domingo, 29 de abril de 2012

Un pensamiento a vuela pluma

Que algun@s tendamos a la nostalgia de manera casi indiscriminada no quiere decir que no nos preguntemos por qué.
Quizá se trate de un respeto por los muertos ampliado a los momentos muertos, los días muertos, las oportunidades muertas.

domingo, 8 de abril de 2012

De manos tendidas y puños cerrados

Me han pasado, hace bien poco, un artículo de Diagonal sobre la mítica huelga barcelonesa de "la Canadiense" (1919) y he conocido, así, una anécdota histórica que es todo un programa en sí misma.

Unos cuantos datos: Álvaro de Figueroa y Torres, conde de Romanones, fue el mayor cacique de la provincia de Guadalajara durante los últimos años del siglo XIX y buena parte del siglo XX. También uno de los dirigentes más importantes del Partido Liberal y, como tal, ministro en muchos gobiernos y presidente de tres de ellos, incluido el que sucedió al asesinado José Canalejas y otro, también breve, entre 1918 y el 19. En este segundo lapso tendría lugar la mítica huelga que demostraría la capacidad de los trabajadores de Catalunya de paralizar la gran ciudad -y, prácticamente, Catalunya entera- y vencer un gran conflicto (que no había empezado siendo "grande" en absoluto) y haría que el gobierno quisiera apaciguarlos estableciendo la jornada diaria máxima de 8 horas, aquella por la que se había empezado a luchar a escala internacional el 1º de mayo de 1886. La represión, durante el conflicto, incluyó la militarización de la capital catalana y detenciones contadas por centenares y, en el post-conflicto inmediato, el inicio de la siniestra ley de fugas con el asesinato de Miguel Burgos (del sindicato de curtidores de la CNT barcelonesa) y la creación, por el Poder, de los autodenominados "sindicatos libres" y sus escuadrones de la muerte. Fue toda esta salida, toda esta constatación de que no había más derecho que la fuerza, lo que acabó con aquel "gobierno Romanones", consideran algunos.

Veinte años después, con el fin de la guerra civil, el conde recuperaba sus tierras en Azuqueca de Henares, Guadalajara (la mitad de la provincia, como buena parte de España, no se había rendido al ejército franquista hasta después de que Madrid lo hiciera, el 27-III-39), que habían sido colectivizadas por campesinos de la zona.
De aquellos quemaiglesias, comecuras y bárbaros sólo cabía esperar que hubieran arrasado los cultivos, pero lo que encontró el aristócrata fue algo muy distinto: las hectáreas de cultivo eran más numerosas, el trabajo estaba más mecanizado y la producción era mayor. Impresionado, dicen, por la labor constructiva de aquellos revolucionarios chiflados, Romanones consiguió localizar a varios de los responsables de aquello y, en la medida de lo posible, los hizo excarcelar. Mejor aún, pudo hacer lo propio con uno de los principales gestores de aquella finca colectivizada de Miralcampo, Jerónimo (o Gerónimo, según la fuente) Gómez Abril, pintor de brocha gorda de Madrid. El aristócrata le propuso volver a ponerse al frente de la explotación de aquellas mismas tierras, esta vez sin guerra de por medio y con la cobertura legal y económica de hacerlo por encargo del propietario.
Gómez Abril, que ya lo había hecho en las peores circunstancias, que había luchado en las mismas filas anarcosindicalistas que la mayoría de colectivizadores de Miralcampo, en las mismas que Miguel Burgos y la mayoría de huelguistas de aquel 1919, en aquellas cuyos proyectos desaparecían engullidos por la trituradora franquista, dijo "No".

