Por lo
visto hasta ahora, esta ciudad me parece una capital europea. El
centro histórico me recuerda más a París o Madrid que a
Montevideo, las callecitas del barrio de Palermo, que imagino
haciendo babear a l@s modern@s del Norte, me recuerdan más a partes de Londres como Camden que a
otra cosa. Tampoco hay que tirar tanto de comparaciones; esta es la
ciudad con más librerías que he visto en mi vida, creo (ah, ¿eso
no es una comparación?). Probemos esto: pese a ser una gran (enorme,
gigantesca, etc.) ciudad, conserva bastante verde, en muchos lugares
hay palos
borrachos y gomeros
de raíces hercúleas. Cada dos por tres huele a pizza en algún
horno o a una hierba que conozco, pero, pese a mi esfuerzo, no
reconozco (¿sabina?). Pese a la enorme cantidad de urbanismo en
cuadrícula, consigo despistarme varias veces por mi extraño mapa
–no tiene arriba el norte, sino el sur-suroeste– y el Sol, que a
mediodía llega tan arriba que es imposible decir qué es el norte y,
por extensión, todo lo demás.
Hay
edificios tan imponentes como el de la Secretaría
de comunicaciones (justo antes de llegar a la Casa Rosada por la
av. Eduardo Madero), la Facultad
de ingeniería de la UBA o el Palacio
Sarmiento, pero me los encuentro más de lo que los busco. En
cambio, me alejo de la plaza de Mayo por la avenida de ídem buscando
la cafetería Iberia, bastión de los emigrantes y exiliados
españoles de cuatro generaciones. Bingo. Se me aparece delante, en
la esquina con la calle Libertad (amén), con una reciente placa que
recuerda a los cientos de argentin@s que combatieron contra Franco.
Me pierdo
entre Recoleta y Retiro y entre calles que podrían pertenecer a
cualquier otra capital occidental, llego al cruce de Callao con
Quintana, donde Simón Radowitzky ajustició al coronel Falcón
(1909), famoso por haber reprimido a tiros el meeting del 1º
de mayo en la llamada semana roja (al menos 14 muert@s y 80 herid@s,
activistas detenid@s, deportad@s,
etc) y antes, haber desahuciado (¿os suena, paisan@s?)
a inquilin@s en huelga con cañones
de agua casi helada. Falcón tiene una placa que le recuerda como
«guardián del orden»
(salpicada de pintura roja, que le recuerda aún más) y, a pocas
manzanas, una estatua. Radowitzky tiene un pedazo de su alma
impregnando el penal subpolar de Ushuaia y el eco de un rugido de
todas las movilizaciones por su libertad durante 21 años de
presidio: manifestaciones, huelgas, la infiltración de Miguel
Arcángel Roscigno en el cuerpo de funcionarios de prisiones para
intentar sacarle de allí, su bomba en el domicilio del director del
penal, …
Doy vueltas
por los (muchos) parques de plaza Francia y alrededores y sigo
pensando en las cuatro vidas de Radowitzky, niño y adolescente
ucraniano, luchador anarquista y preso en Argentina, brigadista en
España, exiliado en México.
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