Por todas
partes gotean aparatos de aire acondicionado. Hay muchos coches
antiguos, tanto en uso como abandonados. Algunos, más o menos
antiguos, están clamorosamente abandonados: chapa oxidada, basura en
el interior, etc. También hay muchos perros callejeros. Pienso en
que quizá tengan una vida dura, quizá propaguen parásitos o dejen
más mierda, pero hay más perros vivos. La asepsia canina de
ciudades como Madrid o Barcelona, me recuerdo a mí mismo, se basa en
una política de exterminio constante, púdicamente llevada a las
perreras.
Parques,
setos y verdor por todas partes. Sigo buscando tras las huellas del
movimiento obrero argentino y no siempre encuentro lo que busco. Hay
un poco de césped en el antiguo solar del número 1056 de la calle
Estados Unidos, sede de un local anarquista en otros tiempos, en una
zona visiblemente proletaria del barrio de Monserrat. Voy a
Balvanera, otro barrio humilde y donde me han recomendado ir
únicamente de día y con cien ojos y busco en los alrededores de la
plaza Miserere (antiguamente «plaza Once»), donde se encontraba
la sede del combativo Sindicato de Panaderos. Allí se libró una
batalla clave el 19 de junio de 1923 que acabó con el panadero
español Enrique Gombas muerto con varias balas en la cabeza, un
vendedor de fainá, Francisco Facio, muerto bajo los cascos de los
caballos de la policía, el agente de la ley José Arias, herido de
muerte por bala y hay otros 17 trabajadores heridos graves de bala
y/o sable y 163 detenidos, por lo general sableados también
en alguna medida (un panadero, por ejemplo, con la nariz partida en
dos).
Para llegar
allí he tenido que cruzar buena parte de Almagro por la calle
Anchorena (recuerdo a Horacio Oliveira diciendo «no sé si te
acordás de cuando practicaba judo con los muchachos de la calle
Anchorena») y me gusta. Me sorprende la cantidad de judí@s
practicantes que veo por Buenos Aires y, en esta zona, much@s no sólo
llevan kipa, sino todo el atuendo hasídico: pantalón,
chaqueta y sombrero negro, para los hombres, faldas largas y el pelo
cubierto por un pañuelo o una peluca, para las mujeres (al menos, creo que ese es el caso de las casadas). Aquí hay
también muchos comercios más o menos especializados en el público
judío (librerías, alimentación... me sorprende que muchos usen la
variante “casher”, como en francés) y algunos edificios más
importantes (escuela talmúdica, etc.), protegidos por bolardas de
cemento y policía. Desmintiendo los tópicos, es un barrio con mucha
población judía, pero no adinerado (a diferencia de lo que pasaba
en Montréal con Hampstead y Outremont). Más tarde aprenderé un agradable detalle de la alimentación kosher: al tener prohibido comer lácteos y carne en la misma comida, han desarrollado toda una gama de helados sin leche que, a su vez, han traído a gran parte de l@s vegan@s de Buenos Aires a las heladerías kosher, lo que les ha reafirmado en la oferta vegana. He probado una heladería kosher de la zona y no tengo queja, francamente.
El trozo de
la calle Bartolomé Mitre más cercano también está lleno de
verde. Los antiguos talleres Vasena, ocupado por sus obreros en 1919
y desalojados violentamente, dando comienzo a la «semana trágica»,
son ahora un parque, aunque se han conservado trozos de tres muros a
modo de memorial. Cerca hay unas cocheras coronadas por alambre de
espino y, de alguna parte, llega el olor de un fuego.
El barrio
de Parque Patricios no parece muy residencial, más humilde, todo
parece más deteriorado y precario. Entre las calles Pichincha, Santa
Cruz, 15 de noviembre de 1889 y la avda. Caseros está la doble
cárcel de encausados. Es un doble monumento histórico: la primera,
en este sentido N-S en que voy, es la más reciente y que sólo estuvo en uso de 1979 a 2001, un edificio visiblemente clausurado y rodeado
de una acera descuidada. El segundo, una cárcel decimonónica,
también clausurada, medio corroída por su antigüedad y por su
abandono y gloriosamente invadida por plantas. Allí pasó sus
últimos días Kurt Wilckens y allí lo mató el ultraderechista
Jorge Pérez Millán Temperley, miembro de la Liga Patriótica
Argentina y a la sazón funcionario de prisiones.
Justo en
frente hay otro parque, de los grandes, el Florentino Ameghino
–antiguo cementerio, desbordado por la epidemia de fiebre amarilla
de 1871, he leído– y, como nueve manzanas al sureste, en el 375 de
la calle dr. Carrillo, el antiguo hospicio de las mercedes, hoy
Hospital José T. Borda, donde se solía llevar a los condenados con
problemas mentales. Allí llevaron a Pérez Millán Temperley a
cumplir 8 años de condena por matar a Wilckens. Allí se hizo
trasladar Boris Wladimirovich, novelesco anarquista ruso que cumplía
condena en Ushuaia, haciéndose el perturbado, para poder vengar a
Wilckens, con la complicidad de sus compañeros Timofey Derevianka
(ucraniano) y Eduardo Vázquez Aguirre (español). Consiguieron que
otro condenado del hospicio, Lucich, matara al ultranacionalista y
quedaron impunes, al haber atado todos los cabos. De no haberlo
conseguido, tenían un sutilísimo plan B: Vázquez y
Derevianka entraban en el hospicio, se llevaban a Pérez Millán
Temperley a punta de pistola a la plaza de Mayo y allí lo colgaban.
Es el
barrio de Constitución y, al menos esta parte, parece más
tranquila, pero también poco poblada, entre el hospital, una fábrica
y similares. Cuando empiezo a recorrerlo en sentido norte, en la
transición hacia el de Monserrat, me encuentro lo que parece un
barrio proleta con riadas de gente en torno a comercios sencillos,
olores y ruidos por todas partes y una fuerte concentración de
mujeres y personas transgénero prostituyéndose.
Eso me hace
pensar en los papelitos (tamaño A8, o menos) que anuncian los
servicios de las prostis: los hay millares por buena parte de la
ciudad, pegados en largas filas en contenedores de basura,
marquesinas y similares.
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