sábado, 31 de marzo de 2012

Cultura popular

Un aplauso sincero. Uno breve y sencillo, pero sincero. Sí, porque tendemos a hablar, de unos años a esta parte, como si fuera el colmo de las novedades eso de improvisar estrofas en público, a raíz de las "batallas de gallos" (esas competiciones de la cultura hip-hop donde dos MCs improvisan rimas sobre una base pregrabada y se dan la réplica).
El auge de la cultura hip-hop, claro, no tiene nada de malo en sí mismo, pero las "batallas de gallos" tienen parientes fuera de la cultura afroamericana y algunos de ellos son más antiguos. Pienso, por ejemplo, en los payadores, que han compuesto sus payadas en la Pampa dentro de la cultura gaucha, igual que los bertsolaris lo han hecho y hacen en Euskal Herriak desde hace siglos o los ashokhi en el Cáucaso sur y el noreste de Anatolia -en una tradición que se transmite de padres a hijos y que se remontaría, dicen, al mismísimo Gilgamesh, que lo habría aprendido de Dios-. También vimos en el documental Frekuensia kolombiana que existía cierta tradición de trova popular improvisada en Colombia con la que estaba entroncando el hip-hop contemporáneo y, de hecho, documentándonos para esta entrada, leemos que también existe en Brasil la tradición del repente o desafio y, en diferentes zonas de Galicia y el Bierzo, los loiadores y brindeiros.
Lo mejor de todo es que al menos en algunas de estas tradiciones, como es el caso de las payadas pampeanas y de los bertsoak vascos, se da a los contendientes un tema sobre el que rimar o una historia de la que partir, cosa que ayuda a construir algo original y evita las repeticiones que pueden verse en batallas de gallos (tu cara esto, tu madre aquello y vuelta a empezar)...

Qué demonios, lo mejor de esto es que tiene que ver con eso que se ha llamado cultura popular. Sí, hubo un tiempo en que la sociedad no era el conjunto de gente que algún encuestador o encargador de encuestas (mass media, por ejemplo) incluía en una serie de categorías, sino un conjunto de personas que hacía cierta vida colectiva y, con ella, desarrollaba ciertas respuestas propias al medio en que vivían. Existe toda una historia de los trabajos que un@s vecin@s hacían por otros (o por un forastero que se instalaba) en tantos y tantos pueblos de Castilla, Galicia o Euskal Herriak (el auzolan), sabiendo que ell@s también podían contar con l@s demás cuando llegaba la situación... toda una historia más allá de los márgenes en que hoy concebimos lo público: a base de instituciones centralizadas y profesionalizadas, asociaciones similares más o menos subvencionadas/patrocinadas y empresas privadas. Toda una historia del trueque (arraigadísimo en la España rural, existente también en la América andina, por citar otro ejemplo del que nos hablaron in situ), de la propiedad comunal, del concejo abierto y el batzarre, de literatura oral y milicias comunales, de derecho consuetudinario y jurisprudencia no escrita en ninguna parte, pero recordada.
La cultura, claro, tiene el defecto de tender a convertirse en un mundo autoreferencial que ve lo exterior como algo desestabilizador y lo propio como natural y digno de ser conservado, pero, si para algo sirven la filosofía y la ciencia, es para ir más allá de esto. En cambio, el proyecto histórico del liberalismo, la tarea que la burguesía se ha asignado sin preguntar a nadie, no es preservar las distintas culturas ni ir más allá de ellas, sino venderlo todo: convertir el mundo en un gran mercado donde todo se venda, se posea o circule. Recordémoslo: cuando acaben con su misión, si les permitimos hacerlo, no quedará nada, salvo la miriada de puestos de un descomunal mercado. Nada más.

lunes, 19 de marzo de 2012

La "operación Némesis" y los límites de la justicia

Hace ya nueve años de la invasión de Iraq, hace 3.288 días que EEUU intentó hacer suya la tierra que vio nacer las civilizaciones de Sumer, Akkad y Babilonia. "La maté porque era mía" debe de ser el epitafio que en Washington D. C. preparan para la patria del Tigris y el Éufrates. La expulsión de los ocupantes que aún quedan y de quienes "se hayan calentado las manos en el hogar del invasor" (como decía W. Churchill) es condición necesaria para salvar lo que queda de Iraq, para que sus habitantes y exiliados puedan, algún día, vivir de verdad. Condición necesaria, pero no suficiente.

