iraq. Ni siquiera es posible sentir humanamente hablando la atrocidad de la guerra de Iraq. Es posible sentir la muerte de un hijo en un bombardeo. Eso ya es casi demasiado grande para un ser humano. Es el límite absoluto de lo que un ser humano es capaz de soportar e imaginar. La guerra de Iraq ya es demasiado, está mucho más allá de esos límites. Es un acontecimiento para la historia, no es un acontecimiento posible de la vida de los hombres. Se trata de una acontecimiento que excede con mucho las condiciones finitas en las que el ser humano comprende lo que es moral y lo que no. Por eso, para la mayor parte de los seres humanos de este planeta, la guerra se ha convertido en parte de un paisaje histórico tan inevitable y anónimo como el de la naturaleza. El ser humano puede representarse el daño que es posible hacer con una porra. Pero no está preparado para hacerse cargo de una bomba de racimo. Mucho menos para juzgar moralmente los efectos del arma de destrucción masiva más poderosa de todas: el sistema económico mundial.»