jueves, 12 de marzo de 2015

Impresiones de Buenos Aires (III)

Por todas partes gotean aparatos de aire acondicionado. Hay muchos coches antiguos, tanto en uso como abandonados. Algunos, más o menos antiguos, están clamorosamente abandonados: chapa oxidada, basura en el interior, etc. También hay muchos perros callejeros. Pienso en que quizá tengan una vida dura, quizá propaguen parásitos o dejen más mierda, pero hay más perros vivos. La asepsia canina de ciudades como Madrid o Barcelona, me recuerdo a mí mismo, se basa en una política de exterminio constante, púdicamente llevada a las perreras.
Parques, setos y verdor por todas partes. Sigo buscando tras las huellas del movimiento obrero argentino y no siempre encuentro lo que busco. Hay un poco de césped en el antiguo solar del número 1056 de la calle Estados Unidos, sede de un local anarquista en otros tiempos, en una zona visiblemente proletaria del barrio de Monserrat. Voy a Balvanera, otro barrio humilde y donde me han recomendado ir únicamente de día y con cien ojos y busco en los alrededores de la plaza Miserere (antiguamente «plaza Once»), donde se encontraba la sede del combativo Sindicato de Panaderos. Allí se libró una batalla clave el 19 de junio de 1923 que acabó con el panadero español Enrique Gombas muerto con varias balas en la cabeza, un vendedor de fainá, Francisco Facio, muerto bajo los cascos de los caballos de la policía, el agente de la ley José Arias, herido de muerte por bala y hay otros 17 trabajadores heridos graves de bala y/o sable y 163 detenidos, por lo general sableados también en alguna medida (un panadero, por ejemplo, con la nariz partida en dos).
Para llegar allí he tenido que cruzar buena parte de Almagro por la calle Anchorena (recuerdo a Horacio Oliveira diciendo «no sé si te acordás de cuando practicaba judo con los muchachos de la calle Anchorena») y me gusta. Me sorprende la cantidad de judí@s practicantes que veo por Buenos Aires y, en esta zona, much@s no sólo llevan kipa, sino todo el atuendo hasídico: pantalón, chaqueta y sombrero negro, para los hombres, faldas largas y el pelo cubierto por un pañuelo o una peluca, para las mujeres (al menos, creo que ese es el caso de las casadas). Aquí hay también muchos comercios más o menos especializados en el público judío (librerías, alimentación... me sorprende que muchos usen la variante “casher”, como en francés) y algunos edificios más importantes (escuela talmúdica, etc.), protegidos por bolardas de cemento y policía. Desmintiendo los tópicos, es un barrio con mucha población judía, pero no adinerado (a diferencia de lo que pasaba en Montréal con Hampstead y Outremont). Más tarde aprenderé un agradable detalle de la alimentación kosher: al tener prohibido comer lácteos y carne en la misma comida, han desarrollado toda una gama de helados sin leche que, a su vez, han traído a gran parte de l@s vegan@s de Buenos Aires a las heladerías kosher, lo que les ha reafirmado en la oferta vegana. He probado una heladería kosher de la zona y no tengo queja, francamente.
El trozo de la calle Bartolomé Mitre más cercano también está lleno de verde. Los antiguos talleres Vasena, ocupado por sus obreros en 1919 y desalojados violentamente, dando comienzo a la «semana trágica», son ahora un parque, aunque se han conservado trozos de tres muros a modo de memorial. Cerca hay unas cocheras coronadas por alambre de espino y, de alguna parte, llega el olor de un fuego.

El barrio de Parque Patricios no parece muy residencial, más humilde, todo parece más deteriorado y precario. Entre las calles Pichincha, Santa Cruz, 15 de noviembre de 1889 y la avda. Caseros está la doble cárcel de encausados. Es un doble monumento histórico: la primera, en este sentido N-S en que voy, es la más reciente y que sólo estuvo en uso de 1979 a 2001, un edificio visiblemente clausurado y rodeado de una acera descuidada. El segundo, una cárcel decimonónica, también clausurada, medio corroída por su antigüedad y por su abandono y gloriosamente invadida por plantas. Allí pasó sus últimos días Kurt Wilckens y allí lo mató el ultraderechista Jorge Pérez Millán Temperley, miembro de la Liga Patriótica Argentina y a la sazón funcionario de prisiones.
Justo en frente hay otro parque, de los grandes, el Florentino Ameghino –antiguo cementerio, desbordado por la epidemia de fiebre amarilla de 1871, he leído– y, como nueve manzanas al sureste, en el 375 de la calle dr. Carrillo, el antiguo hospicio de las mercedes, hoy Hospital José T. Borda, donde se solía llevar a los condenados con problemas mentales. Allí llevaron a Pérez Millán Temperley a cumplir 8 años de condena por matar a Wilckens. Allí se hizo trasladar Boris Wladimirovich, novelesco anarquista ruso que cumplía condena en Ushuaia, haciéndose el perturbado, para poder vengar a Wilckens, con la complicidad de sus compañeros Timofey Derevianka (ucraniano) y Eduardo Vázquez Aguirre (español). Consiguieron que otro condenado del hospicio, Lucich, matara al ultranacionalista y quedaron impunes, al haber atado todos los cabos. De no haberlo conseguido, tenían un sutilísimo plan B: Vázquez y Derevianka entraban en el hospicio, se llevaban a Pérez Millán Temperley a punta de pistola a la plaza de Mayo y allí lo colgaban.
Es el barrio de Constitución y, al menos esta parte, parece más tranquila, pero también poco poblada, entre el hospital, una fábrica y similares. Cuando empiezo a recorrerlo en sentido norte, en la transición hacia el de Monserrat, me encuentro lo que parece un barrio proleta con riadas de gente en torno a comercios sencillos, olores y ruidos por todas partes y una fuerte concentración de mujeres y personas transgénero prostituyéndose.
Eso me hace pensar en los papelitos (tamaño A8, o menos) que anuncian los servicios de las prostis: los hay millares por buena parte de la ciudad, pegados en largas filas en contenedores de basura, marquesinas y similares.

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