Se acerca, además, el 64 aniversario de la naqbah, como dicen en Palestina, del desastre que fueron la declaración unilateral que instituía el estado judío de Israel y la guerra subsiguiente entre los estados vecinos y el propio Israel, asombrosamente vencida por este, pero que no puso fin a nada.
Palestina e Iraq, Iraq y Palestina, son dos perfectos ejemplos, a uno y otro lado del Jordán y del Nayd, de cómo a un país se le puede estrangular y golpear durante años sin acabar con él. Sesiones de tortura de masas que empequeñecen la monstruosidad de los campos de prisioneros de Guantánamo. A propósito, Guántanamo solía ser una bahía y una provincia de Cuba, antes de ser sinónimo de tortura y terrorismo jurídico. El simbólico "tribunal de Kuala Lumpur sobre crímenes de guerra" juzgó el caso de Iraq hace cuatro meses, como otros lo habían hecho con Palestina. ¿Dónde está, de hecho, la justicia para estos pueblos? Otr@s estamos sojuzgad@s por verdug@s y tiran@s más sutiles, que se apoyan más en nuestra apatía y menos en el uranio empobrecido, el empobrecimiento de las condiciones de vida, al-Qaeda y las milicias, ¿qué saben de la justicia quienes viven prisioneros de semejantes regímenes de ocupación?

Hablemos de la "operación Némesis". Oséase, hablemos del genocidio armenio y de cómo algun@s de sus supervivientes organizaron y defendieron, política y jurídicamente, una respuesta proporcional a los métodos del exterminio.
Otros aspectos estarán más discutidos, pero lo que está claro es que, en 1915, la población armenia que vivía bajo el Imperio Otomano empezó a ser deportada en masa y que quienes se resistieron, fueron asesinados (además de que otros murieran por las condiciones en que se les transportaba). El hecho es que a casi todos los armenios de la actual Turquía se les arrebató su tierra, su hogar y, en última instancia, a muchos les arrebataron la vida. Y, como lo personal es político, que dirían las feministas, la Dashnaksutiun (o Federación Revolucionaria Armenia) decidió en 1919 encontrar y matar a los principales responsables vivos del exterminio de armenios, ocultos bajo identidades falsas en un buen número de países. De una lista mucho más amplia, fueron elegidos once nombres: los de los ocho principales responsables (siete turcos y un azerí) y los tres principales colaboracionistas armenios, condenados por alta traición.
Una red de pequeños equipos se puso a la labor y, entre 1920 y 1922, los once odiados hombres fueron abatidos (así como un escolta de Behaeddin Shakir, líder de la "organización especial" del ejército otomano, especialmente implicado en la masacre de armenios) en Roma, Berlín, Estambul, Tiflis y un lugar indeterminado de Tayikistán. Para hacer más interesante el asunto, uno de ellos, Soghomon Tehlirian, se deshizo de su arma después de matar en pleno Berlín a Mehmet Talaat Pasha, que había sido ministro del interior en tiempos de las deportaciones y gran visir (jefe de gobierno) después. Se deshizo de la pistola, se entregó a la policía mientras una turba empezaba a lincharle y él les aseguraba que ambos, verdugo tornado en víctima y victimario trocado en vengador, eran extranjeros y que "esto no va con vosotros"... y se enfrentó al tribunal alemán que le había de juzgar por homicidio. Se enfrentó con la ayuda de un buen abogado, y venció.
Puede que hoy día los juicios políticos más conocidos sean los de la generación siguiente (el proceso de Burgos, por aquí; Jacques Vergès defendiendo a Djamila Buhired, antes; Fidel Castro defendiéndose a sí mismo, antes), pero aquel ya lo fue, y ya había ahí cierta defensa mediante la "estrategia de la ruptura": el crimen no lo había cometido Tehlirian, sino Talaat Pasha. La víctima no era este último -cuyo verdadero rol era el de asesino condenado y ejecutado-, sino los miles de armenios, incluidos varios familiares del j0ven Tehlirian, muertos a manos de soldados y paramilitares otomanos. La defensa del dashnak no salda de una vez por todas el debate sobre la justicia y su relación con los tribunales y con los hechos consumados, pero pone sobre el tapete un hecho: los armenios, al ser un pueblo sometido a matanzas y un exilio masivo desperdigado por medio mundo (Irán, EEUU, Francia, Líbano, URSS, Argentina... ), no disponía de tribunales propios donde juzgar aquellos crímenes, ni de otros en el estado en cuyo territorio habían tenido lugar los crímenes (Turquía era lo más parecido), puesto que este estado, heredero del que había instigado y amparado el crimen, no sólo no había pretendido juzgarlos, sino que había negociado su exilio en Occidente a cambio de liberar a una serie de prisioneros.
¿Podían los armenios hacer otra cosa para dar a sus verdugos una retribución por lo padecido? ¿Estaba Soghomon Tehlirian en condiciones mentales de decidir si vengar o no a los suyos por encima de la ley o, por el contrario, el deber de decidir entre una de las dos cosas le habitaba y le sobrecargaba más allá de toda razón? Las respuestas a estas dos preguntas fueron lo que permitió que Tehlirian fuera absuelto por haber cometido un "homicidio justificado" y viviera casi cuarenta años más.
Después de tanto tiempo, seguimos sin saber qué posibilidades hay de hacer justicia en este mundo y, sin embargo, sabemos que el dolor no se olvida y que la fuerza no da la razón.

