lunes, 23 de marzo de 2015

Impresiones de Buenos Aires (IV)

Aún hoy día abundan las pintadas y pegatinas con referencias a Perón y/o Evita. Para colmo, hay elecciones generales en el horizonte y el sucesor de Cristina Fernández se ve apoyado por todo un imaginario que idealiza a la todavía presidente y, sobre todo, al difunto Néstor Kirchner, convertido por algunos en un submito dentro del mito peronista que irradiaría a su viuda y a cuantos se hayan relacionado con uno u otra.
Otra cosa que me sorprende de la población porteña es el número de andin@s. Me pregunto cuánt@s serán argentin@s (salteñ@s, tucuman@s,etc.) y cuánt@s, inmigrantes venidos de Bolivia o más allá. En todo caso, su presencia me reconforta: no soy el único exótico, no soy el único que habla-castellano-pero-raro.
Mi visita al cementerio de la Chacarita, construido por el mencionado desborde de otros cementerios a partir de 1871, ha sido un tanto frustrante. Resulta que cierra a las 17.00, resulta que entre sus numerosas calles, la que yo busco no parece existir, resulta que el que podría ser el sepulcro que he buscado, el de Wilckens, no tiene ninguna inscripción ni homenaje de ningún tipo, no puedo confirmar ni desmentir el haberlo encontrado. Tampoco tengo tiempo para casi nada. Es una cálida tarde de verano y es extraño estar en un cementerio. Dos chicas jóvenes están sentadas ante una tumba y parecen conmovidas, yo me siento un poco intruso y, a la vez, me pregunto por todas las tumbas que se ven deterioradas o medio hundidas, ¿no queda nadie vivo que se ocupe de ellas?
En general, parece que mi habitual relación con l@s muert@s es más difícil por aquí: Alejandra Pizarnik está enterrada en las afueras (cementerio judío de La Tablada, leo), Baldomero Fernández Moreno, otro tanto (Chascomús, leo), el doctor Favaloro, en un cementerio privado y Aldo Pellegrini... ni la más remota idea.
El barrio de la Chacarita, o al menos la parte que he visto, parece muy comercial: en frente del cementerio hay no pocos bares y tiendas, pero el trozo que recorro de la avenida Warnes (donde trabajaba Gekrepten, me recuerdo) está temáticamente dedicado a la automoción: los talleres mecánicos y tiendas de repuestos se suceden uno detrás de otro, ¿no los habrá en el resto de la ciudad?
La avenida Dorrego no me parece mucho más acogedora y, de hecho, en torno a la estación de tren de Chacarita empieza una zona de casitas bajas, casi chabolas, y, al pasar por el túnel bajo las vías, encuentro la correspondiente concentración de hollín. Al salir al otro lado del túnel, vuelven los parques y las calles de aire más residencial.
He dado vueltas por el sur de Almagro, buscando los antiguos cines míticos del barrio, en Rivadavia, Corrientes y Díaz Vélez, pero ya no existe ninguno. De nuevo, Rayuela es una de las cosas que me ha llevado allí (habla del cine Presidente Roca, entre otros), igual que a la calle Suipacha (casi toda en el centro histórico), pero allí ya sé que no voy a encontrar el café Richmond porque cerró tiempo ha.
En cambio, ir más al centro, al barrio de Caballito, buscando, entre otras cosas, la cortazariana plaza de Irlanda, me ha dado un agradable paseo por calles como Neuquén o la avenida de Avellaneda. Me temo que el nivel económico por aquí, eso sí, sea más alto que la media porteña (y aún estaríamos hablando de una media).

Nota: la foto muestra a Salvadora Medina Onrubia. No he hablado de ella en esta entrada, ni en ninguna otra, pero tiene su relación... y sé que volverá a venir al caso.

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