domingo, 19 de febrero de 2012

Madriz, ni contigo, ni sin ti

La ciudad de mi infancia, de parte de mi adolescencia y de mi vida adulta. Madrid, Madrí, Madriz. Tres nombres para una ciudad de locos que mis pies no podrían recorrer de punta a punta en tres horas, ni siquiera corriendo. Tan famosa por su cielo mesetario como por su boina de contaminación, con una centenaria reputación fiestera y acogedora, pero tan hostil, fría y agresiva como la mayoría de metrópolis de la Aldea Global, con una identidad que consiste, en gran medida, en no tener identidad propia, en ser sólo un cruce de caminos donde, con el paso de décadas, se han instalado castellan@s del sur y del norte, andaluces, galleg@s, asturian@s y, en última instancia, magrebíes, latinoamerican@s, ruman@s, búlgar@s...

No tengo ni treinta años, pero el Madrid de 2012 no es el que yo he conocido. Yo conocí un Madrid que no tenía torres gargantuescas en la Castellana, pero sí dos cines más en la Gran Vía, el Rex y el Palacio de la Música (hoy día, fagocitado por Zara), donde vi más de una y de dos películas. Aún no estaban creciendo, desde luego, esos nuevos edificios que lo están haciendo ahora y otros ya consolidados tampoco existían, así que podíamos ver mejor el resto de la ciudad y, aunque much@s no supiéramos valorarlo, veíamos mucho más fácilmente la Sierra, esa sierra de Guadarrama sin la cual la ciudadela de Mayrit nunca habría sido necesaria y que da un respiro a la vista de cualquier urbanita, gato o no. Los cines alrededor de Callao tenían carteles pintados a brocha, no videopantallas, y el "Teatro Häagen-Dazs" (¿qué drama escribió tan insigne heladero?) se llamaba Calderón de la Barca, la Sala de conciertos Marco Aldany aún era la Sala Arena y, en vez de un Bershka, lo que había en ese local de Gran Vía que casi hace esquina con Montera era Madrid Rock. La calle Fuencarral no era tan cool -en general, ese espíritu guay-consumista que extiende sus tentáculos desde ahí al resto de Chueca y, en general, del centro aún estaba en fase benigna- y me atrevería a decir que todos los barrios que no eran céntricos tenían peor reputación que ahora y la vida en ellos, en Madrid, en España, tenía mejores precios. La invasión de Starbucks y empresas de Inditex no había comenzado y se podía pensar que las redes de metro y cercanías, además de aumentar el número de sus estaciones, adquirirían un trazado más ajustado a la ciudad, precios más públicos y que no acabarían llenos de seguratas con armas de fuego. Había entonces menos plazas duras (ni siquiera Tirso de Molina era una de ellas) y no parecían estar privatizando el Canal de Isabel II ni el Servicio Madrileño de Salud. Había vides junto a las antiguas vías de tren al este de Pirámides, descampados en el Pinar (de Chamartín) y Sanchinarro ni siquiera existía. Ni siquiera amenazaban con soterrar las vías de Chamartín para construir una macrourbanización, ni un embalse en la Sierra Norte.
Tampoco se hablaba, que yo sepa, de justificarse en base a la aglomeración de la villa para un aeropuerto en Ciudad Real ("Madrid Sur" fue un nombre con el que se especuló), otro en Segovia ("Cantimpalos - Madrid Norte" les tocaba) y un tercero en el extremo suroeste, en El Álamo. Estaba ya empezada, pero no concluida, la suburbialización de nuestras cárceles para mayores (Estremera, Aranjuez, Soto del Real, Navalcarnero, Valdemoro y Alcalá-Meco) y menores (Azuqueca de Henares, Paracuellos del Jarama, Brea de Tajo, Guadarrama, Chinchón, Berzosa del Lozoya, Galapagar) y menos avanzada la especulación inmobiliaria paralela (Seseña y Azuqueca, Toledo y Guadalajara, ... ).

Todo esto no es un llanto nostálgico. Aquel era un Madrid y este, otro. Qué quedará de Madrid la próxima vez que vuelva... es una incógnita. Que volveré, una y otra vez, es algo tan seguro como puede serlo algo que depende de un ser humano.
Madrid surgió del criterio del Poder de su época y el criterio de los sucesivos poderes ha hecho de ella lo que es: ciudad ampliada, saneada, reformada, ampliada ad nauseam (más de un 800% desde mediados del siglo XIX a los del siglo XX), bombardeada por las fuerzas más reaccionarias y por la especulación más liberal. Felizmente, a medida que se fue llenando de personas, también se fue llenando de humanidad, de movimiento, de ilusión, de lucha, de belleza. Puede que ese Madrid no haya sido tan visible como el otro, el del mucho ruido y las pocas nueces, pero ha existido e incluso existe.
Sueño con ese Madrid desbordándose como esas raíces de árboles que levantan el pavimento. Lo sueño como una riada humana manando de la Prospe y Lavapiés, Carabanchel y Hortaleza, Vallekas y Tetuán... las nuevas tribus de gatos, autoproclamados sus propi@s salvadores, convirtiendo las sucursales bancarias en centros sociales y las ETTs en nuevas viviendas mientras las plantas trepadoras recubren el Hotel América. No habrá ni un monocultivo en los huertos que ocuparán las ruinas de la Torre Picasso y del complejo "4 Torres" y que se extenderán por los márgenes de Príncipe de Vergara, Princesa y la Castellana, y ni un motivo para perderse el cielo estrellado en las azoteas de Chamartín o Chamberí.
Habrá picnics en el bosque que ahora es el Palacio de la Zarzuela y parejas retozando en el Palacio Real y, en Las Ventas, espectáculos incruentos que serán tan gratuitos como todo lo demás. Cuando vayan a la Dehesa de la villa, a ver el atardecer o lo que más les plazca, nadie dudará de por qué Bellas Vistas se llama así, como nadie querrá que el Rastro vuelva a merecer tal nombre y quién sabe si, en febrero, no se oirán desde el paseo de Extremadura los aullidos de los lobos en la pradera de San Isidro.

domingo, 12 de febrero de 2012

Humano

La foto que acompaña esta entrada es conocida para cualquiera que se haya interesado por Friedrich Nietzsche: dos filósofos entrados en la treintena, Paul Rée y el propio F. N., posan en actitud de irónica sumisión con Lou Salomé, una brillante jovencita de apenas 20 años.
Ambos deseaban a Salomé y ambos tuvieron su interés y su compañía intelectual... y, de cuanto deseaban más allá de esto, nada. Rée, que se mantuvo cerca de ella veinte años más, cocinó su desencanto a fuego lento durante todo ese tiempo. Unos años después, ella conocería a otro hombre (Friedrich Carl Andreas), un orientalista considerado reservado y carente de atractivo físico, que se clavaría una navaja en el pecho por no tener aún su amor, consiguiendo que ella aceptara casarse con él a cambio de no consumar nunca el matrimonio.
Dicen -Salomé, entre otr@s- que fue este (grotesco) emparejamiento lo que puso a Paul Rée en la pendiente que le llevaría, años después, a quitarse la vida allí donde Lou von Salomé le había rechazado, veinte años después. Es posible que Rée sólo se matara por accidente en una de muchas peligrosas travesías por la montaña.
En cuanto a Nietzsche, que asumió la derrota en cuanto se la encontró, emprendió poco después la escritura de Así habló Zaratustra, intentando volcarse en ese trabajo y superar el desamor. Al respecto, escribió en una carta -dirigida, precisamente, a Rée- esta humanísima frase:
Si no encuentro la piedra filosofal para convertir esta mierda en oro, estoy perdido.

domingo, 5 de febrero de 2012

Del cuerpo y otros tabúes

Existen, en torno a nuestros cuerpos, una serie de tabúes. Quizá el más evidente, cuando se trata de hablar del tema -y el que más va camino de desaparecer, por estas latitudes- sea el sexual, pero no el único.
El del pudor en torno a la desnudez, total o parcial, también existe y es interesante (además de exasperante) ver cómo el debate en torno al hijab, al niqab y al burqa, que pedían a gritos ser debates sobre el pudor y su esterilidad, independientemente de la forma que el dichoso pudor toma en cada cultura, se han convertido en estériles debates sobre integración cultural, multiculturalidad y la posibilidad de liberar por decreto, en este caso, a las mujeres de determinadas culturas (y subculturas).
También persiste el tabú en torno al envejecimiento, la enfermedad y la muerte, no sea que tengamos que asumir abiertamente semejantes disgustos: de un lado, que somos vulnerables y perecederos y que nuestra belleza lo es aún más; del otro, que probablemente nunca tengamos una segunda oportunidad y, como dice la canción, el viento se nos llevará... y el mundo, ingrato escenario, seguirá girando.
A un nivel incluso más básico está la escatología y todo el tema de nuestras secreciones. Oh, sí, "las guapas también se tiran pedos", como decían Violadores del Verso, el galán más seductor lo es un poco menos sentado en un WC con los calzoncillos por los tobillos, los genios de las artes y las ciencias tienen esa cara (y esos mocos) cuando estornudan, etcétera, etcétera. No hay drama en ello, todo lo más, cierta conveniencia de papel higiénico o de abrir un poco la ventana.
Existe, no obstante, más allá de la religión -esa gran odiadora del cuerpo y de todo lo "profano", lo anterior a ella- la idea de que nuestros residuos nos quitan algo de cuanto hay de sublime o admirable en nosotros. En nuestra cultura, me temo, es más fácil perder carisma ante l@s otr@s rascándose el trasero que comportándose como un ser perfectamente educado-a-la-par-que-mezquino; a menudo, lo inocuo es peor que lo inicuo.
Y sólo así se llega a la paradoja del humor escatológico, a saber: su carácter infantil. Este tipo de humor se considera pueril, es el niño que llevamos dentro quien se ríe escuchando canciones, gags y chistes con mil y una figuras literarias en torno a la mierda... y lo hace como se ríe uno de lo transgresor (sí, sí, la tetralogía "caca, culo, pedo, pis"), pero es que, a esa edad, eso es transgresor. Para un adulto, Ricky Gervais o Jon Lajoie haciendo humor sobre Ana Frank resultan el colmo de la transgresión, arrancan una carcajada de incredulidad ("¿¡ha dicho lo que ha dicho!!??"), pero es un tabú que sólo los adultos entienden. La transgresión en torno a la escatología es un tipo que todo el mundo entiende, a partir de un tabú que todo el mundo conoce, y esto es así porque las excrecencias son algo que tod@s vivimos, incluso l@s niñ@s, incluso aquell@s que no tienen edad para hablar... porque nuestras funciones biológicas son, curiosamente, aquello que tenemos tod@s en común, incluso quienes no tienen aquellas capacidades cognitivas y lingüísticas que, solemos considerar, nos definen como especie (es el caso de los bebés o l@s adult@s en coma irreversible). Resulta que lo que tenemos en común los seres humanos es nuestra naturaleza animal: ¡dejemos caer nuestros monóculos, escandalizad@s, llevémonos las manos a la cabeza!
Esa es la paradoja del humor escatológico: que es infantil porque nuestra cultura tiene una relación con nuestros cuerpos que se puede calificar claramente de "infantil", a condición de entender este adjetivo en el peor sentido, como "inmaduro", y no en un sentido más neutro.
Así pues, aprovechamos toda esta observación para reivindicar un poema, que conocimos hace poco, del argentino Baldomero Fernández Moreno (1886-1950) y que encontramos, en este sentido, interesantísimo, además de bien divertido:

Soneto a tus vísceras


Harto ya de alabar tu piel dorada,
tus externas y muchas perfecciones,
canto al jardín azul de tus pulmones
y a tu tráquea elegante y anillada.
Canto a tu masa intestinal rosada
al bazo, al páncreas, a los epiplones,
al doble filtro gris de tus riñones
y a tu matriz profunda y renovada.

Canto al tuétano dulce de tus huesos,
a la linfa que embebe tus tejidos,
al acre olor orgánico que exhalas.

Quiero gastar tus vísceras a besos,
vivir dentro de ti con mis sentidos...
Yo soy un sapo negro con dos